
Horario de verano
El cuerpo humano tiene la clave del rechazo europeo al cambio de hora
Un estudio liderado por la Universidad de Santiago revela que la oposición al horario estacional se concentra en países donde la gente empieza a trabajar más temprano

El debate sobre el cambio estacional de hora, que Europa lleva años arrastrando sin una decisión definitiva, podría tener una respuesta mucho más simple de lo que se pensaba: nuestro propio reloj biológico. Así lo sostiene un estudio publicado recientemente en la revista Chronobiology International, firmado por el catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela Jorge Mira Pérez y el profesor de la Universidad de Sevilla José María Martín Olalla.
La investigación parte de una consulta pública lanzada por la Comisión Europea en el verano de 2018, en la que participaron más de 4,6 millones de personas de los 28 estados miembros. De ellas, más del 80 % se mostró a favor de eliminar el cambio de hora, un dato que ha sido citado habitualmente en el debate político como reflejo de una mayoría ciudadana contraria al actual sistema.
Sin embargo, los investigadores gallego y andaluz han ido más allá y han tratado esa consulta no como una encuesta de opinión, sino como un experimento natural, buscando entender por qué en unos países el rechazo fue mayor que en otros.
La clave, según su análisis, está en la hora de inicio de la jornada laboral en relación con el amanecer durante el invierno. En aquellos países donde la gente empieza a trabajar antes de que salga el sol, la oposición al cambio horario fue significativamente mayor. “No se trata solo de opiniones culturales o políticas: es una respuesta fisiológica del cuerpo humano a la luz natural”, explica Jorge Mira.
El cuerpo responde antes que la mente
Según los autores, la regulación actual del cambio horario busca precisamente sincronizar la actividad laboral con el amanecer, pero esta adaptación no se percibe igual en todos los países. De hecho, cuando se analizaba únicamente la hora oficial de entrada al trabajo, no se encontraban correlaciones claras con los resultados de la consulta. Fue al introducir en la ecuación la distancia entre esa hora y el amanecer invernal cuando emergieron los patrones.
“En los países donde esa diferencia es mayor, la gente siente con más intensidad los efectos de la falta de luz, lo que podría explicar su mayor rechazo al cambio de hora”, subraya Martín Olalla. Este hallazgo, añaden, no encaja con los argumentos más habituales en contra del cambio estacional, como el uso de husos horarios o la posición geográfica, sino que tiene una base fisiológica que había pasado desapercibida hasta ahora.
Los autores sostienen que el sistema actual trata de equilibrar dos necesidades contrapuestas: quienes empiezan muy temprano y se verían perjudicados con una hora de verano permanente, y quienes comienzan su jornada más tarde y se sienten cómodos con el modelo actual, pero podrían sufrir más con una hora de invierno perpetua.
Del Parlamento Europeo a la revista Science
Esta investigación se suma a otro estudio reciente de los mismos autores, en el que analizaban el impacto del horario estacional sobre la salud humana. En él distinguían dos tipos de efectos: los derivados del cambio en sí mismo y los asociados a los meses en los que rige el horario de verano. Para ilustrar sus conclusiones, comparaban los casos de Bogotá y Nueva York, dos ciudades situadas en el mismo meridiano pero a distintas latitudes.
Ese segundo trabajo ha sido recientemente reseñado en la prestigiosa revista Science, lo que pone de relieve la relevancia internacional de estas investigaciones sobre un tema tan cotidiano como complejo.
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