Semana "horribilis"
Del efecto Sánchez al defecto Sánchez
El presidente camina sobre alambres tras una semana en la que se han abierto varios frentes que ponen en jaque la recuperación y la paz social
Hace un mes el Gobierno de Pedro Sánchez estaba en una situación cómoda. La pandemia se desinflaba, los fondos europeos empezaban a llegar, la economía vislumbraba la normalidad, la reforma laboral se aprobaba por el milagro Casero y el principal partido de la oposición, el PP estaba grogui inmerso en una profunda crisis que acabó con el liderazgo de Pablo Casado. Sobre la mesa, las broncas habituales con los socios, pero nada que no se pudiera subsanar e incluso aprovechar para enviar al rincón de pensar a algunos ministros de Podemos, y las encuestas volvían con viento a favor, aunque el ejecutivo nacido el 10 de julio no tuviera sus engranajes siempre a punto y las deficiencias, aunque patentes, se disimulaban.
En un mes, todo ha cambiado. La guerra de Ucrania descolocó al ejecutivo que tardó en sumarse al frente OTAN. Recuerden cuando el presidente, en formato entrevista, dijo que no enviaría armas. 48 horas más tarde: rectificación, con el consiguiente malestar en Unidas Podemos. Tanto que tensionó las costuras, no del Gobierno, sino del socio del PSOE porque Yolanda Díaz se puso el traje de faena de vicepresidenta.
De la guerra de Ucrania a la crisis de los carburantes. Gas y petróleo por las nubes se tradujeron en cabreo nacional. Los engranajes poco engrasados del ejecutivo se colapsaron. Las soluciones, ya veremos como acaban, llegaron tarde y mal, y algunos ministros enseñaron su bisoñez. Sobre todo, la ministra de Fomento, Raquel Sánchez, que de «valor en alza» ha pasado a «ministra de pa sucat amb oli», expresión catalana que se traduce como de baja calidad, poca importancia o escaso valor. Cadena de errores: menospreció la protesta, la calificó de ultraderecha, culpó al ministro del Interior de tibieza en la actuación de las fuerzas de seguridad, y evidenció su falta de autoridad. Sus promesas sin ninguna concreción provocaron la ruptura en el Comité Nacional del Transporte por Carretera. Solo Luis Planas estuvo a la altura. Logró que se desconvocara la huelga del sector pesquero hablando con el interlocutor adecuado y eso que no prometió nada, al igual que la ministra Sánchez, pero a él le creyeron. A Sánchez no. Tanto es así que la ministra ha sido relegada a un segundo plano.
El Gobierno llegaba tarde y mal, a pesar de los esfuerzos de Félix Bolaños en aparecer como el garante de la solución el miércoles tras el debate en el Congreso. Con su imagen de ministro de la UCD, el líder del PSOE caoba, anunció las medidas y negociación a partir de mañana lunes. Su predicamento fue nulo. Horas después el Gobierno rectificaba y adelantaba las reuniones con los transportistas. Se dieron cuenta, después de 10 días, de que fiarlo todo a Europa no satisfacía a nadie y el jaleo aumentaba. Empresas de todos los sectores alertaban del colapso industrial, la cadena alimentaria empieza a notar el desabastecimiento, algunas empresas no recuperarán tras estas crisis su actividad normal hasta junio y muchos transportistas sudarán tinta para volver a sacar sus camiones.
La crisis energética
Quizá la falta de respuesta del ejecutivo se debe a que la caja está vacía. Se hicieron los presupuestos con un 7% de crecimiento y si éste se sitúa en un 4,5% nos podremos dar por satisfechos. La factura de la crisis energética implicará además de una caída de ingresos y que la deuda se sitúe en el 130% del PIB. La pregunta es ¿la podrá pagar España? De ahí, los juegos malabares, pero en política lo peor que se puede hacer es no tomar una decisión.
O tomarla mal, de forma poco transparente y sin tratar a los españoles como personas maduras. En medio del berenjenal, el presidente Sánchez cambia de tercio en el Sahara sin consultar con nadie y vendiendo la moto de que no es un cambio de opinión. No lo entiende así ni la oposición, ni los socios, ni la militancia socialista que está en shock, ni siquiera Argelia aunque, de momento, el gas sigue fluyendo sin problemas. La carta al Rey de Marruecos que se hace pública es tan casposa que nombra a Albares como ministro de Asuntos Europeos, lo que implica que esa carta pudo no hacerse por el equipo de Moncloa. Aquí aparece la sombra del expresidente Zapatero. El fiasco es descomunal.
En este ambiente, el Gobierno va como pollo sin cabeza y sin comunicación, que ni está ni se la espera. Los dirigentes del partido se revuelven inquietos porque en el horizonte están las municipales y autonómicas. «Del efecto Sánchez en el 19 podemos pasar al defecto Sánchez en el 23», apuntan señalando un cambio en el Gobierno. El 10 de julio del año pasado se dijo que el nuevo Gobierno era un revulsivo, pero éste se ha quedado en fuegos de artificio y algunos ministros están chamuscados o simplemente desaparecidos. «Hay que recuperar la estrategia y la iniciativa y con este equipo no parece posible», decía estos días un alcalde partidario de dar un carpetazo a este Gobierno. Una forma de decir que hay que mover pieza para hacer que las cosas pasen, no dejar que las cosas pasen. Como en Bruselas. El presidente se ha anotado un pequeño éxito. Ahora tendrá que concretarlo, y no será fácil porque el contexto de la política doméstica no ayuda. Anunciará esta semana las medidas paliativas a la crisis, pero el actual ejecutivo está tocado, sino hundido, y deberá poner el cascabel al gato con un cambio de gobierno, porque por si fuera poco, las encuestas ya apuntan a que el PP sale de su propio lodazal. Hacer que pasen cosas…
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