Deber y placer
La mesa del sexo en Moncloa que han heredado todos los presidentes del Gobierno
Perteneció a Isabel II y acabó en manos de Juan Carlos I, que se la regaló a Adolfo Suárez. Desde entonces ha sido el escritorio de todos los jefes del Ejecutivo en España
El palacio de la Moncloa no arrastra una extensa historia como residencia de los presidentes del Gobierno de España. Fue Adolfo Suárez quien decidió en 1976 ubicar la sede de la Presidencia en este rincón de pinos próximo a la Ciudad Universitaria de Madrid, a más de 5 kilómetros de la Puerta del Sol. Nuevos tiempos necesitaban nuevos escenarios, debió de pensar el piloto de la Transición.
A Suárez no le dio por hacer reformas en Moncloa, sino que simplemente optó por instalarse en este palacete que Franco había ordenado construir y rodear de jardines hacia 1950. Allí habilitó Suárez una sala para las reuniones del Consejo de Ministros y allí situó su despacho, presidido por un regalo muy especial de Juan Carlos I: una magnífica mesa de escritorio que él mismo rey había usado siendo príncipe y que había pertenecido en su momento a Isabel II, madre de 12 hijos. Pero no corramos.
Era 1976 y a Suárez le habían advertido de que la sede de la Presidencia del Gobierno, ubicada por entonces en el el palacio de Villamejor, en el Paseo de la Castellana nº 3, no era la adecuada para garantizar su seguridad.
En la memoria de todos estaba el atentado en diciembre de 1973 contra el entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco. El mortal atentado dejó en evidencia las deficiencias de seguridad de la sede de presidencia —lo era desde 1914— y la investidura de Suárez en 1976 colocó en primer plano la necesidad de un traslado.
No solo porque se atravesaban los llamados años de plomo de ETA, sino porque el nuevo régimen democrático también demandaba nuevos cimientos burocráticos (gabinetes, secratarías, subsecretarías...) para adaptar el aparato del Estado a la España de las Autonomías.
El origen de Moncloa
Se convenció Suárez de que el traslado era necesario, a pesar de que el recinto de Moncloa, antiguo Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, no ofrecía una imponente historia con la que desbordar de anécdotas a los primeros ministros que visitan al presidente del Gobierno de España.
Acaso Juan Carlos I quiso compensar esa carencia de relato ofreciendo a Suárez una mesa de leyenda para su despacho. Era la mesa que el general Narváez —siete veces presidente del Consejo de Ministros de España entre 1844 y 1868— regaló a Isabel II y que la reina, famosa en su tiempo por su afición al sexo, empleó a menudo para estos placeres.
La historia ha corrido de boca en boca entre los presidentes del Gobierno. Aznar la recordaba así hace no muchos años:
Tan extendida era la debilidad de la reina por la cópula carnal que se la llamaba Isabelona la frescachona. Existen varios listados de sus amantes, pero sobre todo existe una mesa que sigue arrancando alguna sonrisa a los presidentes del Gobierno que han habitado el palacio de la Moncloa.
La mesa da pie a glosar a una reina de la que se decía que se acostaba a las 5 de la mañana y se levantaba pasadas las 2 de la tarde. Pérez Galdós, en 1902, dejó esto escrito de ella: “Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política, pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa”.
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