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Los sábados de Lomana: “Mis primeros amores siempre fueron alemanes”

Carmen Lomana
Carmen Lomanalarazon

Después de estas fiestas solo necesito silencio y que me dejen en paz, así de simple. Esperando con ilusión la Epifanía. La llegada de los Reyes Magos a nuestra vida nos da fuerza y energía para empezar un nuevo año. Es mi fiesta favorita. Me vuelvo todavía más niña de lo que habitualmente soy. Gracias a Dios que a pesar de los golpes de la vida he mantenido en mí intacta la capacidad de ilusionarme y sorprenderme. He bajado a Marbella, mi refugio. Estos días vivimos en una interrupción constante, con demasiada información en muchos casos desagradable. No hay tiempo para profundizar en casi nada. Ambiciono la calma donde pararme a observar, mirar, pensar y vigilar hacia dónde va mi vida y si espero algo que quizá añore de este nuevo año 2020. Aquí en mi casa puedo escuchar el silencio, contemplar los atardeceres, pasear horas enfrente del mar, paralelamente a él, en esta Costa tan abierta por la que puedes ir caminando sin perderlo durante muchos kilómetros. Es en la ausencia absoluta de ruido y soledad donde me lleno de energía y puedo saborear mi propia esencia, donde puedo cuestionarla y aspirar a ser feliz. Vivimos en la bipolaridad de ruinas y éxitos y es exactamente en ella donde encontramos el equilibrio y crecimiento. Solo aspiro a la paz interior que en un momento de mi vida perdí y me costó mucho recuperar. Recuerdo que mi madre me decía: hija estás como una vaca sin cencerro desde que murió Willy. Totalmente cierto. Sin duda son las ruinas en las que poder cimentar la transformación. Arrancamos el nuevo año con la ilusión del primer día de colegio, pero sintiendo el vértigo de todo lo que está por llegar. En este mes que abre el año debemos vivir, luchar, asimilar y, sobre todo, intentar darnos cuenta de todo lo felices que podemos llegar a ser con bastante esfuerzo y si nos resguardamos del gentío vociferante, de la maledicencia, de la envidia de las personas que nos aportan negatividad y con las que estar supone terminar agotados. El primer día del año después de un largo paseo llegué a Puerto Banús, y de nuevo choqué con el bullicio y la gente encantadora pero a veces demasiado insistente con las fotos. No termino de entender por qué les hace tanta ilusión, pero lo agradezco. Busqué un café donde poder merendar porque sentí una apremiante necesidad de algo rico, dulce, y la vida me premió con un cartel que anunciaba rico Apfelstrudel (tarta caliente de manzana) típica de Alemania con Glühwein, ese vino con canela y azúcar típico de los países del norte que calienta y reconforta. Me senté feliz para saborear esos dos manjares que me encantan. Mi amigo receloso no quiso probarlo y pidió una triste infusión. Fue un regalo de año nuevo, porque no bebía Glühwein desde aquellos fríos veranos en Asturias, cuando me juntaba con mi pandilla de alemanes. Tomábamos este delicioso ponche las tardes de lluvia mientras bailábamos y escuchábamos música de los grupos de moda de los sesenta. Mis primeros amores de adolescencia siempre fueron alemanes. Eran tan guapos que no tenían competencia con los lugareños. Cojamos un vino dulce, unas galletas, una tarta con café y fuguémonos del estruendo de la ciudad, para luego volver a enero llenos de energía. Mis mejores deseos para este nuevo año que empieza donde nuestros corazones sigan latiendo con la misma alegría que el de un niño en la mañana de Reyes.