Historia

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Cuando lo malo es hacer historia

Es la primera vez que un candidato, después de pedir un mes de plazo, se presenta sin posibilidad alguna de obtener el respaldo necesario para ser elegido. Después del previsible fracaso de Sánchez, está por ver si el Rey le mantendrá el encargo para que lo vuelva a intentar con Podemos y sus comparsas

Cuando lo malo es hacer historia
Cuando lo malo es hacer historialarazon

Es la primera vez que un candidato, después de pedir un mes de plazo, se presenta sin posibilidad alguna de obtener el respaldo necesario para ser elegido. Después del previsible fracaso de Sánchez, está por ver si el Rey le mantendrá el encargo para que lo vuelva a intentar con Podemos y sus comparsas

Desde la aprobación de la Constitución del 78, ésta está siendo la investidura más difícil y la primera que puede resultar fallida. Todo es anómalo. Es la primera vez que un candidato propuesto por el Rey por representar a la fuerza más votada, ha rehuido de entrada someterse a la investidura. Mariano Rajoy consideraba que carecía de apoyos suficientes para superar la prueba con éxito, pero no renunciaba a intentarlo más adelante. El segundo aspirante, el socialista Pedro Sánchez, después de pedir un mes de tiempo para lograr apoyos suficientes y después de intentarlo a derecha e izquierda, se presenta por fin mañana con un programa de Gobierno pactado con Ciudadanos y ratificado por su partido, pero prácticamente sin posibilidad alguna de obtener el respaldo necesario de los representantes del pueblo, ni a la primera, ni a la segunda votación. Llega con una mano delante y otra detrás. Esto va a meter a Felipe VI en un serio compromiso, cuando más falta hace un Gobierno sólido para hacer frente a los graves retos que tiene España por delante y cuando la Corona empezaba a recuperar su prestigio. No sería bueno utilizar el trance constitucional de la investidura para fortalecer el liderazgo propio en el partido y para sacar ventaja en una campaña adelantada ante la previsible repetición de las elecciones en junio.

Aunque nunca se había llegado, a la hora de elegir presidente del Gobierno, a un bloqueo semejante, las investiduras no han sido siempre un camino de rosas. La primera de todas, la del primer presidente constitucional en 1979, fue tormentosa. Aquel día terminó el consenso. Cuando Landelino Lavilla, nuevo presidente del Congreso, dio la palabra a Adolfo Suárez, hubo protestas y pateos en la bancada de la izquierda, por la decisión de impedir el debate previo, y el líder socialista, Felipe González, que ni siquiera había llamado por teléfono para felicitar a Suárez por su triunfo en las urnas, pronunció un durísimo discurso, cargado de descalificaciones personales. Ese día se inauguró en España una forma bronca de hacer política, en la que ha faltado diálogo y ha sobrado sectarismo, en la que al adversario se le ha considerado enemigo. Lo de menos fue que Suárez obtuvo mayoría absoluta de la Cámara (183 síes) con los votos favorables de UCD, Coalición Democrática y Partido Andalucista. «Lo cierto es –ha escrito Martín Villa– que el acto de investidura fue un fracaso; quizá el comienzo del fracaso político de UCD y del propio Adolfo Suárez, quien, por otra parte, no merecía aquel recibimiento como presidente del primer Gobierno constitucional». Fue una investidura mal concebida y peor ejecutada. El Rey Juan Carlos le hizo llegar a primera hora de la mañana siguiente a la Moncloa una carta animándole, que había escrito en la madrugada de su puño y letra. Fue el único consuelo de la primera investidura.

El Rey Juan Carlos no tuvo complicaciones, durante su reinado, a la hora de designar candidatos a formar Gobierno. Nadie lo discutió. Estaba cantado. Mandaba el bipartidismo alternante. Pero sí hubo graves contratiempos. Cuando se votaba la investidura de Calvo-Sotelo, tras la dimisión de Suárez, el 23-F, irrumpió Tejero con sus guardias a tiros en el hemiciclo, y el Rey salvó la democracia aquella noche. En las sucesivas investiduras de Felipe González no hubo serios sobresaltos. Durante la etapa socialista, cuando no se disponía de mayoría absoluta, como ocurrió sobradamente en 1982, se contaba con el respaldo de los nacionalistas vascos y catalanes en un negocio de «do tu des», nunca gratis. Aún no se ha sabido, por ejemplo, con detalle los pactos que estableció Felipe González con Jordi Pujol, a cambio de su apoyo, cuando el dirigente catalán estaba con la soga al cuello por el caso de Banca Catalana. También Aznar en 1996 se vio obligado a pactar con los nacionalistas para sacar adelante su investidura. El PP sólo contaba con 156 escaños, lo que le obligó a negociar durante varias semanas hasta obtener el respaldo del PNV, CiU y Coalición Canaria. Los nacionalistas han venido haciendo hasta ahora de bisagra interesada de la vida española. Y Zapatero, volcado más a su izquierda, que es lo mismo que le pide el cuerpo a Pedro Sánchez, su discípulo aventajado, consiguió el respaldo para su investidura de ERC, IU y BNG. Puede que de aquellos polvos vengan estos lodos.

Después del previsible fracaso de su investidura esta semana, difícilmente se resignará el joven candidato socialista, digan lo que digan los barones y los patriarcas del partido, a renunciar a volver a intentarlo con Podemos y sus comparsas situadas en los bordes del soberanismo, caso de que el Rey le mantenga el encargo, que está por ver. Es la primera complicación seria del reinado de Felipe VI . En esto de las investiduras, que nunca han sido inocuas, su padre tuvo más suerte.