El desafío independentista

«Si vamos a elecciones me voy a mi casa. Hemos llegado al ridículo»

En el independentismo se respira derrota política y personal. El fin de una generación que desafió al Estado «para ser aplaudidos por la calle, cuando antes eran insultados»

Manifestantes independentistas en Madrid
Manifestantes independentistas en Madridlarazon

En el independentismo se respira derrota política y personal. El fin de una generación que desafió al Estado «para ser aplaudidos por la calle, cuando antes eran insultados».

Artur Mas puso la «astucia» como el principal valor político de los independentistas en 2014. La «astucia» de Mas consistía en forzar un doble lenguaje que camuflaba mentiras bajo aspectos jurídicos, construía supuestas legalidades alternativas y daba al mensaje político la fuerza de una épica de barra de bar. Con estas premisas, toda una generación de independentistas empezó a subir en el escalafón bajo una única égida: desafiar más alto que el contrario, no ceder un ápice en el lenguaje y sacar pecho patriótico acusando al discrepante, más prudente casi siempre, de botifler –traidor–. Toda una generación que ha caído por la acción de la justicia, por no seguir la estela «de unos prepolíticos que han enloquecido», en reflexión de un líder independentista que sigue al pie del cañón, o por querer aparecer como «los más astutos, en un enfrentamiento con el Estado que no tenía ningún sustento real, sino que se basaba en las elucubraciones de unos iluminados», como apunta un líder del PDeCAT.

«Se movieron piezas sin tener en cuenta la fuerza del Estado. Un Estado que ha reaccionado con dureza y que no tiene ninguna intención de buscar gestos de distensión», apunta un buen conocedor de todo lo acaecido desde la llegada de Puigdemont a la Generalitat. Esta forma de actuar con un arrojo descerebrado, una inconsciencia que se alimentaba en el corazón rechazando la razón «para ser aplaudidos por la calle, cuando antes eran insultados por los recortes», llevó a situación esotérica. Así lo contábamos en LA RAZÓN la escena previa que sucedió en los pasillos del Parlament, cuando los diputados de Junts pel Sí conocieron las intenciones de Puigdemont de suspender la declaración de independencia «Marta Rovira llegó incluso a amenazar con su dimisión». «Yo eso no lo votaré», afirmó a gritos y entre sollozos.

Otro de los elementos de este proceso es la desconfianza. Nadie se fiaba de nadie y se utilizaban los medios para crucificar al, en teoría, aliado. La mejor muestra es que tras el 21-D se han anunciado 14 grandes acuerdos del independentismo. Ninguno cuajó y el último, la candidatura de Turull, saltó hecho trizas porque la CUP dio el portazo que parece definitivo certificando la defunción del procés. Sin embargo, como un animal herido Junts per Catalunya no aboga por la rendición. «Calle y desobediencia», claman los diputados que sin ninguna experiencia política rodean al líder y le rinden una sumisión que ya hubieran querido para sí los líderes autoritarios que trufan la historia del mundo.

Los líderes independentistas viven su realidad paralela. En los días álgidos del procés, los protagonistas explicaban todos los pormenores de reuniones del comité estratégico. Lo que ahora persigue Llarena era publicado con todo lujo de detalles, de la boca de esos protagonistas que se arrogaban el papel de héroes. Las crónicas contaban la posición de cada cual y las tensiones que se vivían en estas citas a las que acudían los miembros del gobierno y los peones que movían todas las piezas en la sociedad civil. El 3 de octubre, explicábamos un episodio: entrada la tarde, el presidente catalán se reunió con los consellers del PDeCAT de su gobierno, Artur Mas, y Marta Pascal. En esta reunión Pascal, con el apoyo de Santi Vila –y el respaldo de Jordi Sánchez– defendió la prudencia y las elecciones autonómicas. Que LA RAZÓN dijera que Sánchez se posicionaba a favor de las elecciones tuvo dura respuesta al día siguiente. Lo publicamos. Sánchez desmintió que apoyara los comicios y dejó claro que defendía la independencia. Lo hizo en conversación con este redactor de forma imperativa y vehemente acusando a este periódico de fabricar noticias. Jordi Sánchez ante el juez volvió a desdecirse afirmando que siempre caminó por la senda constitucional.

La huida de Marta Rovira no ha sorprendido en el mundo separatista porque «es una muestra de su nivel. Igual que lo de Anna Gabriel. Lo primero es un drama, lo segundo es patético». Tan patético como el tuit que «lanzó Rufián con las 155 monedas. Ahora calla. Este es el carácter de algunos chulos de taberna», dice airada una dirigente nacionalista que añade «hoy todavía hay algunos hiperventilados», señalando a la guardia de corps de Puigdemont, pero también a la CUP «estos no engañan». «Viven en su mundo de revolución y no les importa romperlo todo. Es su gen destructivo».

Puigdemont sigue condicionando al independentismo impidiendo la llegada de la normalidad. No tiene interés en bajar el incendio. Aparte de los hiperventilados que llaman a la desobediencia, en el independentismo se respira derrota política y depresión personal «si vamos a elecciones, me voy a mi casa. Hemos llegado al ridículo», decía un diputado hace una semana.