Casas reales

Belleza bien usada

La Razón
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La reina Rania de Jordania es famosa fundamentalmente por su belleza. Eso nos demuestra que a lo exterior, y a veces a lo superficial, se le da más importancia que a lo que reside en el interior de los corazones, que es lo que realmente define a las personas. Pocos saben que la enorme influencia de la consorte del rey Abdalá II se aplica no sólo a marcar tendencias en moda o a resplandecer en los actos en los que participa, sino en cuestiones de mayor relevancia para la vida de las mujeres –de cuyos derechos es defensora–, para la de los niños –contra cuya explotación lucha– o para el progreso de la ciencia médica que, por cierto, practicaba su padre, ya que es patrona de varias instituciones dedicadas a la investigación en vacunación, estudio del cáncer o de la osteoporosis.

Ésa es precisamente la labor que se espera de una soberana del siglo XXI, como, por otra parte, es la que debería realizar todo príncipe de esta era en la que ya no tienen que empuñar la espada sino que con su palabra, su presencia, su apoyo constante y su prestigio personal son acicate del progreso social de la humanidad. Para eso sirve ese prestigio. Los jóvenes, y los no tan jóvenes, suelen fijarse en quien destaca por su buen aspecto, su «charme» o su elegancia. Detrás de esas virtudes de la reina Rania hay otras de mayor calado y es en ésas en las que debemos incidir. Usar el cebo de la belleza para pescar voluntades dedicadas al bien es el mejor modo de emplear un don que, si sólo es exterior, de nada sirve y a nada lleva. La belleza se marchita pero la siembra del bien fructifica y se perpetúa.

Rania fue hecha reina tres meses después del ascenso de su esposo al trono hachemita. Desde entonces ha aprovechado el tiempo. Ha dado descendencia a la Corona, y se ha convertido en un referente mundial, al ser considerada una de las cien mujeres más influyentes del mundo, desde su lugar –como ella dice– de «madre, esposa, jefa, abogada, solidaria, y reina».