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Opinión

La guerra de Pepote

Juan Espadas achicharrado y otros 4 años de “morenismo” asegurado. No me extraña que el artículo del expresidente Borbolla, que lleva años cabreado, sentara tan mal

José Rodríguez de la Borbolla EUROPAPRESS

En los buenos tiempos de la infancia democrática le tocó a José Rodríguez de la Borbolla ser presidente de la Junta de Andalucía. Había que renovar una comunidad que en muchas zonas permanecía aún en el siglo XIX y colocar a Sevilla en el XXI gracias a la EXPO’92.

Aquella dualidad sirvió para fomentar un “odio” hacia la capital andaluza hoy superado. En Madrid, los socialistas andaluces miraban asombrados desde el ático del poder, sonrientes por una situación apenas soñada diez años antes, cuando la militancia se contaba con los dedos de las manos. Los gozosos ochenta les convertían en todopoderosas estrellas pop que gobernaban y repartían millonadas para transformar España.

Por alguna razón, o simplemente de manera natural, aquello pinchó y los socialistas, ni en la etapa de Zapatero en el Gobierno, volvieron a acariciar un momento tan dorado de fama y aceptación popular. En ese contexto de verdadero “poder”, “Pepote” tuvo que enfrentarse a más de una guerra interna, nunca mejor dicho, de la que nació una corriente con bastante peso hasta hace sólo unos años.

Ahora ya no queda ni eso, porque su partido recorre sus 40 años del desierto, en clave interna, pese a gobernar; paradojas de la vida. Es tal el personalismo de Pedro Sánchez que desde los intestinos de su casa te cuentan cómo su mano directora llega a los más ridículos resquicios, alcanzando hasta las conciencias de la militancia.

Efectos: Juan Espadas achicharrado y otros 4 años de “morenismo” asegurado. No me extraña que el artículo del expresidente andaluz, que lleva bastantes años cabreado, sentara tan mal en el actual cocedero meridional de voluntades para que se hayan lanzado así a su cuello, como buenos pelotas profesionales que son.

Pepote muestra, a la claras, que es cierto que “nunca un partido ha caído tan bajo” y por eso le zurran los conmilitones que sobreviven en la mamandurria, demostrando precisamente la radicalización a la que está sometida una organización que tampoco admite a García-Page. “Se terminará arrepintiendo”, le sugieren. ¿Para cuándo la cabeza de caballo en la cama?

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