Antonio Martín Beaumont

Miedo al voto antisanchista

«No puede pretender que nos quememos con él», dicen los barones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezAlberto R. RoldánLa Razón

Era el último gran acto de todo el PSOE junto antes del 28-M. La Conferencia Municipal de Valencia llegó a ser vendida como la cita más importante del partido en precampaña. Desde luego, ha estado lejos de serlo. Sí se escucharon apelaciones a la fortaleza de las centenarias siglas, sí hubo numerosos llamamientos al orgullo socialista y reivindicaciones a la gestión del Gobierno como activo ante las elecciones. Sin embargo, ni supuso una concentración masiva de militantes, cargos y candidatos, ni resultó apabullante, tal y como reconocen incluso dirigentes allí presentes.

Pedro Sánchez se marchó este domingo del Palacio de las Artes de Valencia muy aplaudido por su parroquia, naturalmente, pero sin la foto de la unidad a su alrededor que deseaba. Y no solo porque ocho barones, todos salvo el anfitrión, Ximo Puig, antepusiesen centrarse en sus campañas a escoltar al líder. El alto mando socialista no ha logrado exhibir el cierre de filas del poder territorial desde la convocatoria de un Consejo Político Federal a mediados de septiembre en Zaragoza. Sus dos posteriores intentos, primero, el aniversario de la llegada al poder de Sánchez en Ifema y, luego, una cumbre autonómica, quedaron en nada ante el rechazo de los barones temerosos de pagar los platos rotos del presidente. Los intentos de los líderes autonómicos del PSOE de alejarse de Sánchez para marcar perfil propio son más que evidentes. «No puede pretender que nos quememos con él», se admitía desde el equipo de uno de los interpelados.

Los socialistas, más allá de La Moncloa y Ferraz, saben el grueso problema de desafección ciudadana de su jefe. Ven además el roto que tiene con una importante bolsa de votantes siempre fieles a sus siglas. «Es un problema que nos afecta a todos», sostienen algunos. Así que la sonora huida marcó la cumbre local. Para colmo de males, la dirección federal se encogió de hombros viendo la indicación de José Luis Rodríguez Zapatero del sábado para que todos defiendan con «convicción» los indultos a los líderes del procés. El expresidente lo considera el gran logro de esta legislatura. Sin embargo, nadie allí entendía a qué cuento venia sacar a colación uno de los elementos, las concesiones a los independentistas, que ha generado más división y controversia en la familia socialista. «Los líos desde Madrid nos ponen cada vez más difícil mantener a raya el antisanchismo», confiaba uno de esos dirigentes territoriales que aspira ganarse al votante puliendo sus mensajes.

Si a algunos barones les quedaba la sombra de mala conciencia por el plantón a Sánchez, en pocas horas les desapareció el mal sabor de boca. Todos ellos saben que se mueven en unos márgenes muy estrechos para garantizarse el sillón otros cuatro años. Por supuesto. Eso sí, van a pelear con uñas y dientes para que el bloque de izquierdas sume más que el de «las derechas» en su municipio o comunidad autónoma. Por eso mismo, cunde la inquietud cuando les conminan a «vender» el argumentario de la supuesta hoja de servicios del Gobierno. ¿También la ley del «sí es sí»? ¿Quién puede querer aproximarse al ciudadano con el aliento en la nuca de Sánchez? La campaña paralela que emprende el presidente por toda España es vista como otro riesgo más.

La imagen que proyecta el espejo socialista es la de un partido que, calculadora en mano, cruza los dedos ante el examen electoral. Mientras, la última ocurrencia estratégica pasa por jugar con un supuesto cuestionamiento interno del PP de la figura de Alberto Núñez Feijóo. Sería la primera vez que ocurriese en una organización cuando su líder la ha catapultado hasta ir en cabeza. «Esta conferencia mucho no va a ayudar de cara a las urnas», apuntaló sin ambages uno de los candidatos incapaz de entender «si la autocomplacencia de Sánchez es real o una pose». Creo que ni en La Moncloa lo saben.