El personaje

Yolanda Díaz: un feminismo de pancarta y doble vara de medir

Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno en funciones

Ilustración Yolanda Díaz
Ilustración Yolanda DíazPlatónLa Razón

Cinismo, demagogia, doble vara de medir. Es lo que practica la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo en funciones, Yolanda Díaz, a propósito del machismo y la violencia de género. La lideresa de Sumar, tan locuaz ella, se ha colgado del escándalo Rubiales como una percha incrustada en el armario del tibiamente sancionado presidente de la Real Federación Española de Fútbol, mientras olvida por completo la tragedia de las víctimas que pagaron con su vida en uno de los veranos más dramáticos que se recuerdan. La rubicunda zarina roja clama enfurecida contra Luis Rubiales, defiende con pasión a la jugadora Jennifer Hermoso y calla ante las mujeres asesinadas por homicidios machistas, los dos últimos acaecidos en Alzira, Valencia, y la localidad salmantina de Béjar. ¿Dónde está el furor de la señora Díaz ante estos hechos?. ¿Por qué no le pasa factura a su compañera, y sin embargo adversaria, Irene Montero, responsable de una ley aberrante que ha permitido la libre circulación de voladores y pederastas?. Tal vez piensa que en las agresiones sexuales subyacen delitos de primera y de segunda. El acosador Rubiales es un monstruo a batir, mientras los asesinos de las cuarenta mujeres en lo que va de año quedan en un hipócrita silencio.

Vaya por delante que Luis Rubiales es un patán, zafio, déspota y supuestamente envuelto en operaciones turbias. La sanción emitida por el Tribunal Administrativo del Deporte (TAD), calificada únicamente como grave, le ha salido rana al Gobierno del que forma parte Yolanda Diaz. Quien por cierto arremetió contra sus compañeros socialistas del Gabinete denunciando lentitud en el Consejo Superior de Deportes (CSD), mientras no dice una palabra del esperpento orquestado por la podemita Irene Montero con su ley del «Sí es sí». La baronesa de Sumar practica un «feminismo de pancarta», en palabras de algunas ministras del PSOE que la ponen a caldo. Cierto que un personaje como Rubiales puede merecer un gran desprecio por toda su trayectoria, curiosamente amparada por altos cargos socialistas, mucho más que por el beso de marras. Y cierto también que en esta guerra del fútbol se mueven intereses espúreos, corruptelas y traidores que un día aplauden a Rubiales y horas después le linchan en la plaza pública. Y en medio de todo, Yolanda Díaz exige la caída del machista acosador, pero no pide el cese inmediato de la ministra de Igualdad, responsable de una cascada de agresiones sexuales sin precedentes.

En su batalla por el poder a la izquierda del PSOE, Yolanda Díaz se mueve en un crudo enfrentamiento con sus antiguos amigos de Unidas Podemos, abandera las cesiones con los independentistas, quiere cargarse la Constitución y vocifera esa cantinela de «plurinacional» con una imponente patochada: «Somos un país de países», dice la lideresa de Sumar en una definición de España que suena a broma.

Su falta de preparación es enorme, más allá de quedarse en blanco ante una pregunta de un periodista en inglés. Mientras Irene Montero sigue en la poltrona de su ministerio y la de Trabajo ignora que bajo su gestión los datos del paro en España son los peores de Europa, su última aportación a la política de Estado es darle plantón al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en su ronda de contactos. Opina la señora Díaz que el ganador de las elecciones es un dirigente aislado, aunque la cuadriplica en votos, pero indigno de sentarse con ella. Menudo sarcasmo. En sustitución le envía a una tal Marta Lois, otra gallega de izquierdas cuyos méritos aún desconocemos, que sigue la cantinela de su jefa con el feminismo exacerbado fuera de tono, la amnistía y las cesiones a los separatistas.

Al frente de una ensalada de veinticuatro partidos, Yolanda Díaz prosigue su batalla verbal contra el esperpento Rubiales, se cuelga la camiseta de las jugadoras del fútbol femenino, unas campeonas admirables que han visto empañado su triunfo, y abandera una campaña política y mediática. ¿Dónde estaba ella cuándo se conocieron anteriores desmanes en la gestión del presidente de la RFEF? ¿Tampoco le tiembla el pulso ante la avalancha de violadores, pederastas y asesinos sexuales por una ley que ella respaldó como ministra del Gobierno? Yolanda Díaz se cree más atractiva y menos arisca que Ione Belarra o Irene Montero, despliega sus encantos de zarina roja en guante de seda, melena rubia y modelitos de lujo, con el objetivo de encandilar a un electorado a la izquierda del PSOE. Y sin reparos para traicionar a Pablo Iglesias, quien escogió a esta gallega como heredera sin ser militante de Podemos. Afiliada al PCE y sindicalista de Comisiones Obreras, Iglesias fue su asesor cuando ella trabajaba con el dirigente del BNG José Manuel Beiras, a quien también luego le dio la espalda.

Desde su militancia en el grupo En Marea llegó como diputada al Congreso, se forjó como portavoz en relaciones laborales y su ascenso fue vertiginoso hasta que Iglesias la propuso ministra de Trabajo en el Ejecutivo de coalición social-comunista, donde ha estado vigilada de cerca por Belarra y Montero, auténticos «brazos armados» de Iglesias. Para unos es simpática y cercana, otros la tildan de puramente demagoga. Pertenece a esa casta comunista con doble vara de medir, roja por fuera, burguesa por dentro, enfundada en trajes de diseñadores y zapatos de alta gama, con una melena teñida de mechas rubias que se cambió hace años cuando su cabello natural, muy oscuro, la hacía bastante mayor. Quienes bien la conocen la definen como «una roja entre algodones», con herencia familiar de comunistas y sindicalistas, que sin embargo nunca sufrieron los rigores de una saga puramente obrera. Puño de hierro en guante de seda, Yolanda Díaz es la nueva musa pancartera del feminismo radical, la amnistía ilegal y el separatismo inconstitucional.