Opinión

La crónica de Amilibia: Humildad ministerial a tope, oiga

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en el acto de inauguración de las Jornadas sobre Economía Circular 'De comprar, usar y tirar a reciclar y reutilizar', en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM).
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en el acto de inauguración de las Jornadas sobre Economía Circular 'De comprar, usar y tirar a reciclar y reutilizar', en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM).Eduardo ParraEuropa Press

Yolanda Díaz no es tan solo la modelo «Vogue», como muchos maliciosos comentan. También es un modelo de humildad, amén de otras acrisoladas virtudes que la adornan, complementos de lujo al margen. Ha confesado en una entrevista que ella no quiso ser vicepresidenta: «Me ha empeorado la vida sustancialmente». Y añade que sueña con volver a Galicia. ¿Han visto los tiempos una declaración más contundente y modesta de rechazo público del poder, de sus pompas y lujurias diversas, de sus fastos y vanidades? Creo que no se ha dado un caso así desde san Martín de Porres, san Antonio de Padua y san Francisco de Asís juntos. Yolanda debe de tener enmarcada, junto a la foto dedicada de Francisco, aquella frase de Jesús: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón», y la recita todas las noches antes de entonar el «cuatro angelitos guardan mi cama…».

Con lo del empeoramiento sustancial de vida quizá se refiera a que, obligada a vivir en Madrid, ha tenido que cambiar la centolla y los percebes por el cocido y las gallinejas. Santa resignación comunista. Otro caso de humildad es el de Carolina Darias, ministra de Sanidad, que llega tarde a todo para evitar caer en la soberbia. Puede que para cuando decidan rebajar los test de antígenos y comprar los antivirales de Pfizer ya estemos todos contagiados, pero ella seguirá fiel a su máxima: «Los últimos serán los primeros». Y ahí la tienen, decidida a no deslumbrar con sus aciertos al personal, o sea, no haciendo nada, impasible el ademán, manteniéndose en el virtuoso camino del paciente Job y el inmóvil san Tancredo: quieta, porque si te mueves no sales en la foto. No nos las merecemos.