Editorial

«Puigdemont», como pobre marca electoral

Parece cuando menos dudoso que muchos de los electores de Junts se reconozcan en un proyecto político con contornos ideológicos definidos.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont interviene tras el acto de firma del acuerdo de Junts per Catalunya con Joventut Republicana, Els Verds-Alternativa verda, Reagrupament, Acció per la república, Estat Català, MESCat y Demòcrates de Catalunya, que se ha realizado este martes en Perpinyà (Francia).
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont interviene tras el acto de firma del acuerdo de Junts per Catalunya con Joventut Republicana, Els Verds-Alternativa verda, Reagrupament, Acció per la república, Estat Català, MESCat y Demòcrates de Catalunya, que se ha realizado este martes en Perpinyà (Francia). David BorratAgencia EFE

Cuando el proyecto independentista pasa por encima de cualquier consideración ideológica o de simple conveniencia de los votantes con respecto a su día a día, se dan casos como el del partido Junts, heredero de la vieja Convergència, y aliado de circunstancias de pequeñas formaciones extraparlamentarias, cuyos idearios van desde la ultraderecha autoritaria a la izquierda populista.

Así, lo que el expresidente de la Generalidad y presunto candidato a las elecciones autonómicas de mayo, Carles Puigdemont, denomina un proyecto «trasversal» se convierte en un batiburrillo de complejo ensamblaje y que explica, siquiera indirectamente, las carencias en la gestión económica y social que sufren los ciudadanos de Cataluña desde hace ya demasiado tiempo y que sus dirigentes justifican con el consabido «agravio de Madrid», en este caso, de una supuesta «extracción de riqueza» por parte de la presidenta Isabel Díaz Ayuso.

El problema, no el único, por supuesto, es que el Principado se ha convertido en un infierno fiscal de la mano de unos gobiernos marcados por la izquierda, mientras apenas se escucha a los representantes naturales de la clase media trabajadora, de las empresas expoliadas y de los propietarios de viviendas reguladas propuestas políticas en el orden, por ejemplo, de la supresión o reducción de impuestos como el de sucesiones, que, en principio, figuraba en el programa electoral de Junts.

Pero si Puigdemont, como líder del partido, se ve obligado a recurrir de la mítica superada del «procés», para hacer frente a una más pragmática ERC, y tiene que tirar de aliados en la derecha dura, ante el auge que pronostican las encuestas de Alianza Catalana, formación nacionalista conservadora xenófoba –que ha hecho del rechazo a la inmigración su principal estandarte ideológico–, y también de la izquierda asamblearia, parece cuando menos dudoso que muchos de sus electores se reconozcan en un proyecto político con contornos ideológicos definidos.

Y todo ello, en un momento en el que las posiciones nacionalistas pierden peso electoral, como demuestran paladinamente los resultados de las pasadas elecciones generales de julio, y la mayoría de la población se decanta por una gestión digan de ese nombre. Por otra parte, que la candidatura de Junts vaya subordinada al protagonismo personal del candidato, cuya percepción de sus cualidades de dirigente carismático parece algo sobrevalorada, supone un riesgo mayor para las expectativas electorales, y eso suponiendo que, al final, pueda presentarse a los comicios, lo que está todavía por ver. Nos hallamos, pues, ante un movimiento que presupone demasiadas cosas y que tiene como primera impresión una pobre marca electoral para representar a la mayoría nacionalista del centro derecha catalán, espacio político que sí representa muy bien el PP.