El personaje

Felipe González: Entre el éxito y la ruptura

Cuarenta años después no quedan ni las raspas de aquel partido vencedor

Ilustración de Felipe González
Ilustración de Felipe GonzálezPlatónLa Razón

Fue una noche trepidante, histórica e ilusionante. Personalmente la viví en primera persona junto a mi gran amigo y compañero José Antonio Sánchez, cuando ambos trabajábamos en la sección política de la Agencia EFE a las órdenes de quien fue su magnífico e inolvidable presidente, Luis María Anson. Era el madrileño Hotel Palace un auténtico bullicio de políticos, intelectuales, artistas, periodistas… Mientras, en la calle, la gente se agolpaba vitoreando al PSOE. Bajo aquella imagen un tanto angelical del joven Felipe, con un cielo azul de fondo y el eslogan «Por el cambio», la victoria del PSOE resultó arrolladora, nunca un partido había obtenido la cifra de 202 diputados. En la suite de la primera planta Felipe González estaba aturdido y emocionado, como si no diera crédito a lo que estaba pasando. Fue entonces cuando Alfonso Guerra, auténtico artífice de la campaña electoral, exclamó eufórico: «A la ventana». Y así tomó la mano de Felipe, le condujo hasta la famosa ventana del Palace y se produjo la histórica fotografía de ambos con sus manos unidas, alzadas en señal del enorme triunfo. Aquel 28 de octubre de 1992 España había apostado por el cambio, dejaba atrás el pasado, consolidaba la transición y abría una nueva etapa que dio paso al gobierno más largo de la democracia, trece años y medio de poder ejercido por Felipe González Márquez.

Cuarenta años después no quedan ni las raspas de aquel partido vencedor. El «sanchismo» ha barrido sin pudor un legado incuestionable que llenó a España de grandes acontecimientos como el referéndum de la OTAN, el Tratado de Adhesión a la Unión Europea o los Juegos Olímpicos de Barcelona. Felipe González fue un presidente con sentido de Estado, siempre leal al Rey don Juan Carlos, el jefe de gobierno con quien mejor relación tuvo el Monarca y ambos han mantenido una buena amistad todos estos años. Tras la etapa convulsa de Adolfo Suárez y el derrumbe de UCD, se abrió una etapa de respeto entre los partidos políticos, la palabra consenso reinaba en el Congreso y los debates eran de una sólida altura política. ¿Se parece en algo al espectáculo barriobajero de ahora? Los nacionalistas de Jordi Pujol y Xabier Arzallus, y los comunistas de Santiago Carrillo tenían sus ideas pero respetaban la Constitución. Nunca hubo insultos, injurias o salidas de tono. ¿Algo similar al deleznable escenario actual? Felipe siempre ha dicho que él jamás hubiera pactado con partidos como Podemos, separatistas y Bildu-etarras. Y tampoco él, que en el año noventa y tres pactó con Convergencia i Unió para formar su tercer gobierno, nunca habría cedido ante las radicales exigencias de sus herederos.

El ex presidente y secretario general del PSOE contempla ahora un partido dividido, abierto en canal. El aniversario en Sevilla de los cuarenta años así lo demuestra, con las sonoras ausencias de otros presidentes como José Luis Rodríguez Zapatero, de viaje en Brasil, los «barones» regionales y la polémica sobre la invitación a Alfonso Guerra, el hombre que convirtió un partido minoritario en el exilio en una máquina de poder imbatible. Desde aquel Congreso de 1974 en la localidad francesa de Suresnes, cuando el PSOE de Rodolfo Llopis dio paso al PSOE renovado de los jóvenes sevillanos liderados por «Isidoro», el nombre usado por Felipe en la clandestinidad, los socialistas gobernaron con pragmatismo y renunciaron a los postulados del marxismo que González plasmó en su famosa frase: «Hay que ser socialistas antes que marxistas». En todos estos años, nunca ha ocultado sus críticas a Pedro Sánchez, de quien denuncia su «cesarismo», haber barrido de un plumazo al partido, su deriva radical, los pactos del bloque «Frankenstein» y la amenaza sobre el pacto constitucional. Aunque tal vez por su madurez ya de ochenta años, que le lleva al relativismo y una cierta nostalgia, ha aceptado el papel de telonero de Sánchez, quien ahora desea apropiarse de aquella victoria histórica.

Felipe González realizó una política exterior sensata, de estado, y fue todo un ídolo en una Iberoamérica que ahora no reconoce bajo las dictaduras comunistas como la de Venezuela. Recién elegido presidente visitó la Acorazada Brunete y modernizó las Fuerzas Armadas. Siguió una política económica liberal con reformas sociales, expropió Rumasa y hasta soportó una huelga general por la reconversión industrial liderada por su antiguo amigo Nicolás Redondo, líder del sindicato hermano UGT. Ni una sola de sus actuaciones de gobierno tiene nada que ver con las de Sánchez. Con sus antecesores ha tenido diferentes relaciones: correcto con Aznar y Rajoy, distanciado con Zapatero y muy crítico con Sánchez. Se rodeó de hombres brillantes, pragmáticos, bien formados y socialdemócratas como Miguel Boyer, Javier Solana, Carlos Solchaga o Paco Ordóñez. ¿Alguien parecido a los social-comunistas que hoy nos gobiernan? La comparación ofende. Formó buenos equipos hasta que estallaron el terrorismo de estado, el Gal y la corrupción. Esta fueron las grandes sombras de su legado que propiciaron la victoria en 1996 del PP y José María Aznar. Consciente de ello optó por la retirada y pronunció otra de sus célebres frases: «Ya soy el problema, no la solución».

Entre el éxito del pasado y la ruptura con el presente, mantiene una agenda pública ordenada, aunque pasa la mayor parte del tiempo en su casa del campo extremeño junto a su segunda mujer, Mar García Vaquero. Separado de quien fue muchos años su compañera, Carmen Romero, sus tres hijos llevan una vida muy discreta, Pablo es fotógrafo, David pintor y María, la niña de sus ojos,con quien montó una fundación que lleva su nombre, es abogada y le ha dado dos nietos. En estos años nunca Pedro Sánchez le ha llamado o consultado opinión, pero ahora tal vez alertado por las encuestas quiere hacerse la foto con Felipe. «He sido un jarrón chino», dice el ex presidente como prueba de su papel irrelevante en el «sanchismo».

Cuarenta años después, en su Sevilla natal, Felipe González podrá evocar otra frase de Alfonso Guerra. «A este PSOE ya no lo conoce ni la madre que le parió».