Opinión

Reír y llorar

La política regional catalana y sus protagonistas nos ofrecen enormes y gratificantes ratos de cómicos ridículos interplanetarios

Xavier Trias
Xavier TriasArchivo

¿Qué sería de la vida sin esos jocosos momentos de risas compartidas, de diversión a carcajadas en buena compañía, que a veces las situaciones nos brindan?

Se pueden decir muchas cosas de la actual política regional catalana (que si es analfabeta, zafia, egoísta, maleducada, racista, ruin, hipócrita, mezquina, mentirosa, pretenciosa, etc.), pero todos esos reproches no pueden opacar los enormes y gratificantes ratos de cómicos ridículos interplanetarios que cíclicamente nos ofrecen generosamente sus principales protagonistas, para que podamos dar rienda suelta a nuestras risas.

Por supuesto, los catalanes somos unos privilegiados en ese sentido, ya que tenemos a nuestra disposición a dos prodigiosos personajes como son Puigdemont y Trias, de quienes todo el mundo opina en nuestra región catalana que pierden aceite a chorros y, seguramente por eso, se les vota y se les quiere. Eso da cierta medida de cómo anda de la cabeza el personal por aquí. El último chiste, el enésimo ridículo intelectual, lo ha protagonizado esta semana el segundo de estos dos figuras. Ha afirmado, todo serio, en una entrevista de radio de gran audiencia, que el intento de golpe de Estado de 1981 del coronel Tejero lo organizó el PSOE. Nada menos.

Vamos a ver: si no perdemos de vista que tal afirmación proviene del mismo superhéroe que, en la ceremonia de proclamación del último alcalde barcelonés, se puso a enviar a todo el mundo a tomar por saco públicamente a voces, quizá sorprenda menos. En su descargo hay que decir que alguien a quien le han colgado, sin comerlo ni beberlo, una acusación falsa de evasión de capitales es normal que se vuelva un poco conspiranóico. Pero una cosa es dilapidar toda la dignidad y el decoro en público por un arrebato (ante la rabieta de perder un poder que ya consideraba suyo) y otra dar por reales delirios estrictamente personales sin ser capaz de aportar ningún tipo de prueba. Por ese camino, le veo pronto presentando a las momias mexicanas y asegurando que son alienígenas. Menos mal que no ha hablado sobre las vacunas. Me temo que nos revolcaríamos por el suelo, estallándonos los lacrimales de risa, mientras las carcajadas se escucharían en 20 kilómetros a la redonda.

Obviamente, todo se enmarca en un torpe intento de campaña de calumnias contra los viejos militantes socialistas que se oponen a la autoamnistía que quieren concederse Junts. Enseguida ha salido Puigdemont a terciar con acusaciones de cal viva, diseñadas como eslogan recuperado de Pablo Iglesias, que ya me dirán que tiene que ver con el intento de golpe blando del 2017. Como en Junts saben que en el PSOE una nueva generación menos preparada que la anterior quiere hacerse con todos los resortes, piensan que, si les ayudan a desbancar moralmente a sus mayores, conseguirán paso franco para la impunidad.

El problema de todos estos tristes espectáculos es que están provocando que el descrédito de los políticos ante la gente sea cada día más absoluto y total. Ver a alguien que se presenta a estadista diciendo majaderías sin ton ni son, hace que la gente pierda la fe en las posibilidades de la política y piense cada día más que es un lugar solo apto para los social o emocionalmente inseguros, los beodos, los motivados criminalmente o los chalados. Nuestros protagonistas políticos afirman en masa tener voluntad de servicio a la comunidad, pero, si esa es verdaderamente su inquietud, quizá darían más rendimiento a la sociedad fuera del mundo de la política. Toda esa generosidad de la que presumen podrían demostrarla mejor en un lugar un poco más alejado de los escaños, como son las instituciones de ayuda a los discapacitados, a los enfermos psiquiátricos o a las víctimas de trastornos de la personalidad.

Ahí experimentarán una cálida y gratificante sensación intelectual, al tratar sin duda con unos interlocutores tan destacados como los que tienen ahora, sino más, y entablar unas enriquecedoras conversaciones de un nivel parecido, sino superior, a las que se han habituado a tener siempre en el medio del que proceden.

¡Y pensar que no nos volveremos a reír tanto y pasárnoslo tan bien hasta que a Yolanda Díaz le llegue el Alzheimer! Las cosas que dirá serán formidables…