Opinión

Suicidio socialista en Madrid

Pistas del aeropuerto Madrid-Barajas esperando a su limpieza tras el paso de la borrasca Filomena
Pistas del aeropuerto Madrid-Barajas esperando a su limpieza tras el paso de la borrasca FilomenaLuis DíazLa Razón

A fuerza de rozarse con los nacionalistas catalanes, al Gobierno socialista se le ha pegado esa obsesión, típicamente catalana, que es la fascinación ante los que mandan en Madrid. Porque mandar, lo que se dice mandar, en Madrid el Gobierno no manda mucho. Y lo poco que manda, como ocurre con el aeropuerto de Barajas, no resulta muy brillante: por su nula voluntad para controlar las entradas – fruto de esa combinación de sectarismo, ineptitud y cazurrería características de este Gobierno–, y ahora por su incapacidad para arreglar la situación de las instalaciones y facilitar los vuelos durante el temporal.

Nada de esto le ha impedido atacar la gestión de las autoridades madrileñas, en particular la de la presidenta de la comunidad autónoma, Isabel Díaz Ayuso. La penúltima fue la extraordinaria ofensiva contra el Hospital Isabel Zendal: un hospital público, especializado en pandemias, que continúa y aprovecha la experiencia aprendida en IFEMA y alivia la carga de la sanidad regional.

No importa. En contra del más mínimo sentido común, en contra de los datos más evidentes, hay que desacreditar el hospital de la Comunidad de Madrid, como se desacreditó en su día las mascarillas repartidas aquí, que Fernando Simón, el comentarista oficial del Covid-19, llegó a calificar de «egoístas», es decir de derechas.

Las críticas se han renovado con el temporal. Seis días después del inicio de la tormenta el ministro José Luis Ábalos, que no ha sabido gestionar la situación del aeropuerto de Barajas, se permitió recordar que las calles de Madrid seguían nevadas. Hasta varias horas después de que lo hiciera el Rey no descolgó el presidente Pedro Sánchez el teléfono para ponerse al servicio de los madrileños. Mientras tanto, el Gobierno cambia el criterio en la distribución de vacunas y, como ya se espera de él, no habla con las comunidades que no sean nacionalistas, en particular con la que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, quiere gobernar, algo que sus amigos independentistas y republicanos le han puesto un poco más difícil. Solo el Ministerio de Defensa –en contra del ministro del Interior– ha salvado la cara del Gobierno. Un poco.

La estrategia aplicada contra Madrid y contra los que viven en la comunidad forma parte de la estrategia general de Sánchez diseñada tras el fracaso de la primera ola del covid: abstenerse, por aquello del Estado «compuesto», atribuirse los éxitos –como está ocurriendo con la campaña de la vacunación contra la pandemia– y criticar a fondo en cuanto se produce algún fallo.

En el caso de Madrid, sin embargo, la acción gubernamental llega un poco más allá. Se da aquí una especial animadversión. Los socialistas aguantan mal que Madrid sea una de las pocas grandes capitales europeas en las que no gobierna la izquierda, más aún desde esa experiencia inolvidable que fue el mandato de Manuela Carmena.

Madrid es España, como de otro modo lo es la Corona, y mientras Madrid siga resistiendo a los encantos de la izquierda, no quedará despejado el gran plan de deconstruir España y levantar con los restos una nueva y flamante España postnacional.

Isabel Díaz Ayuso no solo lo está haciendo bien, en contra de los pronósticos de una izquierda que se ha permitido desprestigiarla con campañas personales, impregnadas de machismo. También comprendió desde muy pronto que su papel iba más allá de lo local porque la naturaleza misma de Madrid requiere esa dimensión nacional. Así que a la gestión eficaz, y a veces heroica, como volvió a ocurrir en los días de la nevada, se suma la voluntad de no ceder en el significado del proyecto madrileño. Se demuestra así, colateralmente, lo que el proyecto de los socialistas tiene de suicida, empeñados como están en atacar aquello mismo que deberían defender con todas sus energías.