DE SÁBADO
Las noches del Príncipe Felipe y el reservado de Miguel Bosé
Era el Studio 54 español. Ahí dentro se han gestado contratos, han bailado príncipes, se han enamorado aristócratas y han actuado todos los de la movida
«Amore, he pensado en una propuesta, y en ti para hacerlo, ''Si las paredes de Joy Eslava hablaran''. He imaginado que sabrías mil historias acontecidas en Joy, cosas que hemos cubierto allí, de personajes, anécdotas...». «Me encanta el tema... Sería un ¿más allá de la movida y de «Aplauso»? Mmm... Recuerdo que vi una Ruleta de la Fortuna con La Prohibida, un concierto de Pantoja para prensa pre Julián Muñoz y precárcel y, claro, estábamos cuatro gatos... O cuando se desmoñó una tarta de luces en unos Fotogramas...». «Uhhh, ¿se desmoñó?». «Total. Creo que encima de Paco Rabal y Amparo Baró, los pobres... ¿O encima de Anabel Alonso? Tengo que mirarlo».
Significa el fin de una era, que este 2020 parece el Apocalipsis, c*ñ*. Hasta Cantora está dividida. La discoteca hecha templo –no en vano, cuenta con aspa de luces como Panthocrator Redentor en el ábside– cerraba.Joy Eslava nos decía adiós, pero ¿para siempre? Los Fotogramas malogrados, después de echar un ojo a mi hemeroteca particular, no fueron en Joy, sino en El Círculo de Bellas Artes porque estaba en obras tras un incendio en platea. Pero la confusión no es baladí. Hubo un tiempo en que Madrid no dormía. En que pasaban cosas.
Hubo un tiempo...
Antes, mucho antes de este pertinaz «confitamiento» y su estela de ropa cómoda y pantufla. Hubo un tiempo en el que el mono de trabajo de este que les escribe era el esmoquin y todas las noches eran Nochevieja por tacones y por lentejuelas. Hubo un tiempo en el que un día Brad Pitt estaba en Moma, Tom Cruise en Lhardy, Hugh Grant en La Riviera, Schiffer en el Fashion Cafe... Y estrenos, y premieres... y fiestas post estreno, post premieres... En Pachá, en Archy, en Fortuny y, por supuesto, en Joy Eslava. Allí nos conocimos Teresa Barrios, mi interlocutora, mi jefa, y sobre todo, mi amiga. En la escalera del «hall» de entrada que daba acceso a su sala «alla» italiana con sus dorados y terciopelos. Un espacio ínfimo, que maldecíamos sin parar, pero donde sucedían los «photocalls» y donde nos enterábamos, por ejemplo, de que María Castro se había comprometido e, incluso, esperaba un hijo. Todo junto y en una frase muy sorpresiva por cierto. Que a Miguel Ángel Silvestre no le interesaba nada hacer las Américas porque allí no había jamón serrano (ejem) y, acto seguido, era presentado a Pedro Almodóvar en perifrástica pasiva. Que Marta Sánchez tenía un tema que iba a ser un himno. Y no, no era el de España. Era el «Soy yo». En unos Premios Shangay. Porque esa era la gracia –ecléctica– de Joy.
No era gay como Disco 54, pero tenía «un puntito», como decía Antonio Banderas en «La ley del deseo», que también se rodó entre sus paredes. Por eso, Fangoria, Las Nancys y Las Leopardo culminaban una gira –madrileña y semanal– en su escenario (con América y sus amigas en grada), Fabio McNamara estrenaba «Tengo un correo electronic oh», Beth Ditto simulaba comerse una ardilla, o Albacete y Menkes rodaban a puerta medio cerrada. Pero también el Príncipe entonces, hoy Rey Felipe VI, bailaba «Ritmoooooo ritmo de la nocheeeee» con las churris en factorial. Véase, Isabel Sartorius, Gigi Howard, Catalina de Habsburgo… Con pantalón vaquero recto lavado a la piedra y jersey anudado al cuello. O Gerardo Iglesias se sentaba en la barra. ¿Se acuerdan que fue secretario general del PCE? Pues, una noche sí y otra, también.
Como Isabel Preysler y Miguel Boyer, inmortalizados por primera vez juntos entrando en Joy. Y ya saben lo que vino después: Rumasa, Villa Meona… Vamos, que en un batir de pestañas, una cresta verde, un castellano con bellota, una chaqueta de pana o un polvo de arroz filipino. Todo cabía. Todo valía.
Por eso, con Jorge Javier, que vivía a la vuelta de la esquina, te tomabas la última antes de volver a casa porque al día siguiente madrugábamos mucho y el barrio se lleva siempre dentro. Pero, mientras, Simoneta Gómez-Acebo y Fernández Sastrón se comían los morros a la par que Miriam Ungría y Kardam de Bulgaria se enamoraban perdidamente… Lo de ambas parejas, claro, era más palaciego que de barrio. Lolita y Furiase también se ennoviaron en un reservado, por cierto; y, en otro, en el de Miguel Bosé, había tortas por entrar. Lo conseguían Rafa de La Unión, Toni Cantó, César Heinrich con Carlos Ferrando, Mariñas... A ellos, ¿dónde los clasifico: en barrio o en palacio? En reyes del «show bussiness» que, de eso, había para dar y tomar.
Sobre o bajo el escenario. Sobre o bajo las mesas. Desde Solange Knowles, la hermana de Beyoncé –con la que un amigo quiso ligar así: “What is you name?”. “Solange”. “¿Solanch de Cabras?”– a Gina Lollobrigida, Roger Moore, Ira de Furstenberg, Marc Almond, Omar Shariff o Katheleen Turner cuando ambos vivían en Madrid y Jean Louis Mathieu cortaba el bacalao. Porque también pasado y presente se fundían en un eterno continuo. De ahí que, tu primera vez en Joy fuera un «deja vù». Esa sensación que te invade cuando pisas la gran manzana y ves las alcantarillas echando vapor: «Pero si es como las película... Parece que ya he estado aquí». Y no, es que lo habías visto todas las tardes de sábado en «Aplauso». Dios mío, lo que me gustaban los bailes de Luka Yexi y John O’Brian. Y, por supuesto, Susana Uribarri y Silvia Tortosa presentando a Los Zombis, Tequila o Radio Futura con unos Bernardo Bonezzi, Ariel Roth y Santiago Auserón, tan imberbes como jodidamente modernos... Y los envidiabas… Y eso que aún no sabías que si salían pedas de la disco –que no digo que salieran pedas, sino que en el hipotético caso de...–, podían aplacar la gazuza con un buen chocolate con churros. Enfrente. Eso, ni en Nueva York. El último que me tomé fue después de la presentación de «Dolor y Gloria», porque Almodóvar siempre ha sido fiel a la sala, y yo al manchego, pero ya sin bebercio de por medio.
La edad, los kilos y la presbicia pesan… Habrá que pensar que si ya la bola plateada no va a seguir girando, al menos, siempre nos quedan los churros. Que la chocolatería, por cierto, también es propiedad de Pedro Trapote. Sí, también. Trapote es un hombre tan transversal como su negocio, moderno, revival, cañí y castizo. Viajó de hecho a EE.UU para ver cómo eran aquellos libertarios santuarios «glitter» como Xenon o 54 y, cuando estaba a punto de reproducirlos aquí, dos días antes de abrir Joy, Tejero y su bigote daban un golpe de Estado a lo república bananera. Aquello no triunfó y más de 6.000 personas lo festejaron después entre sus espejos y cretonas. Por eso, pensemos, que si los tanques no pudieron con Joy, cómo va a hacerlo un bicho tan insignificante como éste. ¡Digoooo! –La Veneno también bailaba en su pista. Hasta desfallecer–.
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