Montreal

Guerín amplía los horizontes

La Mostra fue testigo del comienzo de «Guest» en 2007 y de su fin en 2008. Ahora, el director, único realizador español en Venecia, que también estará presente en los festivales de Montreal y San Sebastián, da luz verde a su nuevo documental.

Guerín amplía los horizontes
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Una cámara, un ojo que mira, una voz que pregunta, un viaje alrededor del mundo en treinta festivales. Podría pensarse que Guerín ha desaprovechado la oportunidad de hacer, desde la perspectiva del «insider», un documental sobre las vísceras de esas realidades paralelas donde la gente ve cine para comprarlo o criticarlo. Pero «Guest», que se presentaba ayer en la sección Orizzonti de la Mostra y que viajará a Toronto y a San Sebastián, es todo lo contrario a un documental al uso. Difícil afirmar si es documental en absoluto, porque quiere dar por acabado el debate que confronta al género con su supuesta némesis, la ficción.

Rimasa consonantes

Es cine puro: cine de tránsitos, cine itinerante, cine de alguien que siente curiosidad por el mundo, por establecer rimas consonantes con personas y ciudades. Guerín hace propio uno de los títulos más emblemáticos de Jonas Mekas, «Diarios, notas y sketches», para dibujar un cuaderno de bitácora, para seguir una hoja de ruta que nos pone en contacto con las sufridas mujeres de Cali, con los detractores del régimen de Castro, con dos chicas que se maquillan en una habitación del hotel Excelsior, con un viejo fotógrafo de Macao, con decenas de predicadores callejeros, con vagabundos y sabios, con el universo entero concentrado en una mirada que busca y encuentra. Cine encontrado al azar, dejando que la vida dicte las estrofas, dé con las tramas paralelas; demostrando también que todos los lugares del planeta se parecen mucho más de lo que creemos y que, a la vez, sólo son idénticos a sí mismos. 130 horas de material en bruto filmadas en un año y editadas en otro año y medio se transforman en un paseo por el mundo que respira con su propio ritmo, que evoca, en su naturalismo blanquinegro, lo que fueron los albores del cine, los tiempos en los que filmar aún era toda una aventura: «En realidad, he querido emular a los operadores de los hermanos Lumière y sus soliloquios callejeros. Quizá sea la mía una visión demasiado romántica, pero...», afirma.

-«Guest» empieza en Venecia 2007 y acaba en Venecia 2008. Ahora se presenta en Venecia 2010. La perfecta cuadratura del círculo...
-Un viaje sin retorno, con su oráculo en el centro, Jonas Mekas... Cuando presenté en la Mostra de 2007 «En la ciudad de Sylvia» no tenía ni idea de que iba a empezar una nueva película. Me llevé mi camarita digital casi como un utensilio defensivo ante la depredación de los medios de comunicación. Entonces surgió la idea de aceptar todas las invitaciones a festivales para promocionar la película durante un año y filmar lo que me iba encontrando por el camino. Poco a poco se fue tejiendo una red de correspondencias, imágenes y personajes que rimaban, y lo que empezó como un cuaderno de notas acabó convirtiéndose en «Guest».

-Habla de Jonas Mekas pero también aparece Chantal Akerman. Son los dos únicos cineastas que intervienen en «Guest». ¿Por qué esos dos nombres?
-No hubo ninguna elección premeditada. Jonas Mekas estaba en Nueva York y Chantal Akerman era presidenta del jurado de la sección Orizzonti, del que yo también era miembro. En mi plan de viaje yo no elegía los destinos, me someto a la elección de otros. Tanto Mekas como Akerman son cineastas de la modernidad que han sido esenciales en mi formación, y su discurso discute con el de la propia película, pero no hubo nada previsto. El reto era dejar una huella de mi paso por todos esos lugares.

-La palabra «guest», invitado, implica una distancia, una no pertenencia a esa realidad. Sin embargo, usted quiere romper esa distancia acercándose a la gente. ¿En qué sentido cree que la película refleja esa tensión entre lo que está cerca y lo que está lejos?
-La cámara me posibilita relacionarme con las personas. En general soy muy tímido, pero la cámara me convierte en un mediador, acerca lo que está lejos. Y sobre todo me permite comunicarme.

-En algunas secuencias –la de Bogotá, la de La Habana– parece demostrar que el cine es capaz de representar el mundo, que un solo espacio filmado representa el mundo...
-Si se sabe mirar, la realidad es generosa. Cualquier rincón recoge los ecos del mundo. En esas secuencias en concreto creo que el espíritu de Colombia y Cuba está bien sintetizado. En otras tengo suficiente con una ráfaga, con una imagen. En la de Hong Kong, por ejemplo, hablo con una mujer filipina, alguien que es extranjero, como yo.

-Su mirada se centra en lo que hay fuera de los festivales, en la realidad de los márgenes...
-Los festivales de cine son como no-lugares, se ofrecen como realidades alternativas. Son como el Salón del Automóvil, me recuerdan a ciertas películas de Tati, como «Traffic». Quería explorar lo que hay detrás de la pantalla, la gente que vive en esas ciudades. He descubierto el gusto por la cultura popular, sobre todo en Latinoamérica, donde la gente vive la calle, donde se confía en la elocuencia de la palabra.

-La banda sonora jazzística nos evoca una pieza improvisada que se hace según se toca. ¿En qué medida cine e improvisación son antónimos? ¿Es posible un cine improvisado?
-Cuando empiezas a filmar todo es posible. Poco a poco tu mirada sobre las cosas se va delimitando, se crea una composición, una estructura orgánica, y al final del proceso sólo puedes filmar una única imagen. Se ha producido un encuentro-semilla, y a partir de él surgen otros relatos transversales, y en todo ello se da una organicidad. En la fase de montaje relees el viaje que has emprendido, empiezas a leer entre líneas, aprendes a querer a los personajes. Y es entonces cuando se producen las rimas que quizá no habías previsto. Se trata de otra manera de hacer cine. El cine es un organismo complejo.



¿Nobel de la paz?
En sección oficial la estulticia de Julian Schnabel brilló con luz propia. A tenor de lo visto en «Miral» sólo le falta convertirse en paloma con ramita de olivo en el pico. Su película, que habla del conflicto palestino desde la creación del Estado de Israel en 1948 hasta la firma del tratado de Oslo en 1993, opta por la conciliación. «Este conflicto debe acabar lo antes posible. Yo me dedico a hacer películas, no política». Quién lo diría. «No he visto ningún artista que lo haga peor que un político». Digamos que la capacidad de autocrítica no forma parte de su idioma: porque «Miral» parece obra del peor político demagógico. Se impone una mirada más blanda que comprensiva, la puesta en escena es indignantemente publicitaria, todos los personajes hablan en inglés y se comete algún error de casting imperdonable (me dirán qué hace una actriz hindú, Freida Pinto, en el papel de una árabe). Mucho más interesante resultó «Norvegian Wood», del vietnamita Tran Ahn Hung. Adaptación fiel de «Tokyo Blues», de Murakami, retrata, con la serenidad y belleza acostumbradas, un triángulo amoroso sobrevolado por una abrupta ausencia. Hung se alía con el director de fotografía de Hou Hsiao Hsien para facturar una película sobre la naturaleza bipolar del amor. Destructivo y constructivo a la vez, el amor empuja a los personajes a entrar en la edad adulta con resultados dispares. Hay que escoger entre la vida o la muerte: y el tiempo de esa decisión dubitativa es el que llena el metraje de la película. Nada que ver con el primer título italiano a concurso, «La pecora nera», sobre el que es mejor correr un tupido velo.



El detalle: «MI PACTO CON EL MUNDO: SER UN INVITADO»
«Durante este año de habitaciones de hotel», explica José Luis Guerín en las notas de producción, «era frecuente encontrarse al despertar con una acreditación en la mesilla de noche donde se podía leer la palabra «guest» junto a la foto-carnet que me identificaba. Pensé que ese era mi estatuto mientras durara el filme-viaje, mi posición, mi pacto con el mundo». Esa acreditación es entrevista en un par o tres de planos de la película, pero Guerín evita filmar los entresijos de los festivales de cine a los que asiste, exceptuando breves imágenes de ambiente de la Mostra de Venecia, la aparición de Chantal Akerman, una rueda de prensa y la presentación de la película en otros dos certámenes, que son cortadas abruptamente por el montaje para dejar paso a lo que en verdad interesa a Guerín: la vida en la calle.