PP-Vox

Castilla y Léon, el acuerdo que enerva al PSOE

Aquí lo cierto es que Mañueco accede al poder con un pacto desacomplejado y legítimo

Mañueco es investido presidente y al Gobierno de coalición se lo llevan los demonios. Les parece inadmisible que se pacte con Vox, un partido político democrático dentro de la legalidad, y claman por un cordón sanitario que, sin entrar en el debate de cuánto tiene de democrático llevarlo a cabo, no estaba tan fuera de su alcance: bastaba con facilitar su investidura sin más exigencia que la ausencia de tan inadmisible fechoría. Pero la responsabilidad de Estado tiene un límite, y una cosa es gritar “cuidado con la ultraderecha” y otra cosa es evitar que esa ultraderecha acceda a una cuota real de poder sin sacar ningún rédito de ello, por amor al arte (o a España). También es discutible la autoridad moral del que exige al contrario no pactar con determinadas formaciones cuando uno mismo lo está haciendo con otras. No olvidemos, si es que en algún momento es algo olvidable, quienes son los socios parlamentarios de este Gobierno. Andan ellos como para dar lecciones de probidad a nadie. Pero claro, ya saben aquello de cabalgar contradicciones.

Aquí lo cierto es que Mañueco accede al poder con un pacto desacomplejado y legítimo. Tanto como cualquier otro entre formaciones democráticas a las que le salieran los números. Pero ha sido significativa la ausencia de Feijóo, oficialmente por cuestiones de agenda pero que podría ser interpretada, a pocas ganas que le ponga uno, como un marcar cierta distancia a nivel nacional para no empañar su incipiente liderazgo. No parece, a priori, el mejor plan. Haría bien Feijóo concentrándose en su verdadero adversario, que no es otro que Sánchez. Ya tendrá tiempo de recuperar electorado en su momento.

Es en momentos como este es cuando se pone a prueba el verdadero espíritu democrático de cada cual, ese que acepta de lo que va el juego y cuáles son las reglas. Pero para algunos las mayorías que valen son únicamente las que le dan a los suyos las victorias, no las que dan las derrotas. Y eso es lo que parece que le ha ocurrido aLuis Tudancaque, en calidad de vidente y antes casi de que Mañueco haya podido decir como presidente «esta boca es mía», ya estaba vaticinando que quien manda en ese barco es Vox y reduciendo a testimonial la presidencia del popular. Es posible, yo no lo descartaría, que hablase el socialista por experiencia propia, y que por aquello de reflejar en otros los propios complejos, quiera ver en el recién estrenado pacto el secuestro ideológico que, quizá tal vez depende, haya sido durante una etapa el pan suyo de cada día. Ha tenido hasta el cuajo de echar en cara que sea consejero del nuevo gobierno autonómico «una persona que iba a los actos de Herri Batasuna y los apoyaba». Ojo a esto que tiene tela. Si es reprobable para el socialista contar que alguien que iba a actos de Herri Batasuna y los apoyaba, no quiero ni pensar la opinión que le merecerá pactar con los herederos directos de Herri Batasuna. ¿Se lo habrá dicho a Sánchez en el mismo tono y con la misma vehemencia? ¿O es que no se habrá enterado de quienes son sus socios parlamentarios? ¿O será que real y honestamente piensa que por el mero hecho de ser sus pactos ya son legítimos? Hay quien va a tener que releerse los principios democráticos y copiarlos cien veces, si es que lo permiten las nuevas metodologías y las nuevas enseñanzas mínimas de la educación. Que al paso que vamos, en una de estas reformas es ilegal memorizar datos.