
Subasta
Un Huevo de Invierno, a la venta por 27 millones
Compuesto por 4.500 diamantes, fue un encargo del zar Nicolás II para su madre en 1913, cinco años antes de su ejecución

Sobre una base de cristal diseñada para simular hielo derretido, el Huevo de Invierno imperial exhibe al abrirse una intrincadísima cesta extraíble con flores de cuarzo enjoyadas que simbolizan la primavera. Este capricho, encargo del zar Nicolás II, fue creado por Alma Theresia Pihl, nieta del joyero jefe del taller Fabergé, August Holmström, y una de las diseñadoras más talentosas de Fabergé. Es uno de los siete que quedan en manos privadas y será subastado mañana en la prestigiosa casa londinense Christie’s. Se estima que podría alcanzar un valor de 27 millones de dólares. Nicolás II quiso sorprender con esta obra a su madre, la emperatriz viuda María Fiódorovna, el día de la Pascua ortodoxa de 1913, coincidiendo con el 300 aniversario de la dinastía Románov. Cinco años después, el zar, su esposa e hijos fueran ejecutados por los bolcheviques. La emperatriz, danesa, se libró de ese horrible destino y regresó a Dinamarca para vivir el resto de su vida. Murió en 1928 y, sorprendentemente, fue enterrada en San Petersburgo.
Delicado motivo
El Huevo Imperial mide diez centímetros y está elaborado en cristal de roca finamente tallado, recubierto con un delicado motivo de copos de nieve forjado en platino y con 4.500 diminutos diamantes. Margo Oganesian, jefa del departamento de arte ruso de Christie’s, considera que es un magnífico ejemplo de artesanía y diseño, «la Mona Lisa de las artes decorativas». Christie’s lo vendió previamente en Ginebra en 1994 y en Nueva York en 2002. La carcasa de cristal de roca grabada y los enormes «copos de nieve» de platino, con incrustaciones de diamantes, dan una apariencia gélida extremadamente delicada, un sello distintivo de Alma Pihl. Además de este objeto, Pihl elaboró otro, ahora propiedad de la Casa Real británica. Peter Carl Fabergé y su equipo crearon más de 50 huevos para la familia imperial rusa entre 1885 y 1917. Ninguno igual a otro y cada uno con una sorpresa oculta. De ellos, solo siete siguen en manos privadas.

Fue una tradición iniciada por el zar Alejandro III, que regaló un huevo a su esposa cada Pascua. Desde aquel primer encargo, Fabergé mantuvo los detalles de cada nueva pieza en secreto, incluso para el zar, hasta su presentación. El joyero supervisaba la producción, pero los huevos eran elaborados por equipos de orfebres, joyeros, diseñadores y otros especialistas que disfrutaron de una amplia libertad artística. Aunque estaban hechos de materiales preciosos, su valor no residía en el coste de las joyas o metales usados, sino en la inventiva y la habilidad que los artistas aportaban. Su llegada al mercado internacional hecho que cobren una nueva vida, apareciendo y desapareciendo en colecciones privadas y públicas por millones de dólares.
Los 300 años que forjaron un imperio
Tras el infame final de los Románov hay un legado de 300 años que transformaron a Rusia. Cuando los bolcheviques tomaron San Petersburgo confiscaron los huevos, vendiendo algunos y conservando otros. Desde entonces, cada pieza ha seguido su propio camino. En sus inicios no eran codiciados, ya que el mercado estaba inundado de arte de los Románov, pero poco a poco los coleccionistas se volvieron más entusiastas con ellos.
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