Política

75 cumpleaños de la Reina

«La infancia del exilio que forjó su carácter», por Carmen Enríquez

Doña Sofía, en el año 1954, toma una fotografía en presencia de su hermano Constantino, durante una excursión cerca de la ciudad de Atenas
Doña Sofía, en el año 1954, toma una fotografía en presencia de su hermano Constantino, durante una excursión cerca de la ciudad de Atenaslarazon

Las personas que aún piensan que la Reina Sofía es una persona que se crió entre algodones, con una corte de solícitas damas pendientes de cualquier deseo o capricho de la princesa, están muy alejadas de la realidad en la que se educó y se formó el carácter de la actual Reina de España.

Su biografía, reflejada ampliamente en el libro «Doña Sofía. La Reina habla de su vida», está cuajada de circunstancias adversas que ella vivió durante su infancia y juventud y que, sin duda, le ayudaron a encarar la realidad en cada momento de su vida, por muy dura y difícil que haya sido. Ella ha demostrado a lo largo de los 75 años que acaba de cumplir que es una persona que se sabe adaptar a la situación, que los retos son desafíos que merece la pena superar, que los obstáculos se interponen en el camino de las personas no para ir atrás sino para seguir adelante con más fuerza que nunca. Así se lo enseñaron sus padres, el Rey Pablo de Grecia, a quien ella adoraba, y su madre, la Reina Federica de Grecia, una mujer de carácter decidido y fuerte que conseguía prácticamente todos sus propósitos. Con ellos y también con sus hermanos, Constantino e Irene, aprendió el valor de una familia unida en la que apoyarse los unos en los otros era prioridad absoluta.

Con dos años y medio, en la primavera de 1941, Sofía de Grecia marcha al exilio. La invasión de su país por las tropas nazis obliga a salir de Atenas a toda la Familia Real griega. La primera escala fue en la isla de Creta, donde ella y su familia se alojaron en la primera de las 22 viviendas en las que vivieron durante los cinco años y medio que duró el exilio. Luego se trasladaron a Alejandría, donde permanecieron varios meses y desde allí partieron a Suráfrica, a Ciudad del Cabo, un lugar en el que, a pesar de las penalidades que pasaron –una de las casas estaba infectada de ratas– la Reina conserva recuerdos alegres y felices que tuvo ocasión de rememorar en el viaje oficial de los Reyes a Suráfrica en 1999. Al término de la Guerra Mundial y antes de regresar a Grecia, un tiempo de espera en Alejandría, con penurias de nuevo, y por fin el retorno a Atenas.

El regreso a Grecia y el internado de Salem

En 1946, la Familia Real griega vuelve a Atenas y un año más tarde Pablo de Grecia se convierte en Rey tras la muerte repentina de su hermano. La vida cambia para la Princesa Sofía al trasladarse al Palacio Real de capital griega y empezar una etapa en la que la educación de ella y sus hermanos se alternaba con visitas a las zonas más recónditas de Grecia, destrozadas por la guerra. No era una vida divertida, sino una época en la que todos aprendieron que pertenecer a la realeza significaba ponerse al servicio de su pueblo. Y a ello se dedicaron, saltando de una isla a otra para llevar a los ciudadanos helenos su apoyo.

Para completar la formación de la Princesa, sus padres la mandaron a un internado en la ciudad de Salem que a pesar de que doña Sofía reconozca ahora que «fue muy útil ir a ese colegio en Alemania» la realidad es que le costó un gran esfuerzo separarse de su familia durante aquellos tres años. Ella reconoce que integrarse en un sistema de educación mixta en el que se daba gran libertad y responsabilidad a los alumnos fue muy positivo. Pero también que «no fue lo que se dice una buena estudiante». Al regresar a su país, decidió estudiar puericultura en la Escuela de Mitera, dado su interés por el mundo de los niños. Adquirió una buena formación en el cuidado de los recién nacidos, que le ha sido de gran utilidad con sus propios hijos e incluso con sus nietos.

Vegetariana por una promesa

Ella, en el libro citado anteriormente, se define como «reposada, introvertida y algo tímida». Más parecida a su padre que a su madre, una mujer que Doña Sofía describe como «muy enérgica, de una gran fortaleza e interesantísima». Presume de tener «buena salud y mucha suerte por ello», de dormir muy bien por las noches y de que no haya nada que se lo impida, que cuida su dieta sin pasarse de las mil o mil y pico calorías diarias, que disfruta con la comida española, especialmente con la tortilla de patatas y el gazpacho –que no le importaría tomar todo el día, en el almuerzo y en la cena también–. La Reina no es vegetariana, sino que no toma carne debido a una promesa que hizo durante la enfermedad de su padre y porque no le gusta. Le encanta el pescado, el arroz y la paella, y es golosa, sobre todo con el chocolate.

Según los que le rodean, doña Sofía es detallista, muy curiosa, pregunta sin parar hasta llegar al fondo de las cosas, le encantan los animales, especialmente los perros, de los que tiene normalmente diez o doce que manda traer a sus habitaciones de dos en dos para disfrutar de ellos. También se ocupa de los gatos que acuden hasta sus dependencias para que les den de comer y luego desaparecen porque, dice, «son muy independientes». Pero no queda ahí la cosa, también tiene loros y tortugas, que enseña a sus nietos, y profesa una predilección especial por los burros, un animal humilde a cuyos lomos ha subido a lugares muy escarpados de su país natal, Grecia.

Pero por encima de todo, la principal preocupación de la Reina es ser útil a los demás. Así lo ha demostrado como Reina de España, país al que vino al casarse con Don Juan Carlos porque estaba muy enamorada. Y aquí sigue porque ella se define como española aunque suele ir cada año a visitar Grecia. Los ciudadanos de este país agradecen tanto su dedicación y entrega que ha superado en varias ocasiones a toda su familia en las encuestas que valoran el papel de la monarquía.