Opinión

Temor a los “brazos caídos” en el PSOE

Muchos admiten en el PSOE que la carrera al 23-J será dificilísima para unos barones convencidos de haber sido desalojados del poder por Sánchez

Carteles deteriorados del PSOE para las elecciones del 28 de mayo
Carteles deteriorados del PSOE para las elecciones del 28 de mayoEduardo ParraEuropa Press

Sin encomendarse a nadie, Pedro Sánchez ha decidido levantar una campaña sobre las cenizas del desastre electoral. Osadía no le falta. Solo es necesario poner el oído para escuchar que la España real le espera con ganas de aceptarle el desafío. Además, quienes han sufrido en sus carnes la hecatombe del 28M insisten en que hay un sentimiento de hastío entre las bases socialistas. El runrún crece a medida que pasan los días y se diluye la sorpresa del adelanto, que tuvo el efecto momentáneo de quien bebe para olvidar sus penas.

“Tendrá que venir Santos [Cerdán] a poner las sillas en los mítines”, avisa en privado un dirigente territorial refiriéndose al secretario de Organización en Ferraz. Las filas del PSOE han quedado desbordadas por el empuje del PP y muchos se debaten entre el bajón anímico y la rabia. Las sensaciones se miden en grados y el socialismo vive en el Polo Norte: impera la convicción de que sus candidatos recibieron “una patada que iba para Sánchez”.

Las estructuras locales, provinciales y regionales han quedado debilitadas y centenares de cargos embalan cajas para irse al paro. Ante tales circunstancias, Sánchez puede tropezar con una campaña de “brazos caídos”. Muchos admiten que la carrera será dificilísima para unos barones convencidos de haber sido desalojados del poder por el presidente del Gobierno. Ya caerá en la cuenta cuando vea que nadie se pelea para que acuda a su territorio a mítines.

El círculo presidencial, en cambio, llega al extremo de declararse ofendido ante la pregunta de “si hay partido” ante el 23J. En las alturas prefieren consolarse considerando que los resultados de las municipales y autonómicas no han sido para tanto. De hecho han decidido enfrentarse otra vez a las urnas, pese a que el espacio a su izquierda anda a palos. Y será solamente dos meses después de que PP y Vox hayan sacado a la coalición PSOE-Unidas Podemos una ventaja de más de dos millones de papeletas en las municipales.

Sánchez ha obligado al “prietas las filas”, admiten desde distintos ámbitos socialistas, pero el ambiente es de fin de ciclo. Como en 2011. La decisión de los líderes de las federaciones de mantenerse al frente obedece a su deseo de ser protagonistas en el post-sanchismo “si el PSOE pierde el poder”, apuntan. Hablan incluso de su relevo por una mujer. Sánchez es consciente de ello. Pero él es capaz de pasar por encima de enfados internos. “Lo ocurrido es muy gordo”, repiten.

Llega siempre un momento en el que los caminos de un presidente del Gobierno se alejan de los cargos que lidian con la realidad pateando la calle en ayuntamientos o comunidades autónomas. Sánchez, sin embargo, se ha movido al margen del grueso de su formación durante todo su mandato. Ha usado las instituciones como peldaños de su autoridad personal incluso para tener el beneplácito de los enemigos de España. Porque Sánchez ha supuesto una verdadera anomalía en unas siglas con casi siglo y medio de historia a sus espaldas. En voz de un barón socialista desahuciado el 28M, “ha vivido en una burbuja mientras todo a nuestro alrededor se caía a cachos”. Y sigue en esa nube.

A fuerza de repetirle que es un líder invicto, de arroparlo sus cercanos con la épica del político “con nervios de acero”, del “resistente” capaz de triunfar en una moción de censura, de ganar a la pandemia, al volcán de La Palma y afrontar sin caer las consecuencias de la guerra en Ucrania, Sánchez ha tirado por la calle del medio llevando al país a encadenar elecciones. Y además, ¡un 23 de julio! Con el enfado que ha levantado esa fecha en pleno verano y en mitad del puente de Santiago.

Pero él nunca asumirá que su tiempo ha pasado. Por más que el sentido común señale que va camino de perforar el suelo del PSOE, conduciéndolo al pozo de los noventa escaños. Sánchez lo evidenció al ejercer de coach en el encuentro con sus diputados y senadores la semana pasada tras la colosal debacle. “Hablan de pronósticos adversos. Desde 2015”, enfatizó, “llevo unos cuantos”. El salto al vacío huele, en cualquier caso, a un “Virgencita, que me quede como estoy”. Es decir, se lanza a la nada a toda prisa, con todo en contra, porque sabe que sus resultados sólo van a ir a peor.

También las dudas sobre su enésima podemización causan vértigos. En entornos externos a Ferraz se cuestiona la eficacia de la estrategia: “Nada va a solucionar su problema de credibilidad”. A las bravas, la sala de máquinas socialista habla de la necesidad de contrarrestar la “demonización” del jefe. De ahí que hayan decidido contraponer, al “España o el sanchismo”, su “nosotros o el trumpismo”. Zafarrancho de combate con la pretensión de animar a los suyos y aglutinar toda la “izquierda en defensa propia”, dice el núcleo duro. Aunque, tal y como están las cosas, el elemento más movilizador es la aversión a Sánchez. “No querer ver que tú eres el problema es peor que tener un problema”, avisan los más críticos.