Clan Valère
Olivia Valère, un único heredero y la furia de dos de sus hijos
Su club sigue capitaneando la noche, mientras su familia se resquebraja. Aquí, los detalles del poderoso clan que se rasga en directo
La médula del imperio de ocio nocturno fundado por Olivia Valére ha sido una familia que hoy se resquebraja a causa de la herencia. La fotografía que acompaña a este reportaje, con un bonito posado veraniego, da cuenta de unos días de vino y rosas que no volverán. En ella falta Virginia, hija de Philippe. La imagen se tomó en la lujosa residencia del matrimonio, en Guadalmina Baja, una de las zonas más codiciadas de la Costa del Sol donde las villas no bajan de los tres millones de euros. Esta mide mil metros cuadrados en una parcela de dos hectáreas y está rodeada de jardines y una frondosa vegetación. La casa tiene dueño: Philippe Roger. Él es quien tiene también el usufructo de los bienes y enseres que atesora en su interior. Una de las litografías, cuyo robo ha denunciado Philippe, es de Basquiat, un artista que en subasta alcanza auténticas fortunas.
La empresaria francesa, de origen marroquí, era titánica y por eso, un año después de su fallecimiento, no hay quien pueda sostener su pesada corona. Al morir, no llevó consigo ni una flor sobre el ataúd, de acuerdo con el rito de enterramiento judío, su religión. Todo lo banal, material y monetario lo dejó en tierra con un único heredero universal: su marido, Philippe Roger. El viudo, un prestigioso abogado francés de 82 años con el que Olivia levantó su imperio, ofrece a LA RAZÓN los detalles del testamento y de las últimas voluntades de su esposa.
Hace unos días, este periódico avanzaba en exclusiva el expolio e incriminaciones a los que se ha visto sometido por parte de los hijos de su mujer, Karen y Arnaud. La primera difundió un vídeo acusándole de impedir su entrada en la discoteca que fundó su madre y de querer robarle su empresa. Arnaud, según nos cuenta y consta en la denuncia policial por robo y allanamiento de morada, sustrajo de su casa varios cuadros y un coche deportivo, regalo de su esposa, de gran valor histórico, económico y emocional. «Estoy devastado» –lamenta Philippe–. «Durante casi 50 años han sido mis hijos. Han tenido y tienen todo lo que han querido gracias a mi trabajo y al de Olivia. Jamás esperé esto».
Los inmuebles en pugna
Aunque lleva el nombre de Olivia Valère, una marca registrada por él desde 1985, el imperio lo alzaron los dos. «Todos los negocios, bienes y proyectos han sido comunes. Con su testamento, Olivia dejó claro su deseo de continuidad», insiste con cierta incomodidad por tener que justificar una situación que se deriva de algo «tan doloroso y prematuro» como el fallecimiento de una mujer que se denominaba a sí misma «pequeñita hormiga», a pesar de que cada día se ponía el mundo por montera.
De los inmuebles, Philippe destaca la casa parisina, en la que Olivia pasó los últimos días, y la residencia familiar, en Guadalmina Baja. Se resiste a llamar palacete a su vivienda en París, una soberbia construcción con vistas al río Sena, dividida en apartamentos. «Uno de ellos era de Olivia, otro mío y otro es de Xavier, nuestro único hijo en común». En 2014, la empresaria abrió sus puertas al cronista social Esteban Mercer, de House&Style, y mostró al mundo su colección de vajillas, piezas y muebles antiguos y únicos. Al periodista le llamó la atención un candelabro de bronce macizo de la época de Luis XIV, de 400 kilos. «Aquí es difícil que roben los ladrones. Todo pesa mucho», bromeó entonces la anfitriona, sin imaginar que, al cabo de casi diez años, una grúa arrastraría el Jaguar con el que obsequió a Philippe por sus años de amor.
Esta casa era su particular teatro y en su suntuosidad veía cumplido su sueño frustrado de ser actriz. Se enamoró de ella en cuanto la descubrió. Un amor a primera vista como el que sintió Philippe cuando la vio, en 1973, en los Campos Elíseos. El flechazo fue mutuo y nunca más separaron, hasta que el cáncer se la arrebató el 9 de junio de 2022, con 75 años. Ella ya tenía a sus hijos Arnaud y Karen, algún otro amor y un primer marido, Albert Albouhair. También él era ya padre de Virginia, una artista que, a pesar de vivir en Estados Unidos, mantiene una magnífica relación con él. Y del matrimonio nació Xavier, el benjamín y el gran apoyo emocional para Philippe en estos momentos.
Se olvidaron de amoríos pasados y todos formaron una gran familia que se fue ampliando con los casamientos de los hijos y la llegada de los nietos. Incluso el primer marido de Olivia, Albert, fue acogido en la casa familiar hasta la muerte de Olivia y se convirtió en un excelente contrincante para Philippe en sus partidas de ajedrez. «Así era ella, incapaz de lastimar a nadie y con la cabeza muy clara para saber qué cosas o personas debían quedarse con ella para siempre».
Y entre las mejores cosas que podrían pasarle, la decisiva fue Marbella. Llegó a esta ciudad en 1984 de la mano de una amiga, la cantante coreana Kimera, y descubrió en ella el cielo. Solo le quedaba dar forma a las nubes. Abrió un club en Marbella, que durante un tiempo compaginó con otros negocios que tenía en Francia, Marruecos, Argentina o Líbano.
Entre tres y seis millones
Fue pionera como mujer emprendedora en el ocio nocturno y demostró un carácter único para transformar sus locales en referentes mundiales. El matrimonio regentó locales en diferentes países de los que luego se fue desprendiendo, según relata Philippe, para centrarse en la discoteca marbellí.
Salvando la ruinosa etapa pandémica, factura anualmente entre tres y seis millones de euros a través de su Sociedad de Explotaciones Mov, dedicada a la hostelería, bares, discotecas, restaurantes y la participación en empresas afines. Cada uno de los miembros de esta gran familia es una pieza esencial en la batalla y también en esta mítica discoteca que, como él dice, solo se entiende si es capaz de preservar el alma de su fundadora. Olivia tuvo claro en manos de quién debía quedar su patrimonio personal, pero también dejó escrito que la fiesta debía continuar.
Antes de fallecer, confió en los nietos para darle un aire fresco y más actual a sus 3.000 metros cuadrados. A Karen y Arnaud, –«los niños»– les dio la oportunidad de ser parte de esa «next generation» llamada a heredar la ciudad que descubrió su madre. El hijo, tras la muerte, no volvió a pisar la casa familiar. Hasta hace unos días, cuando forzó el portón. En Karen, Olivia creyó ver su sucesora. «Nada más lejos. Confunde gestión con poder». Para él la gran tragedia no es el patrimonio, sino quién hereda el alma de Valère. «C’est une catastrophe», que diría Olivia.
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