20 años del 11M
Si hubiera cogido ese tren...
Cada mañana se subían a alguno de los vagones en los que exploraron las bombas. Aunque no son víctimas ni supervivientes aseguran que, pese a que el azar estuviera de su parte aquel fatídico día, también acumulan traumas pensando «cómo habría sido mi vida si no hubiera surgido aquel imprevisto»
Todos los días cogían el tren con dirección a Madrid. En Alcalá de Henares, en El Pozo... A la misma hora. Siempre. Cada mañana. Pero aquel jueves del 11 de marzo 2004 no lo hicieron.
El azar, las circunstancias, el destino hizo que se libraran de las bombas mortales que supusieron un punto de inflexión en la historia de España. Una consulta médica, una huelga estudiantil, un cambio de última hora en el trabajo hicieron que se salvaran. Aun así, todavía se les disparan los latidos del corazón cuando recuerdan que esta casualidad habría cambiado el rumbo de su vida de haberse subido a los vagones siniestrados.
Algunos de ellos, dos décadas después de aquello y, por supuesto, sin compararse con las víctimas, sus familiares o los supervivientes de los atentados, explican a LA RAZÓN, cómo recuerdan aquel día e incluso las secuelas emocionales que les dejó el atentado, aunque ellos no lo vivieran en primera persona.
«Podría no estar contándote esto. Tengo que reconocer que arrastro algún tipo de trauma desde entonces, no sé cómo describirlo. Aún hoy lo tengo muy presente y cada vez que se celebra alguna fecha conmemorativa de aquello lo paso fatal», confiesa Susana Torres a este diario. Ella siempre cogía el tren que hacía la ruta desde Alcalá de Henares hasta Atocha para estar a las 8.30 en su puesto de trabajo, así que el suyo era el de las siete de la mañana. «Sin embargo, en el trabajo me acababan de ofrecer la posibilidad de un día a la semana entrar más tarde. Escogí el jueves. Así que aquel día no me subí al vagón que más tarde explotaría», recuerda con emoción.
Aquel 11-M estaba arreglándose, terminando de desayunar y ultimando los quehaceres hogareños cuando le llamó su padre y le dijo que no me subiera al tren porque había ocurrido algo muy grave y que era mejor que cogiera el autobús. «Puse las noticias y vi que era cierto, pero iba con tanta prisa que no presté demasiada atención. Salí de casa sin saber la magnitud del atentado. Ya en la carretera empecé a ver militares, había mucho atasco y comencé a tomar conciencia de lo que había ocurrido. De repente mi móvil no paraba de sonar. Mis familiares, mis amigos, mis compañeros de trabajo me llamaban para ver dónde estaba. Ellos sabían que yo cogía ese tren cada mañana y pensaban que me había ocurrido algo. Yo les calmé diciendo que justo ese día entraba más tarde a trabajar y que estaba bien».
En medio del atasco y con «bastante agobio me bajé del autobús y una chica muy amable se ofreció a llevarme de vuelta a casa en su coche. Nunca la había visto, nunca más volví a saber de ella, pero agradecí su amabilidad. En estas circunstancias todos sacamos lo mejor de nosotros», recuerda Susana.
Una vez en casa, comenzó a ver las imágenes y pensó: «Dios mío, de la que me he librado, podría encontrarme ahí ahora mismo. No estaba en mi destino, pensé, pero lo viví con muchísima angustia, la cual me dura todavía hoy. No paraba de ver dónde había sido la explosión exactamente, en qué vagón... Conocía a la gente que iba siempre en el mismo sitio, como yo. Date cuenta de que todos los días íbamos los mismos en esta ruta», detalla esta mujer que entonces tenía 29 años. Además, reconoce que de vez en cuándo piensa cómo habría cambiado su vida de haber sido una víctima: «Un vecino mío sobrevivió y lo ha pasado muy mal, si a nosotros nos dejó tocados, imagínate a ellos, eso te marca de por vida, no te recuperas. Yo cojo el tren con cierto miedo y no se me olvida la siguiente vez que me subí. Fue el mismo lunes. Mi madre no quería dejar que fuera en tren, pero había que retomar la vida. El primer viaje fue horrible. Había un silencio que nunca más he vivido y, además, pasábamos por las vías al lado de los vagones destrozados. Se nos caían las lágrimas a los que íbamos dentro. Te aseguro que desde aquel día nunca más volví a ver ni una imagen, documental o película sobre el 11-M. No puedo».
El mismo trauma golpea a Ana Pérez. Ella hacía la ruta Sierra de Guadalupe-Atocha todas las mañanas, salvo aquel jueves que tuvo que quedarse acompañando a su madre que estaba recién operada: «Iba siempre en el de dos plantas con varias amigas y conocidas del trabajo. Llegábamos un poco antes para desayunar juntas antes de empezar. Aquella mañana me despertaron las llamadas de teléfono de familiares y compañeros de trabajo. No entendía nada, no sabía de que me estaban hablando. Al poner la televisión pensé que aquello era una película, no me lo podía creer. ‘‘No es real, no está pasando’’, me repetía una y otra vez. Yo en ese momento estaba más o menos calmada, pero mis seres queridos estaban muy angustiados porque como la telefonía aquel día funcionaba fatal no conseguían localizarme».
Por esto, Ana explica a LA RAZÓN que «cada aniversario me duele, se me vienen a la cabeza pensamientos terribles. Yo me salvé por una casualidad que podría haberle ocurrido a cualquier otro. Me libré porque operaron a mi madre y cuando lo pienso me revuelvo por dentro». De hecho, confiesa que desde aquel día no ha vuelto a subirse a un tren: «No puedo, me pongo malísima, también acumulo pequeños traumas desde aquel día, así es la mente. Por ejemplo, no puedo estar en sitios con muchas aglomeraciones».
Ana, que vive cerca de la estación de Sierra de Guadalupe reconoce que conocía a gente que falleció, «por ejemplo a la prima de una amiga mía», otras conocidas que llegaron ese día con retraso al tren «se quedaron atrapadas en la zona de Recoletos porque se cortó el suministro eléctrico, otras que cogían mi misma ruta aquel día llegaron un poco antes y se salvaron. No paro de pensar desde entonces cómo un minuto, una decisión sin saber sus consecuencias o el propio azar puede cambiar tu vida por completo. ¿Cómo estaría yo de haberme subido a ese tren?», reflexiona con angustia.
«Yo podría haberme quedado sin madre», añade seria Sofía que ahora tiene 27 años. Fue ella la que cambió el rumbo de la historia de su familia al ponerse mala. «Mi madre estaba divorciada y se encargaba de mi hermano y de mí. Aquella mañana yo no quería ir a clase porque no me encontraba muy bien y le dije que me llevara al médico. Ella insistía en que no era necesario, pero me puse tan pesada que al final fuimos», dice.
Su insistencia las salvó. Y es que, su madre, cada día cogía el tren desde Alcalá de Henares rumbo a la capital a la hora precisa en la que se cometieron los ataques terroristas. «Me traumatiza la idea de haberla podido perder. El azar hizo que pudiéramos seguir nuestras vidas con normalidad. Ojalá las personas que sí que lo cogieron, como cada mañana, hubieran tenido la suerte que nosotros. La vida, a veces, es un cúmulo de casualidades. En esta ocasión a nosotros nos salvó», sentencia.
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