Extremo centro

El Peugeot es ya un ataúd con ruedas

En la jauría siempre es el más débil el que acaba antes devorado

MADRID, 20/11/2025.- El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), durante la presentación de la serie de ficción 'Anatomía de un instante', basada en la novela de Javier Cercas, este jueves en el Congreso. EFE/ Kiko Huesca
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezKiko HuescaAgencia EFE

Escribir sobre la política en España es como dedicarle esfuerzos a los circos de pulgas. Hay tanto de diversión banal como de tratado profundo sobre el espíritu humano. Ha llegado al primero de los pasajeros del Peugeot la primera petición de más de veinte años de cárcel. Con suerte y buen comportamiento, en una década estarías en la calle. En el mejor de los casos, teniendo más de 60 tacos, pasarías el resto de tu vida útil entre rejas. Y esta es sólo la menor de la primera de las causas. La puntita de un iceberg que asoma antes de que al Crucero de Semillas se lo trague el frío polar.

Mi padre estuvo en la cárcel cuatro años y medio. Un tribunal militar, constituido en consejo de guerra, le condenó a 14 años junto a Ibarrola, Rincón, Palazuelo, Ortiz… A los años, el régimen franquista dictó dos indultos generales que redujeron su condena y la de sus compañeros a la mitad. Quedó en libertad condicional, pero sin su título de abogado. Aunque le resultaba triste ver las visitas de los hijos de sus compañeros presos, nunca formó parte de su carácter ni de su humor contar aquello de manera dramática: «Lo pasé peor en los jesuitas que en el penal».

Pedro Sánchez ya debería saber que nunca hubiera conseguido convencer a uno solo de aquellos duros comunistas de que dieran la cara por un personaje tan ridículo como él. Las personas huecas no están preparadas para resistir el golpe inhumano de una condena elevada. En el submundo criminal de los atracadores de bancos, al incapaz de continuar con el ritmo de la fuga se le dispara. Porque cualquier animal herido se convierte con celeridad en un aliado dubitativo.

Ábalos, el tipo que sabía dónde estaban enterrados todos los cadáveres, ahora observa la petición fiscal como quien contempla un ataúd abierto. Y el presidente más gambitero de la historia de España se ha apostado todo su mundo al silencio de un hombre en el otoño de su vida. Supongo que Ábalos se pregunta estos días si él es la misma persona que se subió a aquel Peugeot rumboso, si él, de todos ellos, es quien merece perder la vida entera. Si hay algo de verdad que quede en pie sobre aquel mundo de amistades fingidas, de palmadas en la espalda y comentarios impublicables sobre los amores femeninos de pago. Pero en la jauría siempre es el más débil el que acaba antes devorado.

Ábalos nunca me ha parecido un monstruo. Sólo un tipo con los fallos habituales que se creyó intocable y se cruzó con personas verdaderamente peligrosas que explotaron sus debilidades más a la vista. Soy capaz de imaginarlo mirando extrañado cómo su propia mano empuja el puñal que va saliendo lentamente de su funda. Mi naturaleza asturiana y melancólica no puedo evitar sentir cierta simpatía por él. Porque algunos nos sabemos rotos y no podemos dejar de identificarnos con quien podríamos haber llegado a ser si los desvíos nos hubieran llevado en dirección contraria. Algunos nunca sabremos cómo habríamos acabado si quienes nos acompañan no nos hubieran rescatado de nosotros mismos más de setenta veces siete. Solo aquellos de nosotros que nos mintiéramos podríamos contestar con seguridad a las preguntas que hoy se cruzan a toda velocidad por la cabeza de Ábalos. Yo lo único que le podría recomendar es un sano proceso de arrepentimiento. No hay nada tan liberador como pedir perdón y decir la verdad. Detener la cascada de mentiras que se ha ido acumulando como una costra asfixiante alrededor de tu vida y pedir ayuda de manera sincera. Y si con eso sales solo en cinco y ayudas a capturar a algún culpable más muchos le acabaríamos dando las gracias.

Llegó la medianoche y aquel Peugeot ya es un ataúd con ruedas. El resto de pasajeros seguirán mirando por la ventanilla, quizás fingiendo que no pasa nada, que hay gasolina para un viaje hacia ninguna parte. Y mientras, en Moncloa, alguien mueve mucho los brazos en Tiktok para que los suyos se engañen pensando con que va todo de película.