David del Cura
Aliados... a la fuerza
Gestionar el fin del bipartidismo no requiere más dinero, solo más tiempo para reuniones.
En Israel el Gobierno, sustentado por ocho partidos uno de ellos árabe islamista, se la juega con los próximos presupuestos. Después de cuatro elecciones y por una suma justa sacar esas cuentas implica decisiones que obligarán a cambiar el eje de políticas estructurales. Se tendrán que hacer cosas «por primera vez». En Portugal la «modélica» mayoría de izquierdas se ha venido abajo porque no se han aprobado los presupuestos y cuentan las crónicas «será la primera vez» que el rechazo a unas cuentas provoquen un adelanto electoral.
Apunto estos casos cercanos y recientes, de referencia democrática, para certificar que por aquí por España nada es tan grave, tan definitivo o tan nuevo como algunos lo quieren pintar. De tanto rasgarse las vestiduras algunos se echan al debate público en pelota picada. En primer lugar aquí tenemos el comodín de la «prórroga» que permite que, si las cosas vienen complicadas dar una patada a seguir y hasta otro año «si eso». Los últimos aprobados ya se consideraron los de toda la legislatura por editorialistas, columnistas y opinadores. A los de ahora le van saliendo las sumas aunque las cuentas no encajen. 188 votos a favor (PSOE, Unidas Podemos, ERC, PNV, Bildu, PDeCAT, Nueva Canarias, Teruel Existe, PRC, BNG, Más País y Compromís) frente a 156 en contra (PP, UPN, Foro Asturias, Vox, Ciudadanos, CUP, JxCAT y Coalición Canaria). El Congreso de los Diputados está dividido en dos bloques y no ceder a las peticiones, exigencias o amenazas es imposible porque el acuerdo de las dos grandes formaciones es impensable.
Así que las imágenes del mercado y de los «gayumbos tobilleros» se repiten y se cantan como siempre. ¿Es un Gobierno más débil por depender de más formaciones? Sin duda es más inestable pero eso es llorar sobre la leche derramada, «lo que se da no se quita». La cuestión es qué más se puede dar para conseguir los votos necesarios. Después de más de 40 años y finiquitado todo lo transferible ya solo queda trocear y repartir lo común. Ese proceso de cesión ha sido una constante hasta en tiempos de mayoría absoluta por eso del «qué dirán». En la memoria ya histórica está la legislatura 9396, el «catalán en la intimidad» y siempre el PNV para rebañar la cazuela ya sea con la etiqueta de «socio responsable», de «derecha sensata» o de «formación histórica». A Rajoy le sacaron hasta la pintura de la barandilla de la playa de la Concha y al rato le echaron del Gobierno. Ahora lo que nos espera es otra vuelta de tuerca a las negociaciones atendiendo las peticiones de los «socios de legislatura». ERC pide bajar el IVA a los productos de higiene femenina, subir los impuestos a las casas de apuestas o luchar contra la morosidad en el pago a las pymes. El PNV insiste en la gestión de los fondos europeos, el gran pellizco, y en las clásicas inversiones con el AVE como eterno pozo sin fondo ni fecha.
El único riesgo es que el marco sobre el que se han dibujado estos Presupuestos no sea real y los hombres de negro, más relajados, nos saquen los colores y no suelten los fondos «Next Generation» en tiempo, plazo y forma. Todo lo demás es el lógico ruido político. Como ejercicio especulativo: ¿Qué pasaría si el PP tuviera que negociar con los representantes de «su» bloque (Vox, Ciudadanos, Coalición Canaria y el Foro)? Pues ya se está viendo en Madrid donde solo hacen falta unos cuantos votos de los de Abascal y en la lista de la compra aparecen modificaciones legales que nada tienen que ver con unos presupuestos. La negociación se ha convertido en obligatoria y con ella el fin de las categorías absolutas. Es mejor que nos vayamos acostumbrando para no hacer de cada lance parlamentario un psicodrama.
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