Opinión

O yo, o el caos

Díaz sigue el camino de Iglesias, pero con un poco más delicadeza. La única opción de la izquierda radical es recurrir al mesianismo

El encuentro de ayer en Valencia, se quiera o no, pone una vez más el foco sobre Yolanda Díaz como supuesta enfermera mayor del radicalismo izquierdista: aquella quien viene a restablecer su debilitada salud y escayolar las diversas fracturas de los últimos tiempos. Comunicativamente, la estrategia personal de Díaz parece que pasa por negar ese papel de palabra, pero ensayar sucesivos pasos en la práctica para ocuparlo. Da la sensación de que el objetivo sea desear que no parezca que ella se propone “motu propio” para esa tarea, sino que son las circunstancias o la aclamación externa quien le exige tal sacrificio. Es decir: yo no quiero protagonismo, pero me lo piden y no hay otro remedio para salvar a la izquierda radical. En el fondo, es una nueva versión de la conducta “o yo, o el caos” tan cara a la izquierda de nuestro país en los últimos años.

Esa estrategia garantizó la supervivencia política de Pablo Iglesias durante mucho tiempo, a pesar de sus notables errores. Pero una vez calcinado el prestigio del líder más caricaturescamente capacitado para desempeñar ese rol, la inercia a la hora de organizarse lleva a repetir comportamientos parecidos. En el fondo, Yolanda Díaz explora si puede seguirse el mismo camino, pero con un poco más de delicadeza.

Que la izquierda en España anda atrapada desde hace años en el personalismo no es noticia nueva. Tampoco lo es que el personalismo, el culto a la personalidad, es mal común entre todos los partidos (en unos más, en otros menos) desde que empezó este siglo. Pero la contradicción más importante del populismo de izquierdas en nuestro país es que quiere convencernos de que propone un proyecto colectivo de igualdad para todos los seres humanos y luego encomienda ese supuesto proyecto a las veleidades, coqueterías y estrategias individuales de una figura mesiánica.

¿Qué tipo de socialismo o comunismo propone la izquierda española del siglo XXI? Porque lo característico de la emancipación de los más pobres que postulaban estas ideologías era su universalidad. Y ahora parecen incapaces de proponernos un proyecto de izquierda que sea igual para todas las regiones. Desde el momento en que la izquierda empezó a caminar en España de la mano del nacionalismo, no le quedó más remedio que proponer un tipo de emancipación diferente en cada sitio a medida de los respectivos caciquismos. Eso es un fenómeno más fácil de disimular con la excusa de la socialdemocracia pactista, pero muy llamativo por las dimensiones de su contradicción en el espacio a la izquierda del PSOE. Para sortear y justificar ese inmenso dinosaurio plantado en su sala de estar ideológica, la izquierda radical no ha tenido otra opción que recurrir al mesianismo. Al fin y a la postre, la redención ciega por un supuesto proyecto colectivo es el único mecanismo común de funcionamiento entre el particularismo regional y el universalismo. Ese es el manto superficial sagrado que disimula las aristas y oculta las imposibles contradicciones prácticas que hay debajo.

Yolanda Díaz ha ido a Valencia a ver cómo puede articular ese rompecabezas de intereses personalistas para presentarse liderándolo a las próximas elecciones. De entrada, le faltan unas cuantas piezas porque ni Irene Montero, ni Ione Belarra parecen estar por el asunto. En la convergencia que pretende amasar, se arremolinan las oportunistas para mantenerse, pero parece cosechar bastante rechazo entre las fanáticas. Eso podría venirle incluso de cara para aislar al elemento cerril, porque está claro que, después de pandemias intimidatorias, el votante no desea fanatismo, sino que va a querer ponderación y socialdemocracias para construir cuanto antes la salida de la crisis a la que nos hemos visto abocados. No hay como una buena emergencia mundial para que todo el mundo deje de hablar mal de golpe del estado del bienestar. Pero, tarde o temprano, un proyecto como el que intenta Díaz le exigirá más aclamación que votación.