Opinión
Doble investidura de Puigdemont
La humillación al Gobierno de España está hecha. Quedan por fijar dos términos para demostrar la sumisión completa
La estrategia de Puigdemont pasa por hacer sufrir lo más posible al PSOE y a ERC para conseguir una doble investidura: en España y en Cataluña. Alargando la negociación, marcando los tiempos y señalando los contenidos quiere quedar por encima de sus dos enemigos: el Gobierno y su competidor catalán. Conoce la debilidad de Sánchez, consistente en ceder sin contrapartida con tal de tener los votos suficientes para la investidura. Los tendrá, claro, pero quiere que la opinión pública sea consciente de que quien manda en España y Cataluña es Puigdemont, no el líder del PSOE o Junqueras. El grado de dependencia que establezca Junts ha de ser tan superlativo que parezca que es Puigdemont el investido.
William H. Riker, politólogo norteamericano, sostenía que la clave de la negociación es el control de los tiempos. Una vez constatado que una parte tiene prisa para llegar a un acuerdo, es posible que la otra imponga el pacto como una humillación a plazos. Esto sucede especialmente si el que no mira el calendario no tiene nada que perder, como es el caso de Puigdemont. Sánchez lleva un mes sometido a las condiciones de Junts. Primero fue defender el uso del catalán en las instituciones representativas, como el Parlamento europeo y el Congreso de los Diputados. Lo hizo. Luego que fueran a negociar a Bruselas, a su casa, como muestra de pleitesía. Allí marcharon, y alguno casi se quedó allí, como Santos Cerdán.
El siguiente paso para la humillación de Sánchez fue que pronunciara la palabra "amnistía". A los socialistas se les había impuesto el tabú para que la hemeroteca no les dejara en evidencia. Incluso buscaron algún eufemismo con la colaboración inestimable de su maquinaria mediática. No fue suficiente. Puigdemont quería más, deseaba que Sánchez quedara al descubierto. Y así pasó en el Comité Federal del PSOE. El presidente en funciones confesó su golpe al Estado de Derecho para el paso a una democracia iliberal que permita su permanencia en Moncloa. Junts exigió que Sánchez dijera que estaba dispuesto a anular al poder judicial, y eso hizo.
A partir de ahí, la humillación al Gobierno de España está hecha. Quedan por fijar dos términos para demostrar la sumisión completa. El primero es que el relator sea internacional. Sánchez quiere que sea Zapatero, que lleva haciendo méritos para el cargo desde hace meses. Junts insiste en que sea un extranjero para que se visualice que es un conflicto entre dos naciones, porque si es un socialista español parecería una cuestión interna del país. El segundo término es el alcance de la amnistía para que los condenados e investigados por el golpe de 2017, incluso los delincuentes anteriores, queden en libertad gracias a Puigdemont, no a Sánchez ni a ERC.
Esquerra se apuntó el tanto de los indultos, la eliminación de la sedición y la rebaja de la malversación. ERC se presentó como el partido catalán capaz de torcer la mano del Gobierno español, máxime si estaba sobre la mesa la cuestión del referéndum pactado. Eso era intolerable para Junts, que había quedado fuera de juego, y en un quinto lugar en las elecciones del 23-J. Pero los de Puigdemont tenían una posibilidad de recuperarse en Cataluña porque ERC perdió 400.000 votos y 6 diputados en las últimas generales respecto a 2019. Además, Aragonès gobierna en minoría en el Parlament. Es el momento de recuperar el protagonismo del movimiento independentista, de volver a 2017, cuando Puigdemont era Presidente. Porque esa es la cuestión, retroceder en el tiempo hasta llegar al 1-O pero con el Gobierno de España a favor de los golpistas.
El resultado, en definitiva, sería la doble investidura de Puigdemont. Por un lado, la negociación con el PSOE mostraría que quien manda en España es él y que Sánchez es su delegado, a modo de un títere humillado. Por otro lado, la época de Aragonès quedaría como una transición infecunda, un ínterin hasta la vuelta del Presidente legítimo de Cataluña.
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