Armamento
España y el baile internacional por conseguir un caza de sexta generación
Este mes saltó la noticia de que Alemania no solo se plantea abandonar el proyecto con Francia y España, sino que estudia unirse al de Reino Unido
España aún no se ha decidido sobre la más que posible compra de un avión de combate de quinta generación (el famoso F-35, muy superior a los cazas de cuarta con los que ahora cuenta el Ejército del Aire y del Espacio) y, sin embargo, ya está plenamente sumida en el ambicioso proyecto que le permitirá disponer de un modelo de sexta generación en torno a 2040. Junto a España, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Suecia también orbitan con mayor o menor protagonismo entre los dos proyectos que persiguen a este lado del Atlántico la obtención de sendos futuros sistemas aéreos de combate, en los que se contempla mucho más que un nuevo caza. Ambos componen los mayores programas de armamento de la historia del viejo continente, con la singularidad de que, lejos de buscar sinergias para ofrecer un frente europeo común en un ámbito tan competitivo como éste, se disputan un espacio en el que muchos consideran que sólo hay hueco para uno.
Mientras Estados Unidos asegura que hace ya tres años logró hacer volar por primera vez su futuro caza de sexta generación, aunque aún no han trascendido imágenes de este programa ultrasecreto denominado NGAD (siglas en inglés de Dominio Aéreo de Próxima Generación), aquí el FCAS/SCAF (siglas en inglés y francés de Futuro Sistema Aéreo de Combate), que de momento implica a Francia, Alemania y España, no prevé poner en el aire su avión de combate de nueva generación (NGF) antes de 2029. Entre tanto, se consolida la iniciativa acordada a finales del año pasado por Reino Unido con Japón e Italia conocida como GCAP (Programa Aéreo de Combate Global), que quiere volar su prototipo un año antes, en 2028.
¿Qué quiere Europa?
Las características que todos estos programas ansían para el futuro avión que derive de cada uno de ellos, a los que van a dedicar muchas decenas de miles de millones de euros, se concretan en elementos como el sigilo extremo (mucho mayor del que ya califica a los actuales aviones de quinta generación), el buen desempeño a múltiples velocidades (desde debajo de la velocidad del sonido hasta más de cinco veces por encima de ésta) y la capacidad de gestionar por sí mismo la operación de una serie de drones que actuarán vinculados a él, entre otros avances de unos sistemas de armas que irán cargados también de multitud de tecnologías y componentes muy superiores a los actuales. A partir de mediados de la próxima década comenzarán a estar listos estos desarrollos que pasarán a formar parte del arsenal de numerosos países, implicados en su desarrollo o a través de compras por ingentes cantidades.
El reto, y las dificultades para lograrlo, son de tal calibre que el Senado francés llegó a recoger en un informe de 2020 la imperiosa necesidad de que los dos proyectos que implicaban entonces a Europa de estos desarrollos (el FCAS y el Tempest, precedente encabezado por Reino Unido del actual GCAP) confluyesen en uno solo como única vía para que resultasen realmente viables, al tiempo que adelantaba las escasas posibilidades de que tal unión acabe de producirse.
El propio consejero delegado (CEO) de Leonardo, el gigante aeroespacial que lidera el compromiso industrial italiano en el GCAP, reveló hace unos años, cuando se sumó al entonces programa Tempest, que su objetivo final pasaba por una futura fusión de ese proyecto con el FCAS germano-franco-español. Desde Airbus, que por su parte representa el esfuerzo alemán en el FCAS, su CEO coincidió tiempo después en la misma idea, apoyado, entre otros, por el mismísimo jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea de Alemania), que en 2021 reveló haber mantenido conversaciones con sus homólogos de Italia y Reino Unido con este propósito.
¿Qué hay ahora mismo?
De momento lo que va trascendiendo, lejos de estos deseos de unidad, son constantes distensiones, y ya no sólo entre ambos programas, sino en el seno de los mismos. Italia no encajó del todo bien pasar de su acuerdo previo con Reino Unido y Suecia en el proyecto Tempest a ser ahora el tercer socio de un renovado programa, el GCAP, del que además de Reino Unido también comparte espacio con la poderosa Japón. El temor a quedar relegada ante dos gigantes aeroespaciales llevó a Roma a recordar hace dos meses, a través de un comunicado de su Ministerio de Defensa, que el acuerdo se basa en un “programa trinacional real basado en el principio de reparto equitativo”. De este modo intentó de diluir las suspicacias que la agencia británica de noticias Reuters levantó semanas antes al poner el foco en un posible liderazgo británico, por su mayor experiencia en el desarrollo de aviones de combate, y en el dominio superior que este último mantiene junto con Japón en el diseño y fabricación de este tipo de aparatos.
Entre tanto, Suecia, que ya fabrica aviones de combate de cuarta generación (sus Gripen son uno de los tres únicos cazas europeos que se producen en la actualidad, junto al Eurofighter, desarrollado por Reino Unido, Alemania, Italia y España, y el Rafale francés), ha optado por quedar fuera de momento. Estocolmo, con toda la paciencia del mundo, se ha marcado 2031 como el año en que anunciará si se une a alguno de los programas ahora en marcha, o bien si pasará a desarrollar su propio proyecto o incluso si acabará adquiriendo el producto ya terminado de otro.
Los desencuentros han sido más pronunciados en el caso del FCAS, que nació en 2017 de un empeño directo del presidente francés Enmanuel Macron y la entonces canciller alemana Angela Merkel, y al que en 2019 se unió España. El líder industrial francés del proyecto, Dassault Aviation, mantuvo durante más de un año bloqueados los avances por su disputa con Airbus (Alemania) acerca del protagonismo que cada uno iba a tener en el desarrollo del futuro caza. Las disputas concluyeron sobre el papel hace ahora un año, con la firma de un primer contrato entre las tres partes (el liderazgo industrial español lo lleva Indra) valorado en 8.000 millones de euros. Pero, en realidad, las tensiones continúan.
Este verano trascendió que el nuevo plan de defensa de Francia para el periodo 2024-2030 incluye una notable financiación para una versión modernizada de su caza Rafale, junto a un ambicioso programa de nueva aeronave no tripulada que podrá operar junto al avión. Estas circunstancias llevaron a algunos especialistas a destacar que lo que Francia estaba anunciando era la obtención de capacidades muy similares a las previstas en el FCAS, pero una década antes y por menos coste. Y con la ventaja de no tener que compartir con nadie la propiedad intelectual ni la soberanía industrial de estos avances.
En este punto conviene tener en cuenta el buen desempeño que el Rafale está obteniendo en los mercados internacionales. El avión francés, nacido de la escisión de un programa con varios socios que dio lugar por otro lado al Eurofighter, ha vendido en el extranjero más del doble de unidades que éste (310 Rafale frente a 151 Eurofighter). Si bien hay que tener en cuenta que el del Eurofihgter es un programa conformado por cuatro países, de modo que, contando las adquisiciones locales, en total ha vendido más unidades que el avión de Dassault (681 Eurofighter frente a algo menos de 600 Rafale).
La expectativa francesa de acabar desarrollando su propio avión de combate tras haber iniciado un programa conjunto con otros países recuerda a lo ocurrido hace unas décadas. En 1983 arrancó una iniciativa con Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y España como socios. Pero finalmente, en 1985, tras diversos desencuentros derivados principalmente de la necesidad francesa de contar con una versión desplegable en portaaviones (al igual que ocurre con el FCAS), París se decidió por emprender un programa por separado, lo que derivó en el desarrollo del actual Rafale, mientras el resto de implicados sacaron adelante el Eurofighter. Ahora, los tres aliados del FCAS han confirmado su compromiso de que el futuro caza cuente con una versión naval, algo que inicialmente solo beneficia a Francia, única de los tres con un portaaviones capaz de operar con ellos.
El temor a un nuevo abandono de París quedó en gran medida diluido el mes pasado, gracias al compromiso francés de dedicar en los próximos cuatro años 1.300 millones al nuevo programa conjunto con Alemania y España. Duró poco, porque al comenzar este mes el principal periódico británico, The Times, reveló que Alemania es ahora la que, no solo se plantea abandonar el proyecto FCAS sino que, estudia incluso unirse al GCAP. A esta información siguieron desmentidos y, hace unos días, las declaraciones del director militar de la parte francesa del programa, el general de división Jean-Luc Moritz, asegurando que existe “un buen ambiente de trabajo y se están cumpliendo los plazos”. Además, aclaró a la prensa que no ve nada que le lleva a pensar que Berlín pudiera abandonar sus compromisos y pasar a formar parte del proyecto italo-británico-japonés GCAP.
Es más, el general Moritz confirmó la futura incorporación de Bélgica al FCAS, en un primer momento como observador, pero con la intención de convertirse más adelante en socio de pleno derecho, como ya bosquejó Macron el pasado junio. Por cierto que la expectativa de que Bruselas se sume a los esfuerzos ya realizados no fue recibida entonces con mucho entusiasmo por Berlín, ante un horizonte en el que habría que renegociar la participación de cada país en el proyecto, ahora compartido al 33% por los tres socios.
¿Qué puede aportar Bélgica a un avanzado proyecto aeroespacial de este calado?
Algunas voces argumentan que su entrada en el FCAS responde a la ambición francesa de contar con un aliado importante en esta enorme empresa de desarrollo de un avanzadísimo avión de combate, que llegará con innovaciones que van mucho más allá, como el nuevo motor que lo propulsará; nuevos drones asociados; una nube de combate, que conectará todas estas aeronaves digitalmente; un sistema de simulación; los sensores que equiparán las nuevas plataformas y la tecnología de sigilo con la que se les dotará para que resulten lo menos detectables posible.
Aún quedan años por delante para continuar en este juego de intereses, recelos y alianzas al que con probabilidad se sumarán nuevos participantes. No obstante, los socios del FCAS han mostrado en distintas ocasiones estar abiertos a la posibilidad de compartir proyecto con más países, siempre y cuando sean europeos, eso sí. En el caso del GCAP, el relativo aislamiento con el que quedó Reino Unido tras el Brexit quizá explique el afán que desde los tiempos de su proyecto Tempest ha mantenido por encontrar socios más allá, como el que finalmente halló en Japón, tras algunas aproximaciones previas a Turquía que no llegaron a cuajar.
Ya sea un único caza nacido en el seno de Europa, con más posibilidades de venderse bien en el mercado internacional, o se trate de dos, con las dificultades que esto comportará, lo que es seguro es que se tendrá que medir como verdaderos contrincantes, más allá de lo comercial, ante los proyectos que también aparecen en oriente, principalmente por parte de Rusia y, ante todo, China.
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