Madrid

Primos y colegas de Don Felipe en el trono

Los reyes de Holanda, Guillermo-Alejandro (d) y Máxima (i), visitan el museo Schloss Moyland, en Bedburg-Hau, Alemania, la pasada semana.
Los reyes de Holanda, Guillermo-Alejandro (d) y Máxima (i), visitan el museo Schloss Moyland, en Bedburg-Hau, Alemania, la pasada semana.larazon

Comparten una completa preparación combinando la universitaria con la militar, y encarnan a monarquías modernas y enraizadas en la historia situando a sus países a la cabeza de la civilización.

Es ventaja del principio hereditario de las monarquías modernas –modernidad no reñida con las bondades de la tradición –la posibilidad de que los llamados a reinar se formen desde la cuna para su futuro cometido. Domenico Fisichella lo llamó «educazione al ruolo», y otros, de modo más castizo, lo denominan «mamar trono», es decir, crecer en sus gradas, embebiéndose de las funciones, del brillo, pero también de los sinsabores del oficio de monarca. Cuando el príncipe heredero necesita un referente acude instintivamente al soberano –generalmente su padre o madre–, pero cuando sucede a éste experimenta en toda su crudeza la soledad del trono. En su «savoir faire» los príncipes de casa soberana tienen incorporado el mostrarse plenos de atención, demostrando interés y buena voluntad por quienes se les acercan, sea cual sea su estado de ánimo o salud. Millones de ojos les observan y les juzgan a cada minuto quienes creen que su estatus es más envidiable de lo que en realidad es, y que olvidan a menudo que son seres humanos con virtudes y defectos.

Si se muestran tímidos se les cree orgullosos, distantes o torpes. Si aparecen seguros de sí mismos, se les toma por prepotentes. Sonríen pero no responden a las calumnias o críticas que a veces reciben, basados en la ignorancia del ingente trabajo que realizan, en incomprensión, prejuicios de clase y hasta en mala educación. Deben ser ejemplares pero se les exige una perfección que nadie está en condiciones de ofrecer. Están ahí para servir pero eso no da derecho a los servidos a denostarles o a deformar sus hechos o palabras, máxime cuando los príncipes no suelen tener la posibilidad o la costumbre de explicar unos u otras. El Príncipe de Asturias no suele ser criticado. Pero si alguien lo hace él mantiene un estoico silencio y no por carecer de sentimientos ni opiniones sino por preservar su dignidad y la de la Corona.

Los signos de los tiempos

Este, que ha sido hasta no hace mucho el común proceder de reyes y príncipes herederos, ya empezó a cambiar. Recordemos las manifestaciones de Carlos de Inglaterra en contra de cierta arquitectura contemporánea, las de Alois de Liechtenstein defendiendo el sistema financiero de su país y los movimientos provida, las de Federico de Dinamarca sobre su candidatura al Comité Olímpico Internacional o el papel del príncipe heredero o las de Victoria de Suecia sobre su ya superado problema de anorexia. Algunos de estos «colegas» reales del Príncipe de Asturias han llegado al trono gracias a la abdicación de sus predecesores: Felipe de los Belgas y Guillermo Alejandro de los Países Bajos. Se ha apuntado la posibilidad o necesidad de que España imite este camino, pero eso no está en el debate ni en las preocupaciones de los españoles, que tienenotros afanes y luchas cotidianas. Uno de os denominadores comunes de la generación del Príncipe es que todos, salvo uno –Alois de Liechtenstein, casado con la duquesa Sofía en Baviera– han contraído matrimonio fuera del círculo –el circunscrito a la primera parte del Gotha–donde antaño buscaban esposa o marido. Unos ven en esta práctica expresión de modernidad o «aggiornamento», cercanía al pueblo o preferencia del sentimiento sobre las razones de Estado; otros detectan falta de respeto a la tradición –de la que las monarquías proceden y en la que se insertan–, o un exponer a la monarquía a cierta licuefacción introduciendo en sus más altos puestos a personas no preparadas para esa función o con desmedida ambición o arribismo. Sea como sea, los que así piensan están perdiendo la partida porque «los signos de los tiempos» van por otros derroteros. Guillermo de Luxemburgo casó con Stéphanie de Lannoy, de una importante familia de la nobleza belga –a cuyo hermano Christian he conocido mientras era consejero de la Embajada de su país en Madrid–, y Matilde de los Belgas es hija de un noble flamenco y una condesa polaca, pero la tendencia general es alejarse del viejo uso de buscar consortes que refuercen alianzas entre estados por la vía de los enlaces matrimoniales. Está lejano el austríaco adagio: «Bella gerant alii, tu felix Austria, nube». Otra característica compartida por reyes y príncipes de la generación de Don Felipe es su completa preparación, combinando la universitaria con la militar, ya que –habitualmente- las constituciones reservan al monarca la jefatura de las Fuerzas Armadas. Durante el siglo XIX los príncipes alemanes acudían a prestigiosas universidades. Hoy, los príncipes europeos pasan al menos por una universidad en su propio país y por otra extranjera. Alois de Liechtenstein estudió derecho en la de Salzburgo y se formó