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"Ya estamos aquí, abuelo, con estos profanadores"

En la basílica se vivieron momentos de tensión con la ministra de Justicia. Los guardias civiles del Valle no saludaron al féretro, aunque alguno se llevó la mano al corazón.

La familia a su llegada al Valle de los Caídos. Foto: Pool Efe
La familia a su llegada al Valle de los Caídos. Foto: Pool Efelarazon

En la basílica se vivieron momentos de tensión con la ministra de Justicia. Los guardias civiles del Valle no saludaron al féretro, aunque alguno se llevó la mano al corazón.

Asistíamos a un día histórico. Frío, muy frío. Como fuera el 23 de noviembre de 1975, cuando el cadáver de Francisco Franco llegaba a Cuelgamuros para reposar bajo una cruz de 150 metros. 44 años después los medios bajo las mismas condiciones metereológicas publicaríamos «el último parte», el segundo entierro de Franco, avalado por el Congreso, impulsado por el Gobierno socialista y a 18 días de la repetición electoral.

150 periodistas eran los que madrugábamos para acudir al Valle de los Caídos, para ser los ojos de 46 millones de españoles. La niebla era ayer el último recurso que podía impedir que los restos de Franco volaran sobre el cielo con destino a Mingorrubio. Hubo tregua y todo se realizó según lo previsto, sin necesidad de utilizar el coche fúnebre, opción a la que Moncloa prefería no recurrir para evitar boicots en la carretera.

La imagen era muy diferente a la de 1975 cuando se orquestó un multitudinario entierro. Únicamente familiares y altos cargos del Gobierno conservan recuerdos de la inédita jornada. El Gobierno quería dar a la operación de exhumación un tamiz sobrio y trató de blindar la incursión de los medios ante la ansiada fotografía. Encargada de evitar cualquier homenaje fue la comitiva dirigida por la ministra de Justicia, Dolores Delgado, como notaria mayor del Reino, junto a Félix Bolaños, secretario general de la Presidencia del Gobierno y Antonio Hidalgo, subsecretario del Ministerio de Presidencia. La realidad estuvo fuera del alcance del Ejecutivo, que veía cómo se acudía a un casi funeral, con banderas preconstitucionales, vítores a favor de Franco incluidos.

Dentro de la Basílica, a las once de la mañana, un rayo de luz parecía destinado a apaciguar los quince meses de batalla entre la familia de los Franco y el Gobierno. Pero la claridad no fue síntoma de amnisticio. Una vez cerradas las puertas del templo, según ha podido saber este diario de fuentes cercanas a los allegados que estuvieron dentro de la Basílica, Ejecutivo y familia discutieron, principalmente, por los «honores» que la familia quería hacer públicos. Francis Franco, nieto de Francisco Franco, llegó a entrar en el Valle con la bandera preconstitucional del Águila de San Juan, la que fue colocada en el féretro del dictador cuando fue enterrado en Cuelgamuros. Pretendía que la enseña apareciera encima del ataúd. La negativa por parte del Gobierno se repitió en la Basílica. El hecho de que el ataúd fuera adornado con el estandarte con el escudo del Ducado de los Franco que incluye la Curz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar que el dictador no consiguió antes de convertirse en Generalísimo, también provocó un tenso debate.

Una vez iniciada la exhumación, dentro de la carpa instalada en la basílica se encontraban únicamente, la «nietísima» María del Mar Martínez-Bordiu y Cristóbal Martínez-Bordiú, junto a Dolores Delgado. «Ya estamos abuelo, estamos aquí contigo otra vez aunque estemos con estos profanadores», dijo la nieta, que acusó al Gobierno de «profanación». La titular de Justicia optó por no pronunciarse.

Durante toda la mañana, hasta que los restos de Franco se encarrilaron al cementerio de Mingorrubio, tanto ella como Francis Franco apuntaron con detalle los pasos seguidos por los operarios y forenses presentes en la exhumación. Hasta transcribió Francis las dificultades con las que los operarios se encontraron al no poder introducir con facilidad el ataúd en el helicóptero que le llevaría a Mingorrubio, tras la decisión de la familia de mantener el féretro con el que se enterró en 1975, – a pesar de no estar en las condiciones adecuadas, según Moncloa– de mayores dimensiones que el que había dispuesto el Gobierno, con el que habían ensayado la entrada de la caja al helicóptero. Un detalle significativo: los guardias civiles presentes no saludaron al féretro, pero alguno se llevó la mano al corazón.

Horas después, serían los monjes de la Abadía los que se confesarían «consternados» y criticarían que los trabajadores habrían dejado «todo sucio y movido. Es la profanación de un templo lleno de polvo y suciedad», informa Efe.

A las puertas del Valle, a casi 6 kilómetros, periodistas seguían a través de sus móviles la señal retransmitida. Una escasa veintena de manifestantes temían que se vuelvan a reabrir heridas. Un militar retirado, Rodolfo Coloma, confesó haber velado por Franco, y el teniente coronel retirado Lorenzo Fernández aseguraba «no abandonarle nunca».