Editorial

Viaje inoportuno que alienta al populismo

Lo que no puede ser es que la agenda personal de Don Juan Carlos se imponga sin orden ni concierto sobre una realidad política palpable.

Don Juan Carlos, ayer a su llegada al aeropuerto de Peinador (Vigo)
El rey emérito Juan Carlos I a su llegada este miércoles al aeropuerto de Peinador (Vigo) procedente de Londres, en su segunda visita a España desde que decidió marcharse a vivir a Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) en agosto de 2020. Brais LorenzoAgencia EFE

Vaya por delante que en ningún caso pretendemos negar el derecho que asiste a Don Juan Carlos a residir en España, circunstancia deseable que deberá ser acordada en sus tiempos y formas con el Rey, siempre en el mejor servicio de la Monarquía parlamentaria, que es lo mismo que decir de los españoles. Pero lo que no puede ser es que la agenda personal de Don Juan Carlos se imponga sin orden ni concierto sobre una realidad política palpable que, además, sería un error y un flaco servicio a la Corona despreciar.

Entre otras razones, porque los efectos de la terrible campaña de desprestigio personal del anterior jefe del Estado, impulsada por los partidos de la izquierda antisistema y los nacionalistas ha obrado sus efectos en una parte sensible de la opinión pública que, como habían calculado los detractores de la Monarquía, no han podido ser suficientemente corregidos por los distintos pronunciamientos judiciales en favor del rey emérito. Por supuesto, en el ánimo de los populistas republicanos de viejo cuño la inconsistencia de las acusaciones vertidas sobre Don Juan Carlos, cuando no su directa falsedad, no cuentan en absoluto porque de lo que se trata es de aprovechar el flanco abierto en la Corona por los evidentes errores personales cometidos por el padre del Rey para socavar el prestigio de la Institución entre los españoles, con independencia del extraordinario legado de quien fuera uno de los artífices directos del retorno y consolidación de uno de los sistemas democráticos más plenos de los que rigen en el mundo.

Tampoco influye en quienes azuzan las invectivas contra nuestro modelo constitucional que la mayoría de los ciudadanos mantenga su confianza en la Corona, como garante del sistema de libertades, y en Su Majestad, Don Felipe VI –siempre recibido en los pueblos y ciudades de España con las mayores deferencias públicas y la simpatía popular, como se vio ayer, sin ir más lejos, en la localidad malagueña de Ronda–, ya que se hayan empeñados en esa labor de zapa que encuentra nuevos alientos con cada decisión poco meditada de Don Juan Carlos.

Es, precisamente, lo que hemos visto con su viaje a Galicia, en vísperas de unas elecciones municipales y autonómicas que pinta muy mal para las formaciones de la extrema izquierda, inmediatamente aprovechado propagandísticamente para cambiar el foco de la campaña electoral, obviando los asuntos más espinosos de una actuación política que ha concitado el rechazo social mayoritario. Esta realidad, tozuda, no ha podido escapar a Don Juan Carlos, como demuestra paladinamente el perfil bajo que, en el último momento, ha tratado de imprimir a su presencia en las regatas de Sangenjo, consciente de la inoportunidad de un viaje que, como ya hemos señalado, sólo beneficia a la demagogia de la izquierda populista.