Teatro

Viena

Barenboim Scala y Real

La Razón
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El tiempo pasa y las cosas se olvidan si no quedan escritas. De aquí que hoy les quiera contar una historia que muy pocos conocen y que enlaza con el nombramiento de Daniel Barenboim como titular de la Scala. El compromiso, que abarca quince semanas anuales de presencia, otorga continuidad al trabajo que ya venía desarrollando desde hace cinco años. Stéphane Lissner se había resistido hasta ahora a tener un titular que pudiera hacerle sombra, pero, al final, todo gran teatro o toda gran orquesta acaba precisando un gran titular. Entre otras cosas, porque el público necesita identificarse con una figura, amarla o discutirla. Pues bien, Barenboim no estuvo lejos del Teatro Real en la breve etapa madrileña de Lissner, quien quiso apoyarse en Baremboim, pero no en él directamente sino en sus huestes. Intentó nombrar titular a Gerd Albrecht y convertir el Real en una especie de feudo del pianista sin que él figurase. Barenboim no veía claro todavía lo del Real y quizá el tiempo vino a darle la razón, y Lissner, en el fondo, tampoco deseaba una referencia tan clara en el teatro, como tampoco la desea ahora Mortier. La jugada fue descubierta porque en los circuitos internacionales del mundo de la música todo se acaba sabiendo.
En aquel tiempo yo tenía una presencia muy activa en el teatro como miembro de su comisión ejecutiva. Naturalmente que tener a Baremboim hubiera sido un lujo, pero a él, no a sus intermediarios. Tuve una conversación con Plácido Domingo en casa de Paloma O'Shea en Santander y más tarde me desplacé a Viena, cuando él dirigía «I Puritani», a fin de convencerle de que intermediase con el maestro para que aceptase incorporarse al Real con todas las de la ley. Más tarde hablé directamente con él: él, sí; testaferros, no. Fue en vano, pero de todo aquello llegaron los tres o cuatro festivales de verano en los que vino con la Staatsoper. Resultó una especie de compensación a lo que pudo ser y no fue. La Scala ha tenido más suerte, pero en Milán ni le quieren ni le admiran como aquí y sus inclinaciones germánicas no son las más ideales para el teatro italiano de referencia. Creo sinceramente que se equivocó entonces y, quizá, ahora.