Jorge Vilches
Fin de fiesta
Este Gobierno no gobierna, sino que recauda
El síntoma más claro de que un gobierno está acabado es que sus intelectuales y juntaletras digan que hace falta más «pedagogía política». No entro en el complejo de mesías o de pueblo elegido de esta intelectualidad, ni en que consideren que la gente es tonta, que no sabe lo que quiere o lo que necesita. Me refiero a que el uso de los comodines, especialmente cuando los políticos están contra las cuerdas, deja al descubierto la debilidad y el nerviosismo ante el fiasco en la gestión.
Este Gobierno es un fracaso. Inició su andadura con el objetivo de transformar España a su gusto creando un nuevo consenso político con los que odian el orden constitucional y la democracia liberal. De ahí el pacto con golpistas, filoetarras y comunistas, y el desprecio a los constitucionalistas. Creía así el PSOE que tenía atada la aritmética parlamentaria. El otro sostén de su poder era ganar a la gente con gasto público.
Su fórmula para gastar es recaudar con argumentos ideológicos: exprimir a los ricos para repartirlo entre los pobres, y salvar el planeta. Qué bonito. Pero en la fiscalidad solo cabe la racionalidad, no la ideología; es decir, pedir impuestos sin frenar la economía ni empobrecer a la gente. Ante la realidad del estancamiento y la pauperización, la izquierda gobernante solo acierta a prometer subvenciones con los mismos impuestos que lastran el desarrollo y el bienestar.
Es así cómo este Gobierno no gobierna, sino que recauda. No son gobernantes. Son recaudadores de impuestos que asaltan nuestros bolsillos para luego darnos una subvención porque sus impuestos nos dejaron tiritando. Este sistema suicida ya no cuela. La sensación evidente es que el Gobierno está muerto y que prolonga su entierro por si suena la flauta, o para que Sánchez encuentre un acomodo internacional que se antoja muy difícil viendo el ninguneo en la OTAN.
Sánchez fracasó en el tradicional cambio gubernamental a mitad de legislatura. Echó a los ministros y asesores que se habían carbonizado por él, y fichó a socialistas anodinos. Es la manera clásica de trasladar al público que se van a mejorar las cosas con nuevos impulsos y caras. Otro fiasco. Todo ha empeorado. De hecho, están haciendo gratis el programa electoral a Feijóo, cuyo eslogan podría ser «Voy a hacer lo contrario».
Un Gobierno inteligente se haría cargo de la situación de la calle, de las protestas, de la vida real de los ciudadanos, aunque solo fuera por preservar sus votos. El político profesional es un superviviente que sabe acoplarse a las demandas del electorado. Nada más lejos de la realidad de los ministros de España, que se muestran desbordados e incapaces de ir más allá del catecismo progre y sus comodines.
Ante la evidencia de que el 60% de los transportistas en huelga está en quiebra técnica se les ha ocurrido llamarles «extrema derecha». No tienen respuesta ante la petición de que baje la carga fiscal de los gasóleos, porque los profesionales no quieren subvenciones sino que les dejen de meter la mano en el bolsillo. El Gobierno tampoco tiene solución a una Ley de Cadena Alimentaria que no protege los precios agrícolas porque está bloqueado por un ecologismo de Disney.
«Dejen de insultarnos y tomen medidas», piden los agricultores. «Legislan desde un despacho, sin poner ni un solo pie en el campo», lamentan. «Soy ultra del pan de mis hijos», decía una mujer ante el insulto del Gobierno. La respuesta de los intelectuales orgánicos ha sido repetir las vejaciones y añadir que hace falta «pedagogía» para educar a tanto «tonto» que no entiende el despotismo sin ilustración del Gobierno.
El resultado es que el presidente y sus ministros no pueden salir a la calle sin ser abucheados. El Gobierno está en su fin de fiesta. Ya sabemos quién va a recoger los platos rotos en cuanto se celebren elecciones. Los de siempre.
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