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Chanclas y tirantes en el Congreso: ¿es el calor o el desplome del buen gusto?

Los expertos aseguran que es importante vestir el uniforme que corresponde seas un líder político o un panadero. Sin embargo, las chanclas, las faldas pareo y las camisas hawainas desploman los termómetros del mal gusto en el vestir en el congreso

Ione Belara e Irene Montero en el Congreso
Ione Belara e Irene Montero en el CongresoEUROPA PRESS/E. Parra. POOLEuropa Press

El gesto introvertido, la mirada distante y un cigarrillo en la comisura de sus labios. Si solo nos lo cuentan, la imaginación nos lleva a cualquiera de los mitos que nos sedujeron con el humo del tabaco. De Lauren Bacall al rebelde James Dean a punto de acelerar el motor. La realidad nos da de bruces con el Congreso de los Diputados en su último pleno antes de las vacaciones. En un muro junto a la escalinata que conduce al hemiciclo, Irene Montero lía un cigarrillo. La imagen que regala a la cámara del fotógrafo Ángel de Antonio es la de una mujer con expresión mohína y «outfit» (conjunto) descaradamente playero: chanclas, camiseta de tirantes ceñida y falda pareo. Son las prendas más socorridas para burlar el sofocante calor madrileño. ¿También para acudir al Congreso? ¿Su compostura está al nivel de la categoría de ministra?

La imagen tiene su propia gramática y es difícil despreciar su poder para definir a un líder. Es el «power dressing» al que ha caído rendida y sin rodeos Yolanda Díaz. Montero aún parece enfrascada en una imprecisión adolescente que le hace vacilar entre la feminidad y sensualidad de la vicepresidenta y la sobriedad de Ione Belarra, que desaconsejó ir «primorosamente arreglada». Igual sube al estrado jugando con su escote a ser eso que los asesores llaman «improvisadamente sexy» que con unos vaqueros desfasados intentado simular que la moda no va con ella. La fotografía del muro robó todo protagonismo a su faena como ministra, algo que va en contra de todo mandamiento de comunicación política. Por otra parte, cualquier elegancia que venga después resultará impostada

La asesora de imagen Marta Pontnou insiste en que es importante vestir el uniforme que corresponde seas un líder político, una empresaria o el panadero que nos despacha el pan cada mañana, sin que la corrección sea cosa de izquierdas ni de derechas. El asunto no es superfluo. Felipe González se deshizo de sus míticas chaquetas de pana –que fueron como el chaqué de los socialistas–, como señal de respeto a la disciplina del vestido en el hemiciclo. Pero quien mejor hizo su fondo de armario de ministro fue el socialista Tomás de la Quadra, que encargaba siempre tres trajes en verano y otros tres en invierno. Para Alfonso Guerra lo de vestir el cargo era otro cantar.

Alberto Rodríguez Rodríguez
Alberto Rodríguez RodríguezEUROPA PRESS/A.Ortega.POOLEuropa Press

La prenda que desata los debates más acalorados, también en otros contextos laborales, es la corbata. ¿El calor justifica quitarla? Una vez eliminada, ¿dónde está el límite para desabrochar botones? ¿Son adecuadas las alegres camisas hawaianas que nos incitan a la relajación del chiringuito?

También las minifaldas. ¿Cuánta pantorrilla se puede enseñar? En el Congreso, según indican a LA RAZÓN, no existe una directriz sobre cómo han de vestir sus señorías en verano. Cada uno sigue su criterio y la mayoría ha ido adaptando el clásico traje oscuro con patrones más entallados y menos volumen, pero sin perder su fortaleza. Otros se permiten licencias inimaginables en otros países europeos.

Manual de estilo

Los mismos tirantes y calzado chancletero que ahora usa la ministra de Igualdad motivaron en 2011 la redacción de un manual sobre cómo vestir «de forma decorosa y acorde con el prestigio de la institución» que pondría fin a la costumbre de los visitantes de acudir al Congreso sin cumplir unos mínimos. De los diputados ni se habló, entendiéndose que imperaría el sentido común. Según nos confirman las mismas fuentes, aquel manual no pasó de simple amago. Lo curioso es que, diez años después, este atuendo es moneda corriente en algunas políticas y ahora es la ciudadanía la que no perdona ni el desaliño ni el descuido en la imagen institucional. A un tuitero los tirantes le recuerdan a su abuelo en verano. Otro dice que a Montero solo le faltó la litrona. Hace un año, Pilar Llop lució un llamativo conjunto en el homenaje a las víctimas del coronavirus que rompía la discreción que exige una ceremonia de este tipo y las redes se llenaron de críticas por su inapropiada elección y poco tacto. «Qué falta de respeto», «Parece que viene de un after», comentaron al verla llegar con blusa drapeada de satén dorado y una falda ajustada morada y ocre.

La ministra de Defensa Margarita Robles, la vicepresidenta primera Nadia Calviño, y la ministra de Justicia Pilar Llop, a su llegada al acto de homenaje de estado a las víctimas de la pandemia de la covid-19
La ministra de Defensa Margarita Robles, la vicepresidenta primera Nadia Calviño, y la ministra de Justicia Pilar Llop, a su llegada al acto de homenaje de estado a las víctimas de la pandemia de la covid-19EMilio NaranjoEFE

Tan importante es ser como parecer, opina Silvia Foz, consultora de imagen y comunicación al preguntarle si tan importante es la imagen. «Lo es porque nos va a convencer o no, a transmitir confianza o todo lo contrario, inseguridad. Es actitud. Cómo se expresa, cómo se mueve y cómo viste. Forma parte de nuestra marca y no hay segundas oportunidades». Entre los mismos políticos cualquier desatino provoca desconfianza. Alberto Rodríguez apoya sus rastas y su criticado físico en su condición de «currela», tal y como se define en los perfiles de sus redes sociales. Pero envuelto en la exquisita iconografía del Congreso de los Diputados, su alegato no resulta más que una parodia.

Santiago Abascal afeó el aspecto de Pablo Iglesias: «Vístase como un vicepresidente». El expolítico podemita, antítesis de la formalidad, solía ir descamisado y sin americana. Cuando la llevaba, los asesores intuían que no se encontraba cómodo en ella.

Camiseta del pijama

Pero el comentario que se lleva la palma es el de Rafael Hernando, senador del Partido Popular por Almería, hace algo más de un año, a propósito de una camiseta negra con mensaje feminista y letras en arcoíris con la que se paseó Manuel Castells: «Lo de que los ministros vengan al Senado con la camiseta del pijama, el pelo alborotado y recién levantados de la siesta… como que no lo veo». Las camisetas reivindicativas para vestir el cargo empiezan a ser tan habituales como los «looks» quinceañeros de la socialista Adriana Lastra. Ella tampoco pasa desapercibida.

Manuel Castells
Manuel CastellslarazonSENADO

Igual que Miguel Sebastián cuando prescindió de la corbata escudándose en el ahorro energético, Lastra parece dispuesta a salvar al mundo del calentamiento global con el uso de faldas cada vez más cortas que, sin duda, le harán alejarse de los aires acondicionados. Su informalidad se repite en otros escaños cuando estos días de calor las cámaras recorren el hemiciclo y asoma pernera entre bermudas y pareos que, más que anticipar el verano, proclaman que tanto progresismo está provocando el desplome definitivo del buen gusto estilístico.