Opinión

Cuando el ego alcanza el poder

En un escenario de liderazgos narcisistas, en España tenemos nuestra versión berlanguiana y aficionada, con Pedro Sánchez encabezando la lista de ególatras

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ofrece una rueda de prensa, tras un despacho con El Rey Felipe VI, en el ?Palacio de Marivent, a 29 de julio de 2025, en Palma de Mallorca, Islas Baleares (España).29 JULIO 2025;REY;DESPACHO;PRESIDENTE;GOBIERNO;FELIPE;REY FELIPE;MARIVENT;PALACIO;MALLORCA;COMPARECENCIA;ATENCIÓN A LOS MEDIOS;Isaac Buj / Europa Press29/07/2025
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en MallorcaIsaac BujEuropa Press

Impera la tendencia a los liderazgos narcisistas. Parece que se ha convertido en una moda. El regreso de Donald Trump, el abusón por excelencia, Putin, el hombre que sueña con crear un imperio, y personajes como Elon Musk, en roles de poder, caracterizan la escena internacional.

Como consecuencia, hay una situación política más inestable desde los años 40 del siglo XX, la erosión de las alianzas tradicionales, como la Unión Europea y Estados Unidos, y conflictos militares cargados de dramas humanos.

En España tenemos nuestra versión berlanguiana y aficionada, con Pedro Sánchez encabezando la lista de ególatras. Cada gesto, palabra y actuación del presidente del Gobierno tienen como único objetivo engordar el relato del resiliente que supera todas las adversidades.

Ha anulado al partido, intenta ser una marca en sí mismo y se vale del espectáculo para colonizar el espacio público. No le guía un proyecto político ni le interesa tenerlo, todo se resume en él, todo a su servicio.

La única obligación que concibe es la de permanecer en el poder; gobernar solo tiene cabida si es desde el relato del yo. Pedro Sánchez no necesita un partido político, con una cámara de televisión y un ejército presionando a los medios de comunicación le basta.

Otro ego enfermizo es el de Carles Puigdemont, el hombre que ha burlado en dos ocasiones al sistema judicial y policial español y ha convertido el independentismo en una extensión de sus intereses. Dado el parecido de sus personalidades, el independentista ha tomado la medida de Pedro Sánchez.

Sabe que conseguirá todo lo que desee en tanto el socialista dependa de los siete votos de Junts en el Congreso y absolutamente nada en el momento en que no sea indispensable. Ha sometido a Junts, heredero de la CiU de Jordi Pujol, identificando en cada momento el objetivo a su propia necesidad.

El no haberse librado de los problemas judiciales, a pesar de haber dictado al dedillo la Ley de Amnistía, le tiene encolerizado y ha dado orden para bloquear las iniciativas legislativas que le urgen a Pedro Sánchez.

Ha arrastrado al PSOE a negociar en Suiza, porque su egocentrismo requería recibir el tratamiento de «Molt Honorable President» y Sánchez accedió porque, después de doblegarse aprobando los indultos, la Ley de Amnistía y demás cesiones al independentismo catalán, humillar al Estado era un precio barato si lo que estaba en juego era su posición personal.

No son los únicos egos que habitan en el sainete nacional. Aunque más contenida, Díaz Ayuso está hecha de la misma pasta. No se la ha visto en plenitud porque tiene por encima el liderazgo de Núñez Feijóo, cuestión que limita su propia naturaleza.

También le diferencia el asesoramiento de Miguel Ángel Rodríguez, probablemente el asesor político que mejor entiende a la sociedad española.

Es provocadora, directa, omnipresente en redes, y con una narrativa que gira exclusivamente en torno a su figura. Sirva como ejemplo aquella reunión de los presidentes autonómicos con Sánchez para abordar el asunto de la financiación de las comunidades autónomas. La noticia fue su abandono de la sala por el uso de traducción simultánea del catalán y del euskera, rompiendo así la estrategia popular y dando oxígeno al Gobierno.

Luego está Vox, al que no le importa convencer, pero sí impactar. Con Sánchez en la Moncloa están cómodos, pues cada día les ofrece una oportunidad para protagonizar el debate público. Abascal quiere que se hable de él. El qué se diga es una cuestión menor.

España vive enredada entre la polarización y el culto al yo, con repercusiones.

Por ejemplo, un partido político con tradición crítica, como el PSOE, se ha convertido en un club de fans en el que los groupies son los fontaneros de la organización.

Se sigue al líder como en una secta. Él es quien decide cuando un investigado judicialmente es inocente, y entonces se le ovaciona en los congresos o se le asciende políticamente –como fue el caso de Begoña Gómez o Pilar Sánchez Acera en Madrid– y decide qué es una política de izquierdas en cada coyuntura y cuál no.

Para Pedro Sánchez el Parlamento es un plató del que solo le interesa la fotografía que publicarán los periódicos y los ciudadanos no son más que la audiencia a la que dirigirse. El legado político que dejará es haber vaciado la democracia española, cuestión menor siempre y cuando el capítulo comience con su nombre y una imagen suya.