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Opinión

De fiasco en fiasco

Marlaska gobierna el ministerio como su cortijo, a golpe de arbitrariedad, acumulando disparates y decisiones injustas

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska Blanca MillezEFE

Nunca un ministro tan cuestionado y censurado estuvo tan firme en el Gobierno. Parece como si Pedro Sánchez lo premiara cada vez que comete un error, algo por lo demás habitual. El último, esta pifia de la condecoración a uno de los mandos policiales, ahora jubilado, que ha sido detenido junto a Francisco Moar en una operación contra el narcotráfico en Canarias. Se le premió, según la información que revela hoy LA RAZÓN, por su «correcta conducta, dedicación, lealtad e integridad en la prestación del servicio policial», cuando ahora sabemos que está siendo investigado por un presunto delito de «pertenencia a organización criminal, tráfico de estupefacientes, blanqueo, cohecho y falsedad documental».

En fin, que al ministro preferido de Sánchez no parece acompañarle la fortuna. O igual sí, pues pese a sus incesantes trompicones, cada vez está más firme en el Ejecutivo. Yolanda Díaz y Sumar han pedido su cabeza, igual que antes lo hicieron, en diferentes momentos, socios tan reputados del Gobierno como ERC, Junts, Podemos, Bildu y hasta el PNV. Claro que siempre lo hacen con la boca pequeña. A nadie le cabe duda de que, si Puigdemont se pusiera bravo contra el ministro, nuestro hombre en Interior no duraba un minuto.

Pero la sangre nunca ha llegado al charco, y eso hace que el titular de Interior resista en Castellana-5 pese a sus continuados fiascos. Igual es que sabe cosas que Sánchez no quiere que se sepan, sobre Ábalos, Marruecos o Venezuela, y la mejor manera de evitar que diga lo que no debe es mantenerlo en el Ejecutivo. Tampoco debería fiarse en exceso el presidente de su inestable magistrado, hoy en excedencia, aspirante a una cartera con los gobiernos del PP. Los de Feijóo no lo quieren ya ni en pintura, aunque los que le conocen bien, aseguran que el vasco estaría encantado de formar parte de un Gobierno popular, algo que no ocurrirá. Últimamente va de socialista, pero ni Sumar ni Podemos le perdonan su pasado azulón. Por eso le atacan con fiereza cada vez que surge un nuevo caso. Antes de las balas israelitas, Aldama le implicó en el affaire de las mascarillas.

Ya casi no nos acordamos, pero Marlaska agasajó al comisionista con una medalla, nada menos que de la Guardia Civil, pese a que el Gobierno entero se dedicó a llamarle «Anacleto, agente secreto de la Tía y la Cía». Pues Anacleto Aldama parece que tenía relaciones con el ministro-magistrado, o al menos eso se deduce como consecuencia de aquel galardón nunca bien aclarado.

El cargo de ministro del Interior siempre ha tenido complicaciones. Aun así, Marlaska supera a todos sus predecesores en antipatía. A Barrionuevo no le quería la izquierda, pero estaba bien valorado en las encuestas. Igual que Corcuera, Asunción, Mayor Oreja o Rubalcaba.

Los españoles estimaron siempre a quien estaba al frente de un ministerio tan complicado. La excepción es él. El buen nombre que tuvo en el pasado como juez lo ha dilapidado por completo a lo largo de estos años de errores, turbulencias, rencillas internas, simulacros y compadreo con el independentismo y los bildutarras.

Le persiguió el episodio de la tragedia en la valla de Melilla, donde brilló casi todo salvo la verdad. Con frecuencia nuestro ministro se parapeta tras la Policía Nacional y Guardia Civil, aunque su consideración en ambos Cuerpos es ninguna. Desde los tiempos de la purga a de Pérez de los Cobos le acompaña la fama de perseguidor. Gobierna el ministerio como su cortijo, a golpe de arbitrariedad, acumulando disparates y decisiones injustas. Lo dicen los sindicatos y también muchos de sus subordinados. No parece que exageren. Más bien se quedan cortos.