Elecciones Generales 2016

La hora de ser líder (o no)

Sánchez busca, permitiendo que gobierne el PP, asumir un rol de hombre de Estado, una posición que le consolidaría en clave externa pero que podría complicar su reelección

El líder del PSOE, Pedro Sánchez, ha aparcado las negociaciones para el Congreso este fin de semana y ha visitado el festival de música indie FIB
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, ha aparcado las negociaciones para el Congreso este fin de semana y ha visitado el festival de música indie FIBlarazon

Sánchez busca, permitiendo que gobierne el PP, asumir un rol de hombre de Estado, una posición que le consolidaría en clave externa pero que podría complicar su reelección

Dos intervenciones públicas desde las elecciones del 26 de junio, dos ocasiones que Pedro Sánchez ha aprovechado para recordar que hace 24 meses fue elegido secretario general del PSOE «con el voto libre, directo y secreto de los afiliados». Aunque el líder socialista no pierda la oportunidad de celebrar semejante efeméride, lo cierto es que estos años al frente del partido han supuesto un ejercicio de resistencia titánico. Apenas había desembarcado en Ferraz cuando su principal valedora –Susana Díaz– le retiró su apoyo públicamente, cuestionando algunas de sus primeras decisiones. Desde entonces, la contestación interna no ha cesado, aunque Sánchez haya ido sorteando las presiones y la convocatoria de un 39º Congreso que está llamado a renovar o legitimar su liderazgo. La eventual abstención del PSOE para facilitar la investidura de Mariano Rajoy irrumpe ahora como la nueva encrucijada a la que se enfrenta el secretario general. La hora de demostrar si tiene talla de líder o no.

La vorágine electoral en la que se ha visto sumido el PSOE durante los últimos meses ha servido para marcar el pulso a la dirección. Los resultados de las municipales y autonómicas fueron preocupantes, pero el margen de maniobra que dieron para llegar al poder –apoyados en pactos puntuales con Podemos y otras fuerzas– devolvieron al partido a cuotas de poder territorial que permitieron tomar aire a Ferraz. El varapalo electoral llegó en diciembre, cuando –con Sánchez como candidato– el partido marcó su peor resultado histórico (90 diputados). El líder socialista esquivó el motín interno y enarbolando la ficción de que podía formar gobierno, sitúo al PSOE en el centro de la escena política durante meses y desarticuló cualquier intento de removerle de su puesto, mientras estuviera inmerso en negociaciones para llegar a La Moncloa. El fracaso en su investidura y la repetición de las elecciones –en la que se auguraba una nueva debacle– despejaron el camino de Sánchez de rivales, que renegaban de quemarse antes de tiempo.

Como candidato único, el líder socialista volvió a romper el suelo histórico del partido. 85 diputados que le cerraban cualquier vía para intentar un gobierno alternativo al del PP, aunque Sánchez no haya querido desechar, aún, esta tesis. Ahora en un escenario inédito y complicado, que nadie rivaliza por gestionar, el secretario general socialista se enfrenta a una situación casi catártica. Debe decidir entre una posición inmovilista que provoque unas terceras elecciones o adoptar un rol de partido de Estado y facilitador de la gobernabilidad. El secretario general busca la fórmula para –con el apoyo previo de Ciudadanos– asumir la abstención como una postura propia ante los barones y la militancia. Una posición arriesgada que busca revestir de un manto de estabilidad. Sánchez quiere trasladar la idea de que, frente a quienes le acusan de que sólo busca su supervivencia política, es un líder con sentido de Estado que antepone los intereses de España sobre los del partido. Una tesis defendida por la vieja guardia del partido, que choca –sin embargo– con parte del núcleo duro de Pedro Sánchez, anclado en el bloqueo.

Esta postura, que le serviría para consolidarse en clave externa no le asegura –sin embargo– un reforzamiento interno. Favorecer que gobierne Mariano Rajoy lleva aparejado el riesgo de quedar desacreditado como candidato frente a la militancia, que es –al fin y al cabo– quien elegirá al próximo secretario general. Con su voto en la investidura de Rajoy, el PSOE y Sánchez se juegan mucho más que elegir el signo del Gobierno de España, también condicionan la lucha por el liderazgo del partido. Esta es la razón por la que los barones territoriales que defienden que no se impida gobernar a Rajoy, no lo explicitan abiertamente en público –con la excepción del presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, que abanderó la «abstención mínima» desde el primer día–.

Con la vista puesta en el proceso congresual, que se celebrará una vez se haya formado gobierno, los dirigentes no quieren comprometer su credibilidad ante las bases y han virado notablemente su criterio: en diciembre aseguraban que cualquier decisión para alumbrar un ejecutivo debía pasar por el Comité Federal –órgano en el que tiene poder de decisión todos los territorios–, mientras que ahora se exhibe que la responsabilidad y cualquier decisión debe ser asumida por Sánchez en solitario, porque como líder del partido le corresponde esa carga. Aunque en privado estos dirigentes han prometido su «lealtad» al secretario general ante la contradicción ideológica que supone la abstención, nadie duda que –llegado el momento de la pugna por el liderazgo– no dudarán en exhibir su flaqueza ante el PP.