Netflix
Charlotte, la reina de “Los Bridgerton” que hoy devoraría la crónica rosa
La soberana, casada con Jorge III, con quien tuvo 15 hijos tendrá su propia serie en Netflix
Era fácil dejarse seducir por la reina Charlotte en la serie «Los Bridgerton», más que por sus exquisitos vestidos de seda, por su pícara manera de arrimar el oído y querer saber con apremiante necesidad qué ocurre un palacio más allá. Una reina interesada en los chismes de alta sociedad, en historias sucias y en descubrir la identidad de Lady Whistledown, autora de las crónicas de escándalo, merecía tener un lugar propio en el universo Netflix y lo ha conseguido.
Lo fascinante en esta mujer no empieza en los libros de Julia Quinn en los que se inspira la serie, puesto que la autora apenas le presta atención, sino al descubrir que, efectivamente, existió y ocupó un lugar importante en la Historia británica durante el periodo de la Regencia. Se trata de Sophia Charlotte de Mecklenburg Strelitz (1744-1818), aristócrata alemana. A los 17 años se casó con Jorge III, al que conoció el mismo día de su boda, el 8 de septiembre de 1761. La pareja tuvo 15 hijos y disfrutó de un matrimonio feliz hasta la muerte de su hija menor, la princesa Amelia. La tragedia sumió al rey en un estado de desesperación absoluta. «Las escenas diarias de angustia y llanto eran de una melancolía indescriptible», escribió una enfermera de la corte.
Desde 1811, Jorge III vivió recluido de forma permanente en el castillo de Windsor soportando un cuadro complejo de trastorno bipolar, manía crónica y demencia. Su hijo asumió la regencia y se inició una etapa muy convulsa. La reina Charlotte murió un año antes que su esposo. Durante su reinado, impulsó la educación femenina más allá de los estándares de la época y fundó varios hospitales y orfanatos.
La gran incógnita que despierta la serie es si realmente hubo una reina británica negra o es simple licencia de Netflix. Los retratos de la época la presentan con tez oscura y pelo rizado. La posibilidad de su ascendencia africana se remonta al rey portugués Alfonso III, que pudo haber tenido algún hijo con su amante Madagrana Ben Aloandro, procedente del norte de África. Documentos de la época corroboran esta tesis, se considera que la conexión entre Madragana y Charlotte sería tan lejana, que cualquier especulación es inútil. Buckingham no se ha pronunciado.
Cuanto más indagamos en su vida, más detalles se revelan en ella que la conectan con la reina Isabel II, tataranieta de su nieta la reina Victoria. El parentesco es lejano, pero algunas similitudes entre las dos reinas más carismáticas, queridas y admiradas por el pueblo británico son asombrosas. Dejaremos al margen su dominio en cuestiones políticas para fijarnos en otras más banales y simpáticas, como su indisimulado gusto por el cotilleo. En la elegante pluma de Lady Whistledown, tan temida como codiciada por la reina Charlotte, cada annus horribilis de la monarca actual habría sonado a verso de trazo fino. Isabel II también dispone de su particular Lady Whistledown en la figura del vice chamberlain, un consejero privado que le informa a diario de cuanto ocurre en asuntos políticos y sociales. Sin duda, nada que ver con los relatos lenguaraces que hilan la secuencia narrativa de «Los Bridgerton». La propia monarca se cansó de tanto tedio y en 1996 exigió más chismes e indiscreciones palaciegas que pudieran entretenerle. Menos formalidad y más oficiosidad. Ann Milton, que ocupó el cargo entre 2014 y 2015, entendió bien su cometido: había que ofrecer «cosas que pudieran divertir a la reina», poner en las crónicas un poco de color. A Jim Fitzpatrick, su antecesor, también le pidió noticias que no apareciesen en la prensa. Desde entonces, nunca le faltan a la soberana correos electrónicos con chismes recogidos por alguno de sus informadores de lo que sucede entre bambalinas. Son asuntos privados que quedan entre ella y su vice chamberlain. La longeva reina es la última heredera de una majestuosidad que definió a Charlotte y que difícilmente se repetirá en sus sucesores. Su manera de caminar abriendo paso con su manto de terciopelo y armiño en la apertura del año parlamentario se asemeja a la de su lejana antecesora cuando en la ficción inaugura la temporada de bailes de debutantes acompañada de su séquito interracial.
Similitudes con Isabel II
En la última apertura del Parlamento, la más extraña y solitaria, los problemas de movilidad le hicieron prescindir de la capa y de su pesada corona de diamantes engastados, zafiros, esmeraldas y perlas. Son símbolos que parecen anacrónicos, pero con ellos ambas reinas consiguieron mantener la dignidad de una institución incluso en sus horas más bajas. Comparten también afición por la fauna exótica y un punto de dulzura útil para manejar con delicadeza los asuntos más turbios de algunos miembros de su familia. La conmovedora actitud de Charlotte frente a las paranoias de su esposo nos traslada al reciente funeral por el duque de Edimburgo, con la reina Isabel del brazo de su hijo Andrés, equilibrando con aplomo deber y querer.
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