
Patrimonio
Así es el pazo vigués que cuenta con unos jardines centenarios
Situado en el corazón del parque de Castrelos, es uno de los símbolos más queridos por la ciudadanía de Vigo

Los orígenes del Pazo Quiñones de León se remontan al siglo XVII, aunque en el lugar existía ya una antigua torre medieval llamada Lavandeira, vinculada a la familia Tavares.
Tras los conflictos con Portugal en el siglo XVII, la torre fue devastada y en 1670 se construyó el nuevo edificio sobre sus restos, siguiendo un estilo inspirado en los palacetes renacentistas de la corte castellana.
A finales del siglo XIX, bajo el impulso del Marqués de Alcedo y su esposa, la Marquesa de Valladares, el pazo fue sometido a una profunda reforma que definió su aspecto actual.

En 1924, Fernando Quiñones de León, Marqués de Alcedo, donó el pazo y su finca al pueblo de Vigo, con la condición de que se convirtiese en un museo y un parque público.
La cesión se formalizó en 1925 y desde entonces el recinto es un espacio de cultura y disfrute para toda la ciudad. El museo abrió sus puertas en 1937 y conserva 29 salas dedicadas al arte, la arqueología y las artes aplicadas, además de una valiosa biblioteca.
El interior del pazo, aunque transformado con el paso de los siglos, mantiene la elegancia de la arquitectura señorial gallega. La planta baja, que albergaba antiguamente las dependencias de servicio, y la planta noble, destinada a salones y habitaciones, ofrecen hoy un recorrido por la pintura europea de los siglos XVII al XIX.
Destacan los depósitos del Museo del Prado y las piezas de la colección de Policarpo Sanz. La sección arqueológica, ubicada en un edificio anexo, narra la historia de Vigo desde el Paleolítico hasta la época romana.
Jardines centenarios
Los jardines del pazo son un capítulo aparte. Diseñados a finales del siglo XIX, probablemente por la prestigiosa firma portuguesa Jacintho Mattos, se articulan en torno a un eje principal al estilo de los grandes jardines barrocos franceses.

Este espacio, declarado Jardín Histórico y Bien de Interés Cultural en 1955, se divide en seis zonas: el jardín de acceso, la rosaleda, el jardín francés, el jardín inglés o Pradera del Té, la solana y el bosque.
Cada rincón de los jardines ofrece al visitante una experiencia única. Desde la rosaleda que arranca en un cenador cubierto por una pérgola, hasta el jardín francés con sus laberínticos setos de mirto y su paseo de los escudos.
La Pradera del Té, antaño lugar predilecto para los momentos de ocio de los marqueses, invita a la calma entre magnolios centenarios y un estanque que reproduce en maqueta el propio pazo.

Las camelias del jardín, algunas con más de 150 años, asombran cada temporada con su floración, como la veterana de 1860 que brota en dos colores distintos desde el mismo tronco.
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