Duelo

Irene e Ione, de gemelas de «El resplandor» al «síndrome cascarrabias»

Algunos analistas políticos analizan sus gestos y señalan que disparan balas al azar y puede que sean sus últimos cartuchos

MADRID, 11/05/2023.- La ministra de Igualdad, Irene Montero (d) conversa con la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra (i) durante el Pleno del Congreso celebrado este jueves en Madrid.
MADRID, 11/05/2023.- La ministra de Igualdad, Irene Montero (d) conversa con la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra (i) durante el Pleno del Congreso celebrado este jueves en Madrid.Fernando Alvarado EFE

Si algún caricaturista dibujase hoy a Ione Belarra e Irene Montero, lo tendría tan fácil como levantar su ceja y fruncir el ceño. El cuerpo lo dejaría en avanzadilla, los pies separados en posición claramente amenazadora y el brazo alzado a punto de dar un latigazo al aire. Para abreviar, el dibujo podría tomar la técnica de Wes Anderson, el cineasta amante del olor a ajo de Chinchón, colocándolas en perfecta simetría, incluso en lo emocional. El exterior, igual que el interior. Y al revés.

Las ministras no dejan de refunfuñar y algunos analistas políticos advierten en su actitud el traqueteo de quien anda recogiendo los últimos bártulos al final de una función que no fue nada bien. Es la opinión de la asesora política Carolina San Miguel, experta en marca política. Sin entrar en sus ideas, sino en cómo han definido su imagen pública, le llama la atención la intensidad que ha tomado su tono de crispación. «Ya no hay ninguna mesura. Su política es un compendio de ataques cuya máxima expresión es la camiseta de Alejandra Jacinto en el debate electoral y la de Belarra en el Congreso con la cara del hermano de Isabel Ayuso o la lona en el barrio de Salamanca con la misma imagen».

Gruñen en los mítines, en el Congreso y en la calle. Dejan que la lengua se suelte, pero también el cuerpo. Ellas hacen aspavientos y ponen el brazo en jarras con la pose de pistoleros del Lejano Oeste, similar a la de Pablo Iglesias en sus mejores horas o a la de Sam Bigotes, el enemigo de Bugs Bunny. Disparan las balas al azar y, según San Miguel, puede que sean sus últimos cartuchos. Hablan mal de la derecha, pero también de la izquierda y del centro. Hablan mal, fatal, de los empresarios, de los periodistas, de los vecinos del barrio donde se saben perdedoras y de cualquiera que les sale al paso para contrariarlas. En los sondeos, más del 90% de la población asegura que están hartos de tanta crispación.

Irene Montero, Ministra de Igualdad durante la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados
Irene Montero, Ministra de Igualdad durante la sesión de control al gobierno en el Congreso de los DiputadosAlberto R. RoldánLa Razón

«Les vendría bien algo de templanza –dice la analista–. La moderación sigue siendo un valor en política y lo que pide el ciudadano es un debate serio, una confrontación inteligente, un diálogo calmado que permita la exposición de los puntos de vista y en el que los adversarios se respeten en lugar de golpearse, que pidan disculpas si se equivocan. Esto beneficiaría a toda la sociedad». Lo que no desea, en su opinión, son personas que denigran, gritan y desmoralizan con su pesimismo.

«Si vas a un mitin o escuchas a un político en un medio de comunicación, quieres que te motive con su discurso, que consiga que te vengas arriba, no que se obstine en polémicas insustanciales o lastime a personas que no piensan igual. Injuriar a gente anónima o mantener fijo el dedo acusador no beneficia a nadie».

San Miguel sospecha que el motivo de su escalada en el enojo son los malos resultados de las encuestas para su partido. «Han fracasado en sus políticas, aunque se empecinen en ellas de un modo cerril. Es su zona de confort e insisten en recuperarlo, aun sabiendo que la sociedad ha dado un paso y que la crispación como estrategia es perjudicial».

Sin bagaje laboral

Ellas lo llaman valentía política, pero se olvidan de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si poco, no tan malo. «En política se impone la prudencia. Es un rasgo propio de los buenos políticos. Las ministras Belarra y Montero no se quedan con hambre y acaban fracasando, incluso en sus filas, por hartazgo». Hay que admitir que sus malas pulgas –en el sentido más divertido y nada insultante de esta locución– nos ha regalado momentos memorables, como cuando refunfuñan entre ellas en sus escaños tapándose la boca o se les sonrojan los mofletes a causa de su endiablado temperamento.

La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 Ione Belarra camina por los pasillos del Congreso de los Diputados
La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 Ione Belarra camina por los pasillos del Congreso de los Diputadoschema MoyaAgencia EFE

San Miguel opina que en el origen está su salto directo al poder, «sin un bagaje laboral, profesional y vital que les acerque de verdad a la ciudadanía. Tampoco se han permitido evolucionar durante estos años hacia un liderazgo que les haga brillar o hacerse respetar. Así es difícil llegar al corazón del electorado».

Objetivo: ser más populares, pero no más queridas

Hace un año se detectó un problema en la formación morada. En las encuestas (públicas y privadas) se detectaba el problema de la debilidad demoscópica de la dirigente navarra Ione Belarra. A pesar de ser ministra de Derechos sociales, cargo que heredó de Pablo Iglesias, y de liderar el partido morado, es para más de la mitad de los españoles una desconocida, según el barómetro de enero del CIS. Es por ello que, ante la dura crisis económica, Podemos buscaba rearmar a su máxima dirigente. Se trata de una operación visibilidad que pasa por incrementar su presencia en el Gobierno y favorecer el contacto con los militantes. Ahora, la visibilidad es un hecho, pero no así la ansiada la popularidad.