Cargando...

Prisiones

¿Cómo se convierte un preso común en yihadista en las cárceles de España?

Los perfiles con desarraigo familiar, problemas de salud mental o soledad emocional, los más vulnerables

Imagen de la detención de un yihadista detenido en Melilla larazon

La prisión, lugar de castigo y reinserción, es también un terreno fértil para el radicalismo yihadista. Si bien los casos más notorios suelen ser los de aquellos internos que ingresan ya radicalizados, la transformación de un preso común en un terrorista «no es un fenómeno inusual», tal y como apuntan funcionarios de prisiones a LA RAZÓN. De hecho, en muchos centros penitenciarios la captación y la radicalización son procesos que se monitorean de cerca, pero también se sabe que son complicados de frenar una vez arrancan

Agentes de la Policía Nacional detuvieron el pasado miércoles 9 de abril en el Centro Penitenciario de Soria a una persona por su presunta participación en delitos de adoctrinamiento y autocapacitación terrorista. El arrestado se encontraba en una fase “muy avanzada de radicalización” y utilizaba sus relaciones con otros internos para, entre otras cosas, adoctrinarles en las tesis yihadistas, según informó el Instituto Armado en un comunicado.

En las cárceles españolas, las autoridades penitenciarias están alerta a la posibilidad de que cualquier recluso pueda ser susceptible de radicalización. Es solo un ejemplo de por qué en las cárceles españolas las autoridades penitenciarias están alerta ante la posibilidad de que cualquier recluso pueda ser susceptible de radicalización. No se trata solo de aquellos internos detenidos por delitos terroristas, sino también de los que cumplen condenas por delitos comunes, como tráfico de drogas, robos o agresiones. Y es que, en su aislamiento y vulnerabilidad, pueden ser fácilmente absorbidos por los discursos radicales.

Perfiles con desarraigo

Para hacer frente a esta amenaza, las prisiones españolas cuentan con programas de detección y prevención de la radicalización. En cada centro penitenciario existe un grupo de investigación especializado, que tiene la misión de identificar a los internos que son susceptibles de ser captados por grupos radicales. Estos programas se centran especialmente en los reclusos que muestran signos de desarraigo familiar, problemas de salud mental o una gran soledad emocional. Son los perfiles más vulnerables.

En las cárceles, los internos tienden a agruparse según su etnia u origen, formando pequeños grupos de poder dentro de los módulos. Estos pueden ejercer una influencia significativa sobre otros reclusos, especialmente aquellos que presentan las citadas debilidades, de manera que los identifican y los acechan.

Un ejemplo de ello ocurrió en el Centro Penitenciario de Teixeiro (Galicia) en 2017, donde se detectó a varios presos comunes –condenados por robos o violencia– que comenzaron a mostrar comportamientos propios de una radicalización yihadista. Influenciados por un recluso marroquí vinculado al extremismo, estos internos empezaron a adoptar prácticas religiosas extremas, a expresar odio hacia «infieles» y funcionarios, y a formar un pequeño grupo cerrado con códigos de conducta propios. El caso fue tan significativo que las autoridades ordenaron su dispersión para evitar que consolidaran un núcleo yihadista en la prisión.

Otro caso relevante fue el de la Operación Escribano, que según los Cuadernos de la Fundación EuroÁrabe, se inició en 2017 tras detectarse pintadas con banderas del Daesh en zonas comunes de varias cárceles españolas, como la de Estremera. Era su primera señal para buscar adeptos. A partir de ahí, la Policía Nacional comenzó a seguir los movimientos de varios internos –la mayoría con condenas por delitos comunes– que pretendían formar un grupo cohesionado tanto dentro como fuera de prisión. El objetivo era claro: mantener la cohesión ideológica tras recuperar la libertad, continuando con la actividad radical en el exterior.

Uno de los mecanismos más utilizados para detectar estos casos es el control de actividades cotidianas dentro de la prisión. Se observa con especial atención el comportamiento religioso de los internos: si empiezan a rezar a determinadas horas, a cambiar su físico (por ejemplo, dejarse barba) o si se muestran interesados por las prácticas del Ramadán. Aunque este último detalle podría parecer una manifestación de fe legítima, las autoridades penitenciarias están atentas, informan fuentes penitenciarias. Y es que los presos que deciden hacer el Ramadán deben pedir autorización, ya que el horario de las comidas en prisión está muy regulado, y hacer ayuno requiere ajustes especiales. En cuanto a los que desean seguir esta práctica, las autoridades están atentas a la frecuencia y a si hay nuevos participantes que podrían estar siendo influenciados, porque en las prisiones se les tiene permitida esta expresión de fe.

Pistas en las comunicaciones

Otro elemento clave en la vigilancia es el control sobre las comunicaciones del interno. A diferencia de aquellos presos que ingresan por delitos yihadistas, cuyos teléfonos y correos electrónicos son intervenidos de manera constante, los reclusos comunes tienen acceso a las comunicaciones sin intervención directa, lo que puede facilitar que contacten con imanes radicalizados o reciban material que fomente su ideología. Aunque se revisan los paquetes que reciben, no es raro que un libro aparentemente inofensivo, como una revista de coches o un texto en árabe, contenga un mensaje radical, especialmente si se trata de una versión salafista del Corán.

Los reclusos que muestran signos de radicalización son revisados más frecuentemente y su situación se monitoriza con mayor intensidad. En el caso de aquellos cuya radicalización ya está confirmada, se aplica un primer grado o aislamiento absoluto, lo que significa que se les mantiene separados del resto de la población penitenciaria para evitar que influyan en otros reclusos. Además, el grupo de control sigue con atención las interacciones de estos internos, preguntando a los funcionarios con quiénes rezan o con quién pasan más tiempo.

Fuentes penitenciarias indican que el proceso de radicalización no ocurre de un día para otro, pero sí que es un fenómeno que debe ser monitorizado con rapidez y precisión. Si bien no todos los reclusos que adoptan conductas islámicas radicales siguen el camino del yihadismo, las prisiones deben estar alerta.