Teatro

Plácido Domingo

El teatro Real cambia de aires

Montserrat Caballé en el Liceo de Barcelona
Montserrat Caballé en el Liceo de Barcelonalarazon

El Liceo barcelonés y el Real, menos histórico, pueden iniciar nuevas etapas para renovarse si Joan Matabosch deja de asesorar artísticamente al vetusto teatro de Las Ramblas, el más emblemático escenario de la ópera de España, y al de la Plaza de Oriente, con el efecto Mortier, quien llegó a disparatar con que lo menos importante de la ópera son las voces, asegurando que España no las tiene buenas sin pensar en Kraus, Caballé, Carreras, Carlos Álvarez, Mariola Cantarero o Josep Bros. Prefieren experimentos mediocres como «Il portino», donde Plácido Domingo no pudo cantar, o un estomagante «Cosi fan tutti», sólo animado por el director, un gran cineasta de último Oscar. Pero no basta. Si uno repasa la programación del Met neoyorkino –donde una butaca vale más de cuatrocientos dólares, unos 300 euros–, el sino y atractivo son diferentes, variopintos y pensados para el público y no para el ego y la prepotencia del gran jefe. Incluso con crisis a cuestas que parece la cabalgata de las walkirias arrolladoras del orden establecido, el Real no anima a visitarlo mientras el coliseo neoyorkino inaugura este 24, festividad de la Merced, un «Elisir d'amore» protagonizado por Anna Netrebko, tan desdeñadora del mundo gay. «Nemorino» será Matthew Polenzani, porque el Met siempre ofrece los mejores carteles mundiales; así, Lepage dirige «La Tempestad» con Dolora Zejick y el atractivo Hvorostovsky –al que conocí en un homenaje a Joyce DiDonato encarnando a la Maria Estuardo que consagró mundialmente a Montserrat Caballé cuando sustituyó a Martin Horner–. El imparable Jonas Kaufmann, que en marzo aterriza en el Liceo en su debut español, defenderá a Parsifal, uno de sus grandes papeles con «Carmen» y «Manón». Es el tenor del momento evocando por apostura lo que Corelli fue en tiempos. Las damas acudían no sólo a oírle, sino para aplaudir a sus piernas, que les parecían arrebatadoras.

Eran otros tiempos de la lírica, cuando Juan Antonio Pamias sacaba adelante la temporada liceísta con el Real cerrado. Épocas de penuria llevadas con dignidad, gracias al sacrificio de los divos que rebajaban cachés para cantar en el Gran Teatro. Los alentaban con su ejemplo Caballé y Carreras, también una Victoria de los Ángeles que apenas cantó allí, siendo su casa propia, un poco en el estilo de Berganza con el Real, que, sin embargo, le montó un homenaje oportunista a destiempo. Tarde y mal. «Julio César», con la lánguida Natalie Dessay, para conmemorar el 20 aniversario wagneriano con su «anillo» operístico montado por Lepage –autor de la mejor «Celestina» española vista en los últimos tiempos, encarnada por la inmortal Nuria– compite con «La Clemenza de Tito», «Aída», «Carmen», «Diálogos de carmelitas», «Don Giovani», «Fausto», «Otello», «Bodas de Fígaro», «Traviata», «El trovador» y «Turandot», ganchos únicos con títulos siempre atrayentes –todo depende de quien los cante– para disfrutar de una buena noche oyendo a Juan Diego Flórez como «Le comte Ory» o a la guapísima Elina Garanca, versionando una «Carmen» menos pasional que aquella que escribió Merimé cuando aquí tenía líos sentimentales con la condesa de Montijo, madre de Eugenia la del «Qué pena, pena». Fue como un padrastro para ella, que se crió acunada por Stendhal. El Liceo pierde a Matabosch y sale ganando el local, profesionalidad y respeto de la Villa y la Corte donde el público aplaude cuando no debe. De eso se quejan los cantantes a los que ese entusiasmo a destiempo les desconcierta. Joan, con su ejemplo, se asemeja más a la humilde entrega de Caballé, la última gran diva de la ópera, que mañana empieza en Zaragoza sus clases magistrales, siempre motivo de hilaridad por cómo las plantea jocosamente.