Opinión

El espejo del alma: De Victoria Federica a Lita Trujillo, la esclavitud de la tanorexia

Con el rostro como delator de lo que fuimos, somos y seremos, estrenamos sección con nuestra experta en belleza. El tema inaugural no puede ser más candente: la tanorexia o adicción al bronceado

Victoria Federica vestida de flamenca.
Victoria Federica vestida de flamenca.@vicmabor

La cara es el espejo del alma, dice el sabio, y refleja fielmente nuestro estado de ánimo, salud, recuerdos, logros y fracasos, las emociones predominantes de nuestro periplo vital, los anhelos no cumplidos y los deseos reprimidos. ¿Todo ello se puede aplicar a Victoria Federica Marichalar Borbón, con 23 años? Vic, que así se la conoce, es una joven de buena familia. Desciende, por vía materna, de El Cid Campeador. También del rumano Vlad el Empalador, Isabel la Católica, Gengis Khan, Al Mutamid (el rey poeta de Sevilla), Fernando VII e incluso del pintor Velázquez. Sí, el de las Meninas. Por línea paterna, de Sancho Fernández de Tejada, cuyos ancestros, a su vez, eran los godos Leovigildo y Hermenegildo. No es baladí conocer el glamuroso bucle de personas que envuelven su pasado, iniciado hace más de 1.500 años.

Victoria Federica en la Feria de Abril de Sevilla
Victoria Federica en la Feria de Abril de SevillaInstagram

Vic ha debido de heredar lo bueno y malo de tanto ancestro ilustre y su presencia, tanto real como virtual, en directo o en los medios, genera inevitable expectación. Aquella adolescente de frágil aspecto, acentuado por el tono blanquísimo de su piel y el tono negrísimo de su cabello, ha ido abriéndose paso en el mundo de las socialités. Sin prisa, pero sin pausa; sin odio, pero sin piedad. Se ha transformado en una mujer de aspecto cada vez más seguro, a pesar de conservar rasgos físicos y espirituales que emiten cierta vulnerabilidad.

Esa fragilidad podría estar en el origen de una posible tanorexia, cada vez más comentada. Parece evidente que Vic se encuentra más atractiva oscureciendo su tono de piel, pero la impresión es que no se ve nunca lo suficientemente morena. La aristócrata se ha retocado su rostro con delicadeza y buen gusto, es cierto. También su figura luce más estilizada que nunca. Pero no puede evitar completamente esa expresión de criatura desvalida y vulnerable. Así como su herencia genética ha entrado en tirabuzón, su gusto por la propia imagen se ha sublimado y focalizado en la obsesión por lucir moreno rozando el trastorno mixto anoréxico-tanoréxico. Victoria es adicta a los rayos UVA, a los autobronceadores y a un maquillaje específico que realza su color, pero el resultado quizás no sea el deseado. El ideal podría haberlo conseguido en casa de su íntima amiga Rochi Laffon, en Sanlúcar. Sin embargo, el aspecto es el de un bronceado de deportivo descapotable o de tarde de domingo en la playa. Temporal, artificioso, rebuscado y que sale fatal, o no sale. Menos mal que la reencarnación no existe, porque la comparación con Lita Trujillo sería inevitable. Eso sí, tanto Vic como Lita son únicas e inalcanzables, a las que parece no afectar el juicio ajeno.

Lita Trujillo, bronceada y sufrida a partes iguales

Lita Trujillo
Lita TrujilloGtres

Las marcas que el recorrido vital de Lita Trujillo ha ido dejando en su rostro sirven de acta notarial, la más fidedigna, de su agitada vida. Realmente, podrían tomarse como una máscara de esa biografía que deja atrás envuelta siempre en un halo de misterio, ambigüedad y secretos solo parcialmente revelados. No olvidemos que esta leyenda del cine fue un mito en los años cincuenta del Hollywood dorado y trabajó con galanes de la talla de Paul Newman o Anthony Quinn. Viuda de Ramfis Trujillo, el hijo del sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo, cultivó una personalidad fascinante, pero plagada de tantas luces como sombras que hoy se proyectan sin ninguna piedad sobre su rostro, aunque sin borrar su enigmática belleza.

En Lita Trujillo casi todo es misterio. Vino al mundo en un barrio no determinado de una localidad que quizás fuera Jaffa, ciudad portuaria de Israel. La familia, judía, logró huir del holocausto nazi y Lita acabó creciendo en el Brooklyn neoyorquino con el nombre de Iris Maria Lia Menshall. Sus cualidades físicas le abrieron las puertas de Hollywood tras una fugaz etapa de corista en Las Vegas. Sus exóticos rasgos no pasaron desapercibidos y se convirtió en secundaria indispensable al lado de estrellas como Glenn Ford o Bárbara Stanwyck. Pero el mítico playboy Ramfis se obsesionó con ella, secuestrándola con tretas de galán que culminaron en matrimonio. En 1961, su suegro, el esperpéntico dictador, fue asesinado. La pareja, acosada por Interpol, se exilió y acabó recalando en España. Ocho años después, Ramfis se estrelló con su Ferrari y murió por las secuelas provocadas por el accidente.

Jaime Ostos
Jaime Ostoslarazon

Sus fugaces romances (episodios eróticos, según propia confesión) la fueron acercando al que pudo ser el amor de su vida, el torero Jaime Ostos, con quien, según dijo, no se quiso casar. Pronto comenzaría la decadencia del mito. Su primogénito, Ramsés, falleció y ella acabó viviendo de alquiler, pagado por amigos fieles, en Madrid. Su última aparición pública fue el reciente funeral de su íntima amiga Ira de Furstenberg. Lita se presentó espectral, fantasmática, casi autoparódica. Pero pude observar que su imagen conserva intacto ese halo de misterio que transformó a la mujer en mito.

Su rostro abrasado al sol marbellí durante tantos veranos le ha pasado una factura difícil de pagar, pero no es un espejo plano de su biografía. A sus 91 años, parece que su alma asoma al mundo reflejándose en los espejos deformantes del valleinclanesco callejón del Gato. Y no es la vejez, sino los golpes vitales los que han ido cincelando, uno a uno, cada fruncido de su curtido cutis.