Testigo directo
ETA: tierra yerma
Los partidos constitucionalistas y las víctimas de ETA alzaron su voz contra los homenajes a terroristas
Bienvenidos a Euskadi, que luce una economía como un tren de alta velocidad, pensiones para los puretas dignas de un emirato negro de petróleo y montes verdes de pasto y ojos, igual que en el poema de Neruda. Hasta el corazón de las cooperativas, las nieblas colgadas de los árboles y los zulos bajo naves industriales llegaron en autobús las víctimas del terrorismo. A reivindicar lo suyo. Lo nuestro. La memoria democrática. Los nombres de los muertos. La sangre como cristales rotos. Había sido desconvocado el homenaje al asesino más letal de la banda terrorista, Henri Parot, miembro del comando Argala, 39 muescas, 39 cruces, 39 muertos y un currículum digno de Hannibal Lecter, prolongado de 1978 a 1990. Los partidarios del 9mm parabellum y las ollas llenas de tuercas como fórmulas para resolver las diferencias políticas cedieron gracias a la presión de las víctimas. Pero la canción de las personas liquidadas por Parot y los suyos sigue pendiente de cantarse y contarse.
A las diez y media de la mañana, a las afueras del Mondragón,frente al número 10 de la calle San Andrés Kalea, frente a la puerta azul que oculta el lugar donde fueron enterrados en vida el funcionario de prisiones Ortega Lara y el empresario Julio Iglesias Zamora, estaba convocado el acto del Partido Popular. La formación que puso una trinchera con decenas de muertos frente a la barbarie rendía tributo a los mártires. Ana Beltrán, presidenta del PP de Navarra, comentó a este periódico la disonancia de unos pueblos donde la mafia, auténtica Cosa Nostra, es dueña de la calle, mientras los defensores del Estado de Derecho requieren protección policial: «Nosotros lo vivimos en primera persona todos los días en Navarra y el País Vasco. Seguimos todavía con una falta de libertad y una presión tremenda del entorno de Batasuna, que sigue haciendo del miedo su herramienta política». Comentó que al hablar para los medios, minutos antes, tenía enfrente «esos balcones con esas banderas y esas pancartas que piden la vuelta de los presos, y me preguntaba qué estarán pensando: ellos, que han sido testigos de la barbarie, de la vileza de un secuestro de tantísimos meses». Para Beltrán estamos ante «una sociedad que tiene mucho que cambiar y para lograrlo resulta imprescindible la colaboración del gobierno de España, del gobierno de Sánchez, que no puede tener de socios preferentes a los herederos de ETA, no puede tener como colaboradores para sacar a España adelante aquellos que la quieren ver destruida. En el País Vasco y Navarra seguimos sin poder dar ruedas de prensa con normalidad, sin poder elaborar listas electorales libres de coacciones».
Más allá resonaban los gritos, los insultos, los aullidos. «Quizá estos sucesos», añadió, «cosas como el homenaje a Parot, quizá tengan su lado positivo, por amargo que sea, si al menos sirven para que la sociedad española entienda que esto no ha terminado». Carlos Iturgaiz y el resto de sus compañeros no contaron batallitas, no apelaron a la sentimentalidad ni inflamaron los ánimos. Se limitaron a levantar pancartas con los nombres de los ajusticiados por los verdugos y a hacer un mínimo de pedagogía democrática.
Dos horas más tarde llegaba el turno de Vox. Allí estaba José Álcaraz, presidente de Voces contra el Terrorismo, diputado y hermano de Ángel Alcaraz Martos, de 17 años, y tío de las gemelas Míriam y Esther Barrera, de 3 años, asesinados en el atentado de la Casa Cuartel de Zaragoza junto a Silvia Pino (7 años), Silvia Ballarín (6 años), Rocío Capilla (12 años) y los adultos José Pino, María Carmen Fernández, José Ballarín, Emilio Capilla y Mª Dolores Franco. En declaraciones a LA RAZÓN , el ex presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo explicó que las víctimas habían viajado a Mondragón para «provocar el remordimiento de quienes tengan conciencia, porque tenemos la obligación moral de defender la memoria y la dignidad de tantas personas que han perdido la vida por España, o que quedaron heridas o mutiladas, y cuyo sacrificio no puede haber sido en vano, no se puede cambiar la historia hasta el punto de que los héroes sean los asesinos mientras las víctimas son humilladas por ETA y sus herederos».
Alcaraz participó en el acto de su partido, en mitad de una plaza Garibay sellada hasta por los antidisturbios. Al otro lado de los cordones policiales cientos de seguidores de la izquierda nacionalista proferían insultos de grano grueso contra las víctimas. No hay piedad para los deudos. Ni concesiones para los demócratas. Son pueblos ricos, cebados de cielos grises, buena mesa y amenas tertulias. Allí donde el odio camina erguido, como los muertos de Bram Stoker, reencarnado en unos muchachos con smartphone y camisetas de Bad Religion y los Clash.
«Fascistas», «muertos de hambre» e «hijos de puta» fue lo más suave que escuchamos. Una doble barrera de la ertzaintza protegía a los convocados por Alcaraz, Santiago Abascal, Olona y Ortega Smith de los lobos con sudadera y piercings. Niñatos necrófagos educados en la bilis saludaban a los familiares de los caídos por el tiro en la nuca y el amonal como si fueran la reencarnación de Belcebú y ellos los custodios de Stalingrado. Por allí pululaban también tres o cuatro imbéciles con trazas de paramilitares y bigotitos fascistas, así como un par de tuiteros y «periodistas» célebres por sus astracanadas, propias de vampiros enganchados al cuore funerario. Su presencia, las banderas y los himnos, así como el aborrecimiento que irradiaban los matoncitos abertzales, empañaron levemente la puesta en escena y la legitimidad de quienes, como Alcaraz, denuncian que es imposible pasearse por esas calles con una enseña constitucional sin jugarte el cuero. «Los tertulianos que dicen que hay paz», dijo, «que vengan un día como hoy, con una bandera de España, y luego que traten de convencerme de que hemos vencido». En un balcón un zumbado apedreó una verja y un muchacho despidió a los manifestantes simulando con los dedos el cañón de una pistola. Ni por un segundo dudé de que de tener a su disposición un fierro se habría entregado a sus instintos de matarife profesional, como antes lo hicieron sus héroes. Repetidos en las pintadas de las paredes. Eternos cancerberos de una tierra yerma.
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