Elecciones Generales 2016

Con otras elecciones volvería la crisis de 2012

Análisis / La inestabilidad política ha restado varias décimas de crecimiento al potencial de la economía española

La Razón
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La dinámica negociadora entre el partido más votado en los últimos comicios y el resto de fuerzas políticas está agitando el fantasma de unas terceras elecciones como último recurso ante una falta de acuerdo para formar Gobierno. Éste es, sin duda, uno de los aspectos que más nos preocupa a los economistas, ya que se perpetuaría una situación de incertidumbre en el marco regulatorio muy difícil de gestionar a la hora de emprender importantes proyectos de inversión.

En este sentido, la falta de un nuevo Gobierno para los próximos cuatro años afecta de forma especialmente importante a la toma de decisiones de familias y empresas, cuyo horizonte temporal se acorta todavía más de lo que se ha hecho en los últimos años y donde el concepto «largo plazo» apenas sobrepasa el año o el año y medio a lo sumo.

El coste económico de esta situación ha supuesto restar varias décimas de crecimiento al potencial de la economía española, la cual aguanta por encima del 3%. Por ello, la medición del coste que tendrían unas terceras elecciones y todo lo que está sucediendo en los últimos meses debe medirse en términos de cuánto ha dejado de ganar la economía española en proyectos de inversión o generación de riqueza, más todo el coste explícito que tiene la convocatoria electoral: papeletas, urnas, propaganda o subvenciones a los partidos políticos.

Alargar durante un año el proceso de cambio de Gobierno supondría un deterioro significativo de la confianza de los consumidores y los empresarios. A la hora de decidir la compra de un automóvil, una vivienda o abrir una nueva fábrica, la variable «expectativas» es crucial, ya que refleja cómo vemos el futuro, tanto el más inmediato como el más alejado. De entre los muchos factores que determinan la demanda de consumo y de inversión (tipos de interés, renta permanente, preferencia temporal, riqueza real y financiera...) la confianza en la realidad futura es extraordinariamente importante y con un comportamiento fuertemente autorregresivo: el pasado más inmediato condiciona el futuro a corto plazo.

Unas terceras elecciones llevarían a la quiebra de la tendencia alcista de las expectativas empresariales, mientras que en el caso de la confianza del consumidor el impacto podría ser equivalente a los momentos más críticos de la economía española en 2012. La confianza es muy difícil de construir, pero la desconfianza es muy fácil de extender, y más en un país como España que necesita que su demanda interna siga fortaleciéndose y dando una imagen positiva ante los acreedores internacionales.

Precisamente, uno de estos «acreedores» (la Comisión Europea y el Banco Central Europeo) es el primer interesado en que España evite una nueva convocatoria electoral que sume en la desconfianza a su demanda interna y, por tanto, convierta en imposible la consecución de los objetivos de déficit público. Se necesita de forma urgente un plan de consolidación presupuestaria que dote a España de credibilidad y reputación y cuya efectividad depende de que la economía siga funcionando creando empleo y atrayendo inversión foránea.

De nada sirve que los tipos de interés estén en el 0%, que España emita deuda a tipos negativos en los tramos cortos de su curva, que haya una absoluta estabilidad de los precios o que vaya llegando poco a poco la financiación bancaria al sector privado, si familias y empresas piensan que el futuro va a ser peor que el presente. Las expectativas no se forman en términos «irracionales», por mucho que nos quieran convencer. Dado un conjunto de información (en este caso, todo lo que ha ocurrido desde las primeras elecciones de diciembre de 2015) limitado, los agentes proyectan su visión sobre el futuro y eligen qué es lo que más les conviene.

En suma, es clave la mejora de la percepción del futuro más inmediato de la economía española dando certidumbre y asegurando que no se van a producir cambios copernicanos en la orientación de la política económica. Más allá de lo que nos pueda deparar la situación de la economía internacional y de un entorno europeo con cuatro frentes abiertos (Brexit, Turquía, terrorismo islamista y Grecia), debemos evitar que las instituciones y los posibles cambios del marco regulatorio sean una preocupación adicional y otro «palo» más en las ruedas de la gente que genera riqueza en nuestro país.

*Profesor de Economía del IEB