Rodaje

Que nosotros no sea pecado por Guillermo Graíño Ferrer

La Razón
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¿Qué representa una enseña nacional? Nada, dirán algunos radicales; una cultura, defenderán los tradicionalistas; una unión política, asegurarán los liberales… un equipo de fútbol, pensarán los más jóvenes que ayer tiñeron las calles de Madrid con su loca francachela. Galimatías semiótico al canto: los colores que un equipo porta en representación de una nación, ¡la nación los luce de vuelta en representación de su equipo! El equipo no es de España: España es del equipo. Con todo, sigue tratándose de una identificación particular de un «nosotros» que se encuentra en competición con otros «nosotros» (competición arbitrada, bella por momentos, emocionante y sin consecuencias dramáticas). En un tiempo vacío de lazos tradicionales fuertes, es lógico que este papel aglutinador tenga un carácter deportivo y amable, aunque relativamente hueco. Europa vive, en parte, un tiempo moral impregnado de cosmopolitismo.

Esto quiere decir que nada parece legítimo si no es universal o contribuye al bienestar de la humanidad en su conjunto. Sin embargo, esta tendencia deja desatendida la otra cara de la tensión que constituye al hombre: ser amante de lo bueno al margen de lo propio, y también pertenecer a lo propio al margen de lo bueno. Aunque sea en deportiva disciplina, con este triunfo hemos celebrado haber conciliado ambas cosas eliminando la tensión por un momento. Quizá este tipo de demostraciones sea la última tenue barrera que nos separa de un clima de completo moralismo cosmopolita en el cual decir «nosotros» sea pecado capital. Aferrémonos, pues, a él. Cela, en su divertido elogio del «cipote de Archidona» (cosa bona), decía que la pija hispánica era «orgullo del país y espejo de foráneos». Cuánto más presentable nos será a nosotros, entonces, gloriarnos por un rato de la excelencia en el triunfo de España… ¡perdón!: quise decir de «La Roja».

 

Guillermo Graíño Ferrer
Profesor Ciencia Políticas .Universidad Autónoma