Análisis

Iglesias o la ley del enemigo único

El abuso de la propaganda política y de debates artificiales, como el de la monarquía, evidencia la debilidad del líder de Podemos

El día que Dominic Cummings formuló el eslogan Take back control (Recuperar el control) empezó a poner las bases de la victoria del Brexit en el referéndum de Reino Unido de 2016. Un mensaje claro, directo y sencillo que apelaba al sentimiento patriótico y que agitaba el rechazo al otro (con mentiras como la inminente entrada de Turquía en la Unión Europea). Al otro lado del Atlántico, Donald Trump, repetía consignas parecidas: America First las encabezaba a todas. Ambos recurrieron a técnicas de propaganda política, un fenómeno que empezó a gestarse tras la Primera Guerra Mundial, que consolidó su desarrollo y su capacidad de convicción antes y durante la Segunda y que los populismos del siglo XXI han rescatado (con la inestimable ayuda del control a través de los datos, el big data). Han transcurrido cuatro años desde el plebiscito del Brexit y la victoria de Trump y el ambiente político internacional empieza a apuntar en otra dirección: Cummings acaba de ser expulsado del 10 de Downing Street y JoeBiden se prepara para entrar en la Casa Blanca. Aunque las consecuencias de aquellas victorias y sus derivadas perduran (y aún lo harán en el tiempo), la tendencia apunta a un cambio de ciclo. Puede que el del adiós al exceso de propaganda y el de la vuelta a un tipo de política alejada de lo emocional, fiel a la realidad y más consistente.

Mensajes que se repiten

Sin embargo, parece que en España se cumple la norma no escrita de que las modas llegan algo más tarde y el impacto de las estrategias de la propaganda política se mantiene de la mano del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, un experto en la materia. Doctor en Ciencia Política, conoce bien los recursos para capitalizar sus activos y rentabilizar su presencia en el Consejo de ministros. Pese a la situación de debilidad en la que se encuentra en el Ejecutivo y a la pérdida de votos que le atribuye cada encuesta o sondeo que se hace público (además de la que le han ido marcando las últimas convocatorias electorales), Iglesias (y sus mensajes) son omnipresentes buscando una apariencia de poder e influencia mayor de la que en realidad tiene. Al margen de las cuestiones sociales, convertidas en su bandera (como si la socialdemocracia del PSOE no existiera), una de las últimas cruzadas del líder de Podemos es la monarquía. Con tintes casi obsesivos (o propios de un «cabezón», como diría la ministra portavoz, María Jesús Montero), Iglesias recurre a mensajes que cumplen todas las características de la propaganda política, como su persistente «monarquía frente a república». Una consigna simple y breve, que presenta un enemigo único (ellos frente a nosotros), que se repite una y otra vez exagerando la realidad o acallando las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos, y que busca ser percibida como algo asumido por la mayoría y, por tanto, aspira a convencer al ciudadano de que debe sumarse a esta corriente. A todos estos elementos de las técnicas de propaganda, enumerados por el escritor francés Jean-Marie Domenach, se suma el principio o la ley de la transfusión, esto es, recurrir a un sentimiento preexistente en la sociedad y agitarlo hasta hacerlo mayoritario.

Si volvemos a los ejemplos del Brexit o la victoria de Trump, estos sentimientos previos (de arraigo nacionalista y de añoranza de tiempos mejores) existían en las sociedades de Reino Unido y de Estados Unidos. Sin embargo, no hay en España una corriente generalizada que cuestione el modelo de Estado. De hecho, la monarquía supone una preocupación o un problema tan solo para el 0,3 por ciento de los españoles, según el último barómetro del CIS publicado esta misma semana, y que coincide, además, con índices anteriores. Preocupa la crisis económica (a un 42,6 por ciento), la pandemia (con el 38) y también, y creciendo, la política, los políticos y su actitud que suman el 72,5 por ciento de menciones, pero la monarquía parlamentaria, representada en Felipe VI, no. Aunque el propio Félix Tezanos se declare sorprendido por el resultado, es una realidad que se consolida en cada barómetro y que aleja el vaticinio de Iglesias sobre las conversaciones de los españoles en sus reuniones navideñas.

¿Qué república?

Los datos son claros y muestran que en España no existe (por más que se intente) ese sustrato social ampliamente antimonárquico ni esa dicotomía (falaz) planteada por el vicepresidente entre monarquía y república, tan simplista como vacía de contenido. Porque, ¿qué monarquía y qué república? ¿Qué tienen en común las sociedades de Arabia Saudí y Suecia, ambas con familias reales? ¿O qué características políticas comparten las republicanas China y Francia?

Como afirma Andrés Trapiello en ese maravilloso recorrido de vida (individual, social e histórico) que es su última obra Madrid, «que la monarquía defienda hoy con más firmeza los valores republicanos de libertad, igualdad y solidaridad que muchos republicanos sedicentes, nos ayudaría quizá a comprender que en política la línea más corta entre dos puntos no siempre es la más recta». Existen los matices y las reflexiones sosegadas que quedan fuera de los principios de la propaganda política. Y de ese afán por generar conflictos y debates artificiales desde cargos públicos en sociedades en las que no existen, frente a la solidez que representa la monarquía parlamentaria. Confiemos en que el sentido común se imponga y que el vicepresidente del Gobierno cese en su campaña contra el modelo de Estado que los españoles se dieron (y además avalan) libremente. Vamos a creerlo. Que es Navidad.