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Juicio al dictador

La Razón
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El día 1 de septiembre, Mu'amar al Qadhdhafi (transcripción correcta de su nombre) habría cumplido exactamente 42 años en el poder en Libia, lo que le hubiera convertido en el dictador jefe de Estado con más tiempo en el poder. Con motivo del mutis de la escena, su miserable reinado merece una valoración detenida.

Llegó al poder a los 27 años en el ocaso de Gamal Abdel Nasser, el líder panárabe inmensamente influyente de Egipto, y se consideró a sí mismo subalterno de Nasser pero con ambiciones mucho mayores. Aunque Gadafi fracasó estrepitosamente –su «Tercera Teoría Internacional» resultó ser un fiasco total– sí que tuvo un notorio y temprano impacto sobre dos sucesos importantes.

Primero, jugó un papel clave en la subida de los precios de la energía que arranca en el año 1972 y se prolonga hasta la actualidad. Las medidas que adoptó ayudaron a multiplicar el precio de la gasolina por un factor cuatro en 1973-74.

En segundo lugar, puso en marcha lo que por entonces se conocía como el renacimiento islámico, implantando facetas de la ley islámica, instando a los musulmanes de todo el planeta a hacer lo propio, y apoyando a cualquier musulmán en conflicto con los no musulmanes.

La longeva dictadura de Gadafi puede dividirse en cuatro eras. La primera y más relevante, la de los años 1969 a 1986, consiste en una actividad frenética por su parte, interviniendo en asuntos y conflictos internacionales que van de Irlanda del Norte al sur de las Filipinas. Pero, como escribí en una valoración en el año 1981: «Ninguna de las tentativas de golpe de Estado de Gadafi ha tumbado a algún Gobierno, ninguna fuerza rebelde ha triunfado, ningún grupo separatista ha creado un Estado nuevo, ninguna campaña terrorista ha roto la resolución de la población, ningún plan de unión ha sido llevado a puerto y ningún país aparte de Libia está siguiendo la "tercera teoría". Gadafi ha cosechado amargura y destrucción sin lograr ninguno de sus objetivos. A duras penas se puede imaginar mayor inutilidad».

Esa primera era acabó con el bombardeo estadounidense de 1986. Su rabioso aventurismo se contrajo dramáticamente, acompañado por un giro hacia África y la ambición de construir armas de destrucción masiva.

Una tercera etapa comienza en 2002, cuando un Gadafi tranquilo abona compensaciones por el papel libio en el atentado del vuelo comercial de Pan Am y renuncia a sus armas de destrucción masiva. Se convierte en persona grata en los países occidentales. La cuarta y última era comienza a principios de este año con la rebelión de Bengasi. Con su régimen en la cuerda floja, su virulencia y artimañas son el centro de atención y los resultados son devastadores, rechazándole los libios de manera multitudinaria a él, a su familia, a su régimen y a su herencia.
Tras décadas de represión y trucos, los libios se enfrentan ahora al reto de liberarse de esa herencia viciada. Han de luchar para liberarse de la paranoia, la depravación y el carácter retorcido. Como resume el problema el autor especializado Andrew Solomon en el «New Yorker», los libios «pueden recuperarse de la brutalidad y los delitos económicos de la familia Gadafi, pero la falsedad de la vida cotidiana en la Gran Jamahiriya Árabe del Gran Pueblo Socialista Libio tardará mucho tiempo en desaparecer». Sin duda.