París

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La Infanta Elena no piensa en celebraciones especiales para el día de su 50º cumpleaños y aborda el hecho de cumplir ese medio siglo como si se tratara de un aniversario más. Como mucho, se plantea el reunirse a cenar con su círculo de amigos más íntimos, de ser posible, en un lugar privado, con el fin de que no trascienda públicamente y evitar así el revuelo de otros años en que los paparazzis descubrieron el local en el que la hija mayor de los Reyes festejaba su cumpleaños.

Lo que es inevitable, sin embargo, es hacer un cierto balance de lo que ha sido su vida desde aquel lejano 20 de diciembre de 1963, día en el que nació la primogénita de los entonces Príncipes Juan Carlos y Sofía. La llegada del bebé, al año y medio de la boda de sus padres, llenó de alegría las habitaciones del Palacio de la Zarzuela en unos tiempos de incertidumbre para la pareja, que no sabía qué iba a suceder en el futuro.

Ahora, al cumplir 50 años, Doña Elena se ha convertido en una persona equilibrada, con una vida plena en la que ha habido disgustos y alegrías, como en la de cualquier otro ser humano. La Infanta, según confirman quienes la rodean, es actualmente una mujer satisfecha con lo que hace y, sobre todo, se considera afortunada por el hecho de tener un empleo.

«Estoy encantada de tener un trabajo», ha confesado la primogénita de los Reyes a personas de su entorno recientemente. Ella disfruta al cumplir con sus obligaciones de directora del área social y cultural de la Fundación Mapfre, a cuya sede en el madrileño paseo de Recoletos acude cada mañana. Su responsabilidad la obliga a supervisar todas las actividades de carácter cultural y social que la entidad desarrolla, entre otras la de diseñar proyectos de cooperación en países como Panamá, Colombia, República Dominicana y otros a los que se ha desplazado para conocerlos sobre el terreno. La labor que desempeña la llena, le gusta y por eso cumple con ella con escrupulosa rigurosidad, consciente de que su condición de hija de los Reyes la obliga a ello aún más. Su compromiso es total.

Felipe y Victoria, sus prioridades

Pero, por encima de todo, la prioridad absoluta en la vida de la Infanta es su familia, con sus hijos adolescentes Felipe y Victoria a la cabeza. La educación y formación como personas es fundamental para su madre,que quiere que ambos sean unos chicos sólidamente formados y preparados para afrontar las dificultades que se les presenten en la vida. No es fácil encauzar a un chico de quince años, con una personalidad arrolladora y que ha crecido sabiendo que era el nieto mayor del Rey. Pero ella lo intenta porque su misión fundamental es sacarlos adelante.

A la preocupación que siente por sus hijos se une la que siente por la salud del Rey, su padre, tan maltrecha en los últimos tiempos. También a la incertidumbre por la situación de su hermana, la Infanta Cristina, pendiente de la decisión del juez sobre su posible imputación en el «caso Nóos». La crisis provocada por este sumario ha hecho que las hermanas estén más unidas que nunca, algo que se puso de manifiesto cuando se levantó la imputación de Doña Cristina, que hizo declarar a Doña Elena que «estoy muy contenta» varias veces ante las cámaras.

Superación del pasado

La Infanta Elena trató de ganarse su independencia desde que terminó su adolescencia y se enfrentó a la vida adulta. Había sido una niña espontánea, sin dobleces, con un carácter fuerte y de reacciones imprevisibles, pero, tal y como afirman las personas que la trataron en esa etapa, tiene un corazón tan grande que no le cabe en el pecho. De ella siempre han dicho que es una «buena persona», con genio vivo pero llena de buenos sentimientos hacia los demás. A la hora de completar su formación superior, se decantó por estudiar pedagogía, ya que la enseñanza, especialmente la que está orientada a los niños pequeños, era lo que más le atraía. Cuando completó sus estudios, pudo cumplir con su vocación al ser profesora en el Colegio de Santa María del Camino, del cual fue alumna, y, más tarde, profesora de Inglés en la escuela de educación infantil Micos, de la que fue accionista junto al grupo de amigas que la creó.

Su deseo de independizarse la llevó a vivir durante un tiempo en París, donde conoció al que luego se convirtió en su marido, Jaime de Marichalar, en una ceremonia celebrada en Sevilla el 18 de abril de 1995. Lejos quedaban los tiempos en los que la Infanta se sentía un poco «el patito feo» de la familia, que tras una eclosión se convirtió en un cisne cuyo glamour y elegancia dejaron a todos con los ojos como platos. Ella brilló con luz propia, demostró que era capaz de tomar las riendas de su vida y, tras una complicada relación matrimonial con Jaime de Marichalar, tomó la decisión de divorciarse y dejar atrás una etapa de relumbrón y fiestas sociales que le interesaban poco para llevar la vida que realmente quería.

Doña Elena es consciente de que, como miembro de la Familia Real, tiene que asumir una serie de tareas institucionales con las que cumple encantada. Su dedicación a los deportistas paralímpicos, como presidenta de honor del Comité Paralímpico español, es una labor que la emociona por «el afán de superación y la fortaleza de voluntad» de los atletas discapacitados. Desde que asumió el cargo, ha asistido a todos los Juegos Paralímpicos que se han celebrado y su compromiso con el esfuerzo de los deportistas es total.

Porque el deporte es para la Infanta Elena una actividad fundamental en su vida. Volcada en la hípica, en cuyas pruebas participa con regularidad, siempre saca tiempo para montar y entrenar con sus caballos. Son su gran pasión, lo que hace que disfrute, mantenga una admirable y perfecta forma física y se evada un poco de los problemas que acucian últimamente a la Familia Real.