Opinión

La crónica de Mariñas: Cuando Rocío Carrasco dejó de ser Ro

Rocío Carrasco atiende a los medios a su salida de los juzgados de Alcobendas
Rocío Carrasco atiende a los medios a su salida de los juzgados de AlcobendasVíctor LerenaEFE

Supuso un mazazo, algo traumatizante, verdadero impacto social. Y no es coña. Cuando Rocío Carrasco, ya con cierta edad, dejó de ser la emblemática Ro nos cambió la vida. Fue como si perdiésemos ideales, nos faltase la ilusión y todo llegase a su fin. En su tiempo y dentro de la sociedad representó mucho. Era personaje necesario y nos parecía imprescindible, nadie lo imaginaría hoy, nada tenía que ver con la triste y opaca realidad. Tal creencia ilusa nos ayudó a seguir adelante, conservar la ilusión y esperanza de que algo o alguien mejor estaría por llegar. Los que la conocimos y tratamos desde el día de su nacimiento la idealizamos, éramos así de incautos y caímos en nuestra propia trampa. Desgraciadamente tarde lo descubrimos cuando ya no había solución. Nos sentimos frustrados, engañados y auto estafados pero no podíamos reclamarle a nadie. Fue tristísimo, y solo el tiempo que todo lo cura, alivió tal pesadumbre, ansia y pena.

Hoy costará entenderlo y digerirlo, pero fue tal cual, porque ella encarnaba –o tal nos hizo creer equivocados– que la hija de Rocío Jurado y Pedro Carrasco así era de única, magnífica, irreal, peculiar y singular. El tiempo y la reflexión todo lo curan y tal ocurrió con la tonta y casi idealización hecha de quien no era, ni por asomo, lo ingenuamente idealizado por todos los que la tratamos en aquella época de inocente juventud. Hoy no sucedería porque estamos curados de espanto, pero acaso entonces teníamos más fe, esperanza o caridad, ya no sé. Por pensarlo así que no quede.

Y tal y así se demostró en la alicaída alfombra roja de la pasada edición de los Oscar de Hollywood nada que ver con el relumbre de antaño de cuando las estrellas destellaban en la alfombra roja. Pero nos animó y renovó ilusión y esperanzas, en plena pandemia mundial, ver que Hollywood no pierde nunca su fuerza, ánimo, deslumbre y espíritu de un cine mejor y se vuelca, entrega, brilla y encandila con sus estrellas como en los mejores tiempos de la Meca del Cine cuando sus figuras nos hacían soñar sin necesidad de alzar la mirada al cielo. Qué es sino eso el cine: la ilusión permanentemente renovada.